Cuando tenía 17 años me encontré con el desafío de elegir una carrera profesional con el propósito de servir a Dios a través de ella. No tenía mucha seguridad sobre qué estudiar, pero estaba convencida de que buscaba algo con lo que pudiera ayudar a las personas y ser de bendición a otros a través de mi servicio.

Fue en ese momento cuando, a través de una persona cercana, conocí una carrera de la que no había escuchado antes y que me llamó bastante la atención: Terapia Ocupacional.

Sin saber mucho sobre esta profesión, me di cuenta de que cuanto más pasaba el tiempo, más me enamoraba de ella. Empecé a admirar los objetivos que proponía, tales como mejorar la calidad de vida de las personas y lograr que tengan significado en sus ocupaciones diarias aumentando su autonomía e independencia personal.

Recuerdo una clase especial en mi primer año que me marcó para siempre. Mientras escuchaba a mi profesora hablar sobre el impacto de aprender a escuchar y mostrar amor hacia aquellos que se encuentran aislados por sus diferencias, sentí cómo Dios me confirmaba que era esto lo que Él tenía preparado para mí. Así, a partir de ese día, comprendí que mi vocación como terapeuta ocupacional estaba destinada por Él y para Él.

La vocación tiene su raíz en el vocablo latino “vocare”, entendido como “llamamiento de Dios”. Dios nos llama, nos elige para hacernos parte de Su obra en la tierra por pura gracia. Se complace en utilizar nuestras manos y pies como instrumento de amor hacia otros, depende de nosotros cuán dispuestos estemos a obedecer a este llamado.

“No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure”, Juan 15:16 (NVI).

En mis prácticas profesionales realicé un abordaje con distintos tipos de discapacidades tales como auditiva, visual, intelectual, mental y motriz. Algo en común que pude observar fue la cantidad de personas que se encontraban solas, ignoradas, discriminadas por alguna limitación que presentaban o por el estilo de vida que llevaban.

Tristemente no eran capaces de realizar muchas actividades u ocupaciones significativas para su vida porque no se daban las oportunidades o porque no podían acceder a ellas. Esto acentuaba el problema que tenían de sentirse discriminados por su condición y fomentaba su aislamiento social.

Jesús fue el ejemplo perfecto de acercarse a las personas excluidas por la sociedad mostrando siempre compasión, aceptación y amor por ellas. Él demostró empatía al mirar la condición en que se encontraban y vio la necesidad de amor que manifestaban.

Así como hizo Jesús, es importante ponernos en el lugar del otro y entender que estas personas necesitan ser escuchadas. Estar dispuestos a dejar de lado prejuicios, miedos u opiniones que nos alejan de amar incondicionalmente. Animarnos a salir de la comodidad, aprovechar la capacidad que Dios nos dio de escuchar y acompañar sin juzgar el estilo de vida del otro.

Te animo a que puedas buscar el llamado de Dios para tu vida, que tengas un corazón sensible a Su voz y pongas tu vida en Sus manos para que Él te utilice como un instrumento para Su Gloria.

Es mi deseo que puedas, a través de tu profesión, vocación y servicio a Dios, mostrar amor y empatía a otros tal y como Jesús lo hizo. Que el lugar donde te encuentres sea el medio por el cual logres llevar esperanza a las personas.

Micaela Díaz
Licenciada en Terapia Ocupacional. Actualmente trabajo en un centro de rehabilitación para personas con discapacidad visual (ASAC). Mi misión es llevar el mensaje de Cristo a través de mi profesión, utilizándolo como un medio y canal para compartir de Su verdad, amor y gracia en mi vida.