Hasta que tuve 14 años, iba a la escuela, jugaba al vóley, compartía con familia y amigos. Hasta que un día me diagnosticaron leucemia y mi vida cambió. Hubo momentos en el hospital en que el dolor era tan fuerte que no quería estar acá, pero Dios no me dejó partir.
Vivir, no existir. La frase que voy a decirte y repetirte cada vez que yo tenga la posibilidad. ¿Por qué? Porque catorce años de mi vida, yo, simplemente, me conformaba con existir: estar acá, cumplir una rutina, hacer mis tareas para el sistema, etc. La vida de una adolescente “normal”, digamos. ¿Era infeliz? ¡No! ¡Era súper feliz, y siempre hice lo que me gustaba hacer!
Pero ¿por qué pasé catorce años existiendo entonces? Porque no me había dado cuenta. Porque, aunque era feliz, no era consciente de lo valiosa que la vida es. Un día lo perdí todo. Y si lo perdí todo para mostrarle a otros todo lo que hoy en día tienen, entonces vale la pena que así haya pasado.
Mi nombre es Celeste Iannelli, tengo 18 años y cuando me diagnosticaron leucemia (cáncer en la sangre) hice el clic de mi vida. Fue el momento donde la rutina de una adolescente “normal” desapareció, para pasar a estar cada mañana en un hospital recibiendo quimioterapia.
Dejé el colegio, dejé el deporte, dejé mi vida para descubrir que en realidad lo tenía todo y no me había dado cuenta. La comida, el agua, los amigos, la salud, el simplemente estar en este mundo y tener la posibilidad de respirar, es para mí suficiente motivo para sonreír.
Un día en especial le dije al Señor que ya no aguantaba más, que el dolor me superaba y quería partir. Tenía toda mi lengua llena de llagas, no podía comer sin dolor. No podía hablar, no podía existir sin que me doliera estar en este mundo. Por más de que mi deseo por un momento fue ese, Dios no lo permitió. Automáticamente sentí que lo que estaba diciendo no tenía sentido.
Una vez me dijeron que Dios no permitiría que yo sufriera más de lo que pudiera aguantar. Y fue así. Llegó un momento en que no aguanté más, pero ahí estuvo Él para darme la fuerza necesaria que transformó mi llanto en sonrisas.
Siempre supe que había un propósito detrás de todo lo que estaba viviendo, y aunque en un comienzo no podía entenderlo, hoy sí. Entendí el valor que tiene la vida y las cosas más simples. Primero lo entendí yo, y actualmente es lo que intento transmitir a quien me escuche del otro lado.
“Vivir, no existir” es ser consciente de que podemos llevar nuestra vida a un nivel mayor. No conformarnos simplemente con tener la vida y cumplir nuestras obligaciones, sino que tenemos que aprovechar al máximo cada día. Porque a veces tenemos la mirada puesta en lo que “nos falta”, y nos olvidamos de mirar todo lo que sí tenemos.
Y entendí entonces que Dios me dio la vida no simplemente para existir sino para vivirla al máximo.