A lo largo de toda la historia hemos visto el poder de las oraciones intercesoras, y esta fuerza se convirtió en una columna que sostiene a la iglesia.
Interceder, del latín intercedĕre, es la acción de hablar en favor de alguien para librarlo de un problema o para procurarle un bien. Y sí, es lo que hacemos cuando nos reunimos para clamar en favor de una persona, de situaciones o de una comunidad.
Tenemos que entender que interceder no se limita a solo un grupo de hermanos que se reúnen a orar y clamar por las necesidades. Todos somos intercesores.
Pedro, inspirado por el Espíritu Santo, nos afirma nuestra identidad. Somos real sacerdocio. Es decir, que vamos a estar siempre en el medio. Cristo ahora nos coloca en la posición de sacerdotes; es parte de nuestra naturaleza, que lo ejerzamos queda en nuestra decisión.
Cristo es el mayor referente y nuestro maestro por excelencia. En sus días en la tierra lo vemos pidiéndole al Padre en diferentes momentos por sus discípulos, amigos, por ciudades y en medio de cualquier circunstancia.
“¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, Ro. 8:34. Ahora Cristo está en nosotros, su Espíritu nos guía a toda verdad y es el que nos enseña a permanecer activos en esa tarea tan esencial para la iglesia, su cuerpo, que ama lo que Dios ama y es conducida en amor y justicia para que lo que se hace en el cielo se haga en la tierra.
Y a esto le agrego un factor interesante que considero valioso, y es que en la intercesión, además de hablar y pedir, lo más importante que se alcanza y se desarrolla es el oír. Escuché esto y para mí fue revelador porque miré hacia atrás y me di cuenta de que era una gran verdad. Que todo lo que Dios hizo fue más porque tenía mis oídos. Es decir, el resultado y las respuestas no fueron por las cosas que tenía en una lista si no que en realidad me encontré orando por personas, lugares y situaciones que tenían que ver más con las intenciones de su corazón. Su voluntad es muy importante.
Oro y clamo por cosas que están en mi corazón, pero eso no me cierra el oído ni el corazón a solo preocuparme por lo mío, sino que entiendo que la iglesia debe estar alineada al corazón de Dios, porque solo así podrá ver todo lo que puede alcanzar y afectar tan solo con escuchar.
Fijémonos en Pablo, deseaba hacer lo que había sido llamado a hacer: predicar. Sin embargo, el Espíritu Santo le prohíbe ir donde él quería, y entiende que Dios le daba otro rumbo. La historia termina con un hermoso final, conversiones, bautismos y hogares abiertos a la Palabra. A Pedro se le rompen sus estructuras culturales y se abre la puerta de salvación a los gentiles. El resultado: bautismo, conversiones y llenos del Espíritu Santo.
Tal vez no vemos en el cuadro a Pedro y a Pablo intercediendo en oración y clamor por esas situaciones, pero es que en realidad cuando nos sabemos intercesores y realmente nos interesa CÓMO Dios quiere hacer las cosas; entendemos con certeza que hay clamores que no pasan por el pedir sino por el oír y permitirle al Espíritu Santo irrumpir en nuestros planes y agendas. No es solo lo que queremos clamar sino lo que el cielo espera que clamemos.
¿Qué estamos escuchando en estos tiempos? ¿Vemos que Dios nos ha confiado algo no porque pedimos sino porque escuchamos? ¿Estamos viendo nuestra vida como un instrumento para ser respuesta para otros? Hay intenciones del Espíritu que quieren ser una realidad pero tenemos que estar prontos a escuchar.
Más que nunca, viendo el contexto, necesitamos oír. Oír su voz nos direcciona, nos mantiene alertas y, sobre todo, dependientes de Él. ¿Queremos ver respuestas?, escuchemos, solo así se liberarán nuestros corazones de todo egoísmo y religiosidad.
Hoy más que nunca frente a todo lo que se está viendo y escuchando necesitamos como iglesia activar una oración incesante que pueda manifestar la realidad del cielo a la tierra y así cumplir con el plan eterno y perfecto de Dios.
Confiemos, y abracemos este diseño de clamar escuchando una realidad mayor, por encima de la nuestra, y cuando seamos débiles recordemos que solo es momentáneo porque en nuestra debilidad hay alguien que también está intercediendo siempre por nosotros.
"De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero el que examina los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios", Ro 8:26.
El fin del mundo se acerca. Por consiguiente, sean serios y disciplinados en sus oraciones.