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¿Qué es la “teología de la bendición”?

En el ámbito evangélico, la palabra “bendición” connota diferentes significados según la perspectiva que se le dé. Sin duda alguna, la bendición máxima para el creyente es la espiritual, divina, aquella que proviene del Dios trino, listo para favorecer a su pueblo amado.

Esta bendición espiritual, no obstante, suele ser entendida conjuntamente con la bendición material. En ciertas ocasiones, esta última suele incluso primar en importancia respecto a la primera. Es así que el pueblo evangélico lidia con una “teología de la bendición” de forma asimétrica, variando el matiz de su significado acorde al color denominacional, eclesial, y trasfondo personal.

Frente a la diversidad de entendimientos respecto a qué implica una bendición divina, es correcto que nos remitamos al Antiguo Pacto para lograr una sana doctrina de lo que implica la susodicha teología, y cómo la Iglesia debe abrazarla a la luz del evangelio de Cristo Jesús.

Las palabras de Joel son suelo fértil para abordar la temática en cuestión. El profeta comienza su mensaje anunciando un juicio devastador para el Israel de Dios (1:2-20; 2:1-11), para luego instar al pueblo al volver al Señor en santo arrepentimiento (2:12-17) en miras de experimentar la promesa de una futura restauración y prosperidad (2:18-27).

Es importante destacar que el v 18 declara que el Señor es quien tiene celo por su tierra, y quien se apiada de su pueblo; el mover renovador comienza por iniciativa divina más que por el obrar del humano caído. Es precisamente el mover del Señor que desemboca en las santas bendiciones materiales descritas en los próximos versículos: “He aquí, yo les envío granos, vino nuevo y aceite; y serán saciados. Nunca más los entregaré como afrenta en medio de las naciones” (v 19); así como también, “Ustedes también, oh hijos de Sion, alégrense y regocíjense en el SEÑOR su Dios, porque les ha dado la lluvia primera en su justa medida. También hará descender sobre ustedes la lluvia temprana y la tardía, como antes. Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino nuevo y de aceite” (vv 23-24). Sin duda alguna, las bendiciones de Dios están íntimamente ligadas con la futura restauración escatológica de su pueblo.

No obstante, las bendiciones no solo quedan circunscriptas a lo material. En el v 28, el Señor declara por boca de Joel que “derramaré mi Espíritu sobre todo mortal. Sus hijos y sus hijas profetizarán. Sus ancianos tendrán sueños; y sus jóvenes visiones.” Luego el v 32 afirma sin tapujos que “sucederá que cualquiera que invoque el nombre del SEÑOR será salvo.” Quiere decir que subsiguiente a la bendición material, el Señor parecería brindar una bendición postrer, la espiritual, el mover del Espíritu Santo empoderando a su pueblo para proclamar la salvación de Dios ofrecida a todas las naciones.

Ahora bien, en cuanto a la interpretación de lo que el texto afirma, la tendencia es separar estos eventos en dos momentos diferentes. Esto es, por un lado, el pueblo de Dios recibirá el favor material de Dios, y por el otro, el derramamiento de su bendición espiritual. Tal es así que ciertos eruditos entienden que las bendiciones materiales son para el Israel étnico, mientras que “el Espíritu es para la Iglesia.” Otros, entienden que lo material y lo espiritual van de la mano, por lo que la Iglesia es receptora de la bendición tanto material como espiritual.

Esta última no presenta una lógica descabellada desde lo que el autor originalmente ha afirmado: ciertamente, la bendición material y el derramamiento del Espíritu deben ser entendidos de forma conjunta. No obstante, esto puede presentar una dificultad teológica insalvable, ya que si la bendición para la iglesia es tanto material como espiritual —aplicando el silogismo aristoteliano— “quien no prospera económicamente tampoco es bendecido espiritualmente”, cuestión que es refutada en numerosos pasajes bíblicos (cf. Mateo 8:20; 19:16-26; Lucas 6:20-26; 12:13-21; 16:19-31, etc.).

Por supuesto, esta postura fallida surge de una mala aplicación de los principios bíblicos del Antiguo Pacto en la nueva era inaugurada por Cristo. Esto es, las bendiciones veterotestamentarias no son aplicables a las realidades de la Iglesia de forma indistinta, sino que deben de ser consideradas a la luz de la historia salvífico-redentora, cuyo desenlace se encuentra en la inauguración de los tiempos escatológicos por la muerte y resurrección de Cristo Jesús.

