No sé dónde estás, cómo estás o quién sos. Solo sé que a partir de la pandemia quedamos varados seis meses en West Palm Beach, Florida, Estados Unidos. Te puedo decir que soy un misionero urbano en un mundo al cual me siento enviado. Viajo junto a mi esposa Agustina y mi hija menor, Carola, de 16 años. Fuimos allí por veintiocho días a colaborar con un equipo de nuestro movimiento llamado Proyecto Hijo Pródigo y nos tomó de sorpresa el COVID-19 como a todos.
Nuestra tarea es reconciliar el mundo con Dios, somos ciudadanos del cielo de paso por esta Tierra con una misión, y para eso usamos la creatividad, para que la gente se acerque al Padre. Lo primero que debemos hacer es separarlo de una religión que lo atrapó y lo hizo ver como alguien que siempre está enojado, hoy Dios es mi papá y quiero que todos lo conozcan.
Voy a contarles una historia que nos sucedió en Los ángeles, California, en una salida evangelística por las calles de la ciudad. Estábamos en uno de esos callejones típicos donde se encuentran enormes tachos de basura, donde se pueden encontrar objetos nuevos o de muy poco uso. Y también personas durmiendo en el piso, los famosos homeless, gente sin hogar y generalmente con adicciones.
Así, como al hijo pródigo
Ese día me llamó la atención un joven moreno que estaba con el torso desnudo y bajo el evidente efecto de alguna sustancia que desconocía, y eso que yo fui diez años adicto a la cocaína. Me acerqué con un intérprete ya que mi inglés es limitado. Le dije que quería darle un abrazo y me respondió que no quería por tener una enfermedad contagiosa, a lo cual respondí que yo no tenía miedo y que quería abrazarlo igualmente.
Insistió en que no lo hiciera y retrocedió, pude ver en su nariz algo así como una espuma blanca, estaba muy deteriorado. Respeté su petición pero comencé a contarle mi testimonio con palabras sencillas y buscando las adecuadas para llegar a su corazón. Muchas veces nos entrenamos con versículos y palabras de la cultura evangélica que solo nosotros los cristianos entendemos.
En un momento habló y sus palabras me dejaron una de las enseñanzas que jamás olvidaré y cambiaron mi manera de pensar, dándole más poder al que vive en mí, que a mis propias palabras de convencimiento. Recordé al apóstol Pablo cuando le dijo a los corintios: “No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes, sino con demostración del poder de Espíritu” (1 Corintios 2:4).
Escuchen lo que respondió el joven, no solo con sus oídos, háganlo de corazón: “Puede que estés mintiendo y nada de lo que me decís sea verdad, pero la paz que estoy experimentando en este momento jamás la sentí en mi vida”. Me explotó la cabeza y mi corazón estalló de alegría.
Ese día no fui el mismo y espero que hoy vos tampoco lo seas, le di una mayor importancia a la identidad que tengo en Cristo. Recuerda que la palabra tiene poder cuando la experimentamos, caso contrario es mero conocimiento. ¡Nosotros somos el mensaje! Somos cartas leídas, dijo Pablo. Te abrazo, somos hermanos en Cristo, hasta la próxima crónica de un ex hijo pródigo.