Ya no importa qué ideología política tengamos. Lo significativo es que participemos, que —más allá de las diferencias partidarias— llevemos adelante acciones conjuntas como hijos e hijas de Dios por el bien del prójimo.
Vivimos en un país hermoso por su geografía y sus riquezas naturales, hermoso por la calidad de su gente, por la diversidad de los inmigrantes que nos han enriquecido con su cultura; un país fundado sobre la valoración del esfuerzo y el trabajo individual y colectivo.
Esta es una mirada optimista aunque muchos de los hechos políticos del último siglo no nos han favorecido demasiado. Desde mi juventud he escuchado un sin fin de discursos expresados por verborrágicos funcionarios y dirigentes políticos. Han hecho alegatos reiterativos, planteando soluciones a las permanentes idas y vueltas de la economía nacional y a los inmensos problemas sociales que aquejan a las grandes mayorías, muchos de los cuales, hasta hoy, no tienen respuesta.
Por otro lado, en cuanto al accionar de las iglesias, tampoco hubo un verdadero compromiso político y social durante los últimos setenta años. Recién en estos últimos dos se vislumbra algo nuevo, que de a poco está dando pasos en esta dirección, con muy buenas intenciones, que requiere aún de mucho trabajo, organización y participación.
Pero, como es habitual entre nosotros, presumimos que las cosas van a cambiar de un día para otro. Y, como esto es un proceso de transformación, como tal llevará un tiempo hasta que se haga efectivo. Debemos poner en marcha estos procesos de participación para la transformación en cada espacio que nos toca trabajar, en lo político, lo social, lo empresarial, lo académico, etc.
Cerremos la brecha
Hoy, gratamente, observamos que diferentes espacios se están estableciendo dentro y fuera de los partidos políticos tradicionales. Esto es muy bueno. Porque más allá de la afinidad política de cada espacio, lo significativo es que participemos, que nos involucremos, que incluso más allá de las diferencias ideológicas, podamos llevar adelante acciones conjuntas como hijos e hijas de Dios.
Nuestros valores cristianos deben ser una línea rectora que conduzca todas nuestras acciones para aportar un valor agregado de moralidad y ética a nuestra gestión pública.
Pablo A. Repetto, concejal por el distrito de Almirante Brown, Buenos Aires.
Más allá de cualquier diferencia, que podamos cerrar esa perversa “brecha” que tanto mal le ha hecho y le hace a nuestra Nación. Debemos permitirnos pensar de manera diferente, pero que eso no nos impida trabajar juntos por el bien del prójimo.
En mi labor diaria, tengo la posibilidad de contar con amigos y hermanos en diversos espacios políticos y con muchos de ellos hemos tendido puentes y articulado acciones conjuntas desde lo social, cada uno aportando lo que tiene, y así hemos logrado dar solución a situaciones concretas que de otra forma, tal vez resultaban de imposible solución.
Cuando me refiero a ser misionero en la política considero que ese es el nuevo campo de acción al cual apuntar. Hacia allí debemos enviar nuestros mejores hombres y mujeres. Serán aquellos que tengan una verdadera carga por transformar las realidades de los argentinos y argentinas que conforman esta gran nación. Es importante destacar que quienes asuman esta responsabilidad política deberán estar bien preparados y respaldados para la enorme tarea que tienen por delante.
Es la Iglesia quien debe apoyar en todo sentido a estos misioneros. Porque servir al Señor no es solamente misionar hasta los confines del mundo por la causa de Cristo. La política también es un campo de misión y servicio en el que debemos aprender a movernos. Es un espacio que en muchos casos está regido y dominado por directrices muy distintas a las que estamos habituados dentro del ámbito cristiano, por eso debemos generar una verdadera transformación también dentro de él.
Estoy convencido de que tenemos que hacer un trabajo profundo, estructural: “La cosecha es abundante, pero son pocos los obreros” (Mateo 9:37). Sin lugar a dudas, en nuestras iglesias hay jóvenes, mujeres, hombres que tienen una gran carga por aportar su semilla en esta área.
Para eso debemos acompañarlos como Iglesia en los procesos de transformación que desarrollen en los lugares donde actúan. Pero, atención, no nos equivoquemos. No se trata de “llevar la Iglesia a la política”. La Iglesia tiene que seguir siendo Iglesia y haciendo su trabajo: evangelizar, discipular, servir, cumplir con el mandato que Jesús nos dejó en Mateo 28:19-20.
El misionero en la política, como todo misionero, debe saber que, por momentos, va a estar solo.
Pablo A. Repetto, concejal por el distrito de Almirante Brown, Buenos Aires.
En algunas ocasiones no lo van a comprender ni sus propios hermanos. Esto es parte del proceso de transformación que Dios llevará a cabo en su vida.
Algunos podrán opinar que no es conveniente involucrarse en política ni formar parte de un partido. Pero, sepamos, la participación política no es un fin en sí mismo, es un medio para la transformación. Debe conformarse un buen equipo que acompañe al misionero donde sus principios e ideales sean innegociables, donde no se pierda de vista que el centro de todo es Jesús.
En la Biblia encontramos diferentes personajes que Dios usó para influir en ámbitos de gobierno. Ahí tenemos mucho material para aprender: José, Moisés, Esther, Nehemías, etc. A esto debemos sumarle la gran cuota de estar dispuestos a servir y prepararnos. Ser los mejores donde nos toque actuar.
Tenemos que “subir la vara” en cada cosa que hagamos, marcando la diferencia, haciendo todo con amor, sabiendo que el que está adelante es nuestro prójimo. Pongamos en práctica los dones que Dios nos ha regalado, orando por aquellos que más lo necesitan, siendo agentes de paz.
Trabajemos juntos, más allá de nuestras diferentes miradas y opiniones. Presentemos en conjunto proyectos para el ámbito nacional, provincial y municipal.
Demostremos que podemos trabajar en unidad y marcar la diferencia.
Pablo A. Repetto, concejal por el distrito de Almirante Brown, Buenos Aires.
Dejemos que Dios trabaje en nosotros; que Él sea quien nos brinde estrategias claras y sabias de transformación, sin creernos los dueños de la verdad. Procuremos entender que vivimos una guerra espiritual diaria, continua, y que cada ataque se gana con oración y acciones.
Durante una conferencia sobre Política y Reino, escuché al Lic. Gerardo Amarilla —por entonces diputado en la República Oriental del Uruguay—, quien muy sabiamente dijo: “Si un cristiano se mete en política, antes que nada, debe contar con su propio equipo de intercesión, de lo contrario no va a durar ni dos segundos…”. La iglesia por mucho tiempo dejó la esfera política en manos del adversario. Pero hoy, gracias a Dios, estamos retomando aquellos lugares que se habían abandonado.
Animo a jóvenes, y no tan jóvenes, a responder afirmativamente al tan vigente “llamado macedónico” (Hechos 16:6-10) que la arena política nos está haciendo extender el Reino de Dios también allí. Valdrá la pena poner las manos en el arado para trazar los surcos donde correrá el Agua de Vida en un ámbito que durante mucho tiempo sufrió sequía.
Si este es tu llamado, declaro la intervención sobrenatural del Señor en tu vida para que se cumpla su voluntad y tu anhelo. ¡Pasa y ayúdanos!