Dios nos ha dado el inmenso regalo de vivir en comunidad como iglesia, y esta no es simplemente una reunión de personas ni una organización; somos un cuerpo vivo, un organismo que respira y crece en Cristo.
La imagen del Cuerpo de Cristo es quizás la metáfora más profunda en las Escrituras para describir la naturaleza de nuestra relación con Él y entre nosotros. No se trata de ser una multitud que llena un edificio, sino de estar conectados íntimamente como lo están las partes de un cuerpo.
“La iglesia no es un edificio, no es una organización; la iglesia es un cuerpo,” digo esto con plena convicción. Cada uno de nosotros tiene un lugar y una función única dentro de este cuerpo, y todos somos indispensables. La función de uno no es menos importante que la del otro, pues en el diseño de Dios, cada parte tiene un propósito especial que contribuye al bienestar de todo el cuerpo.
Esta idea de ser un solo cuerpo nos impulsa a algo mayor que simplemente reunirnos en un mismo lugar o compartir creencias similares. Nos llama a vivir una unidad genuina, que no se limita a una armonía superficial sino que nos convierte en una familia profunda y verdadera. “Cuando un miembro sufre, todo el cuerpo lo siente. Eso es lo que significa ser el cuerpo de Cristo,” y esto va mucho más allá de las palabras. Es un llamado a experimentar juntos las alegrías y las penas, el crecimiento y la corrección.
Algo que he notado con el paso de los años es que tendemos a confundir la cercanía física o la uniformidad de pensamiento con la verdadera unidad. “A veces confundimos estar juntos con estar unidos,” y esto es un peligro constante. La verdadera unidad en el cuerpo de Cristo no significa que todos pensemos igual o que siempre estemos de acuerdo en todo. Al contrario, la unidad real abraza la diversidad de dones, talentos y perspectivas, y permite que cada parte cumpla su función en amor. No buscamos ganar discusiones ni imponer nuestra opinión; en cambio, buscamos cómo servir al otro con un corazón humilde.
“Dios nos ha dado dones, talentos, capacidades, pero no para que nos destaquemos individualmente,” y en este recordatorio encontramos el propósito fundamental de esos dones. Cada talento y habilidad que poseemos no es un adorno personal; es una herramienta para edificar al cuerpo, para ser de bendición a los demás. Dios ha diseñado cada miembro para aportar algo único, como los órganos de un cuerpo que, al trabajar en armonía, le dan vida al todo.
La unidad, sin embargo, requiere un ingrediente esencial sin el cual todo lo demás se desvanece: el amor. “Sin amor, todo se derrumba,” porque es el amor el que permite que cada don sea utilizado en beneficio de los demás y no para nuestra vanagloria. Es el amor el que da vida a las relaciones y sustenta el cuerpo. Este amor no es una emoción pasajera; es el mismo amor que Cristo nos mostró, un amor que da todo y busca el bienestar de los demás. Nuestra meta como cuerpo de Cristo es reflejar este amor en todo lo que hacemos. Este amor se traduce en paciencia cuando hay fallas, en comprensión cuando hay diferencias y en cuidado cuando alguien se siente débil o cansado.
“Dios nos ha llamado a ser uno,” una declaración que nos desafía a ir más allá de nuestros intereses personales y abrazar una visión común. Solo cuando comprendemos esta unidad como el cuerpo de Cristo y dejamos de lado el egoísmo, podemos cumplir con el propósito de Dios para nosotros. Él nos ha diseñado para reflejar Su gloria en la tierra, para ser Su iglesia en acción, y esto solo es posible cuando cada uno de nosotros se ve como parte de un cuerpo más grande que nosotros mismos. Esta es nuestra identidad y nuestro llamado.
Como iglesia somos llamados a una misión que solo se puede cumplir en unidad. Dios nos ha equipado, nos ha llamado y nos ha amado profundamente para que reflejemos Su carácter en el mundo. Somos el cuerpo de Cristo, y es en esa identidad, en esa verdad, donde encontramos el sentido y el propósito de nuestra vida en comunidad. Porque al final del día, la iglesia es el reflejo de Cristo en la tierra, y cuando vivimos en unidad y amor, Su luz brilla a través de nosotros, impactando y transformando el mundo.
Este escrito está basado en el mensaje que el recordado Juan Carlos Ortiz dejó hace unos años registrado en el canal CGN Latino: