En su libro, Sed de Dios, el reconocido pastor y teólogo John Piper alega que, en general, nosotros los cristianos entendemos erróneamente el significado de creer en Jesús.
En su perspectiva, Piper sostiene que estamos rodeados de inconversos que piensan que de verdad creen en Jesús. Sostiene que: «Hay borrachos en la calle que dicen que creen, parejas no casadas que duermen juntas quienes dicen que creen, ancianos que durante cuarenta años no han buscado la adoración y la comunión pero sin embargo, dicen que creen, y toda clase de personas indiferentes y amantes del mundo que asisten a la iglesia quienes dicen creer. En el mundo hay millones de personas inconversas que dicen creen en Jesús».
Con una pregunta indagatoria, Piper pone en evidencia la razón por la que se dan estas situaciones atípicas en el ámbito cristiano: «¿Es posible que hoy el mandamiento bíblico más claro encaminado a la conversión no sea el de creer en el Señor, sino el de deleitarse en el Señor?» A mi criterio, creo que Piper resalta correctamente la disociación que existe entre la forma y la substancia en la supuesta fe de muchos congregantes.
«Que la fe tenga la apariencia pero carezca la esencia, tampoco era un hecho ajeno en la iglesia primitiva».
De hecho, Santiago, considerando este punto en su carta, señala que «la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma» (Santiago 2:17). Afirmar que uno cree en Jesús no es un mero consentimiento a la verdad bíblica. Si así fuera, la fe genuina podría ocurrir y ser evocada enteramente dentro de la esfera humana sin la necesidad de la obra sobrenatural del Espíritu Santo.
Sin embargo, según la Biblia, descubrimos que hay algo impresionante detrás de nuestra comprensión del evangelio, el arrepentimiento y la confesión de fe en Jesucristo (Hch. 11:18, 14:27, 2:47). Lo que está detrás de nuestros actos de voluntad en el despliegue de la fe, es el obrar del Dios Trino.
La obra del Espíritu no sólo trabaja en la etapa inicial de la salvación, sino también en todo el proceso transformador del ser y la consumación de su redención (Rom 8:29-30; Fil 1:6). En este proceso, la etapa más larga es la que define al ser regenerado siendo conformados a la imagen del Hijo de Dios. A esta etapa la llamamos santificación.
¿De qué manera, entonces, el Espíritu realiza esta obra santificadora en los cristianos? La Biblia dice en Filipenses 2:13: «Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad». El mayor problema para la santificación en nosotros es el conflicto entre lo que se debe hacer y lo que queremos hacer. Lo que Filipenses 2:13 dice es que Dios, produciendo el querer, hace que haya una alineación entre lo que se debe hacer y lo que queremos hacer. De este modo, el Espíritu hace que lo que se debe hacer sea lo que queramos hacer.
Los puritanos distinguían dos tipos de amor. Uno es el amor benevolente, definido como la cualidad de la buena voluntad dispensada hacia los demás. Si una persona ayuda en la vecindad a otros que están transcurriendo dificultades, es un ejemplo de amor benevolente. Este amor siempre exige un sacrificio.
«amar con este amor implica siempre cierta fuerza de voluntad».
El otro amor se lo ha denominado el amor complaciente. Este amor se refiere al sentido de experimentar placer al amar, o deleitarse en gozar lo que es agradable para uno. Este deleite se debe al considerar el valor intrínseco del objeto de amor. Cuando una persona percibe el valor del objeto de amor, experimenta subjetivamente una respuesta afectiva de deleite. El amor por las flores es un ejemplo de este tipo de amor. Es un amor generado por la atribución del valor de la belleza de las flores. Por esta razón, el rasgo más distintivo de este amor es que el amor fluye naturalmente hacia su objeto. El objeto atrae al sujeto que lo ama.
Sin embargo, este amor no solo depende del valor intrínseco del objeto sino también de la percepción y la atribución de significado por parte del sujeto.
Si no percibe el valor del objeto, el sujeto no amaría al objeto a pesar de su valor intrínseco. En otras palabras, el valor objetivo y la percepción subjetiva de ese valor son necesarios para que haya un amor de complacencia.
Lo que el Espíritu hace para nuestra santificación es crear la aptitud para percibir el valor intrínseco de Cristo. Con esta obra del Espíritu nosotros comenzamos a percibir el valor infinito de la gloria de Cristo. Así comienza el amor de complacencia por Cristo en nosotros y nuestro amor por Cristo fluye naturalmente. Cristo describe vívidamente este nuevo estado en Mateo 13:44. «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo».
Esta es la imagen esencial de una persona en proceso de santificación. Hay gozo y satisfacción. Hay anhelo y voluntariedad. Este amor hizo que Pablo pueda estar alegre en las aflicciones de Cristo para la iglesia (Col 1:24). Esta era la experiencia de los cristianos a quienes el autor de Hebreos escribió. «Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis para vosotros mismos una mejor y más duradera posesión» (Heb 10:34).
Por supuesto, esta experiencia no es perfecta. Porque, por un lado, todavía somos conscientes de nuestra pecaminosidad y nuestro egoísmo luchando contra nosotros y, por otro lado, el mundo en el que vivimos es un mundo caído cuyas corrientes buscan desviar nuestro cometido de seguir a Jesús. Sin embargo, por la obra del Espíritu Santo experimentamos y vivimos anticipadamente la vida de la era venidera aquí y ahora. A través de esa obra santificadora del Espíritu, estamos siendo transformados en la misma imagen de Cristo de gloria en gloria.
El cristianismo es vivencial. La fe cristiana hace caso y obedece al reclamo divino
«Sígueme»(Mateo 9:9) y «camina en pos» de Jesús. Esta nueva vida en Cristo es una prerrogativa adquirida para todos los cristianos por Cristo en la cruz. Todos deberíamos pedir a Dios esta vida maravillosa y deberíamos esforzarnos por vivirla por el Espíritu.
Pablo Ho Cheol Ra
Es Médico recibido en la UBA. Realizó sus estudios universitarios mientras evangelizaba en la villa 11-14. Por su llamado pastoral y misionero emigró a los EEUU para estudiar una Maestría en Divinidad en el Westminster Theological Seminary, en Philadelphia y luego, una Maestría Teológica en Dallas Theological Seminary. Al culminar volvió al país donde pastoreo la iglesia Chung-Ang (Actual Betel) por 20 años.