En miras de proveer una respuesta ante la dificultad propuesta, es pertinente remitirnos a la propuesta del teólogo VanGemeren, quien no solo concuerda con la íntima correlación entre la bendición material-espiritual, sino que también aclara qué implica la bendición material en sí misma. Entendiendo el contexto del pasaje, VanGemeren propone que la bendición material —sorpresivamente— no tiene como foco lo económico. Esto es, el punto del profeta Joel no es la prosperidad monetaria, sino enfatizar el hecho de que el Señor ha intervenido en favor de su pueblo para revertir su estado maldito en uno de bendición. A partir del mensaje joélico, el pueblo puede reposar seguro en que el Dios pactos no se ha olvidado de sus promesas, sino que llevará a compleción aquello que ha sido anunciado desde antaño a los patriarcas.[3] Si esto es así, entonces la intención original de Joel nunca ha sido la completa bendición material del pueblo, sino el hecho de que ellos sepan que pueden confiar en el Dios que interviene nuevamente a favor suyo.

Y por supuesto, el momento cúlmine del cumplimiento de esta promesa es la venida del Espíritu en Hechos 2:1-13, cuando, ante la mirada atónita de la diáspora judía que no comprendía lo que sucedía, el apóstol Pedro explica lo acontecido citando las palabras del profeta Joel 2:28-32. Con ello, anuncia que ha sido inaugurada una nueva era: la era de la bendición divina para el pueblo de Dios.

La promesa de Joel ha sido ciertamente cumplida, pues ya ha comenzado el período de salvación ofrecida a todas las naciones. No obstante, esta bendición aún espera su consumación final, cuando el Reino de Cristo sea establecido en plenitud al final de los tiempos, en lo que la teología reconoce como el ‘ya, pero todavía no’ del Reino de Dios.

Concluimos entonces que el mensaje joélico no tiene por objeto declarar una era de prosperidad material para la Iglesia de Cristo. Las promesas del Antiguo Pacto, aún las materiales, son entendidas como tokens visibles que son de evidencia concreta de que el Señor interviene en favor de su pueblo. Tal es así al ser entendida en correlación con “la bendición del Espíritu”, ambas apuntan a la realidad escatológica en la que el Señor ciertamente es un Dios de pactos, cuyas promesas son firmes hasta su consumación.

En otras palabras, la Iglesia de Cristo hoy puede estar segura de que experimenta la bendición divina anunciada por el profeta Joel. No una bendición antropocéntrica focalizada en lo material, sino en la certeza de que el Espíritu se ha hecho presente en medio suyo, trayendo consigo la gloriosa certeza de que el Dios que ha intervenido mil y una vez en favor de su pueblo, hoy lo hace una vez más, esta vez de forma definitiva y a la espera de la consumación completa ante la inminente llegada de su Salvador.

[1] Véase Hans Walter Wolff, Joel and Amos: a commentary on the books of the Prophets Joel and Amos, ed. S. Dean McBride, Hermeneia—a Critical and Historical Commentary on the Bible (Philadelphia: Fortress Press, 1977), quien aboga por una postura en la que las dos eras son planteadas de forma asincrónica.  Por otro lado, Leslie C. Allen, The Books of Joel, Obadiah, Jonah, and Micah, The New International Commentary on the Old Testament (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 1976) ofrece una postura en la que ambas son contiguas entre sí.

[2] Daniel J. Treier, “The Fulfillment of Joel 2:28-32: A Multiple-Lens Approach,” Journal of the Evangelical Theological Society 40, no. 1 (1997):13-26.[3] Willem A. VanGemeren, “The Spirit of Restoration,” The Westminster Theological Journal 50, no. 1 (1988): 81-102.

Arturo Kim

Se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y culminó su Master of Divinity (MDiv) y Master of Theology (ThM) en el seminario teológico Gordon-Conwell de Massachusetts, Estados Unidos. Actualmente se encuentra cursando sus estudios doctorales (PhD) en el Puritan Reformed Theological Seminary.

Es también profesor adjunto en la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires, y co-pastor en la Iglesia Presbiteriana Betel en Argentina. Está felizmente casado con Priscila, y juntos forman su familia con Jeremías.

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La Facultad Teológica Integral de Buenos Aires es una institución inter-denominacional que nace de la Red de Sembradores y tiene el propósito de formar ministros y líderes laicos con la mayor exigencia académica, teológica y bíblica. Actualmente, es la única institución académica en Argentina que provee una Maestría en Divinidad.

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