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El perfeccionismo, una fuente de ansiedad silenciosa

El perfeccionismo es un aparente aliado que si dejamos de registrar se puede volver una gran fuente de ansiedad y angustia.

La línea entre aumentar el esfuerzo para resolver de manera excelente y perseguir resultados imposibles, puede ser muy delgada. El salir de nuestra zona de confort puede ser beneficioso y recomendable, sin embargo, si esto no se hace con equilibrio podremos estar gravemente heridos pensando que esto es bienestar. No todo lo que es habitual, es saludable.

El perfeccionismo es un obstáculo silencioso, con una apariencia muchas veces anhelada en los diferentes ámbitos. Utiliza disfraces deseables, se esconde en la idea de “hacer lo mejor” para sostener su lugar en nuestras rutinas. No obstante, es un extremo que puede provocar mucho daño a nosotros y a los demás. Podemos estar expuestos a estructuras que sistemáticamente nos hacen priorizar formas y transforman esto como el objetivo final.

La meta, poco a poco, pasa a ser realizar acciones de una determinada manera, y secundariamente ver hacia a dónde nos llevan. Todo esto puede estar pasando y no lo estamos visualizando. En el tiempo de la primer venida de Jesús, las personas que parecían tener más conocimientos, más herramientas, de aquellos que se suponía que estarían mejor preparados, se perdieron tanto en las formas que se olvidaron el propósito (Mt. 23:27-32).

El perfeccionismo nos lleva a elevar tanto la vara, que las apariencias pasan a ser más importantes que la esencia.

Lucas Torrez

Se enfocaron tanto en un estándar, que ni ellos lo cumplian. No entraban, pero tampoco dejaban entrar (Mt 23:13) Tan sumergidos en sus parámetros, que no se dieron cuenta que Jesús estaba con ellos. El perfeccionismo puede ser un obstáculo para que nosotros mismos y otros se acerquen a Dios. Si nuestro deseo por sostener estructuras, no nos permite ver a Jesús, estamos perdiendo el tiempo.

Si nuestro deseo por cumplir expectativas se vuelve más importante que Dios mismo, estamos teniendo un ídolo en nuestra vida. Si lo que hacemos por Dios se transforma en nuestra prioridad por encima de Dios, estamos errando al blanco. Esto abre puertas a varios aspectos. Por ejemplo, la inseguridad, el temor, la ansiedad, la angustia, la dependencia emocional, la búsqueda de aprobación en la gente por encima de todo. En otras palabras, el perfeccionismo corre a Dios del centro, y nos sienta en el trono a nosotros. Nos lleva a tener que validar constantemente esa posición, a través de nuestras producciones. De hacer para ser.

Nos convierte en esclavos, cuando Jesús nos hizo libres. Nos hace salir a buscar afuera lo que Dios ya nos ha dado. Una de las claves para desactivar una trampa, es registrar la existencia de esta. Tomemos decisiones para salir del “modo automático”, seamos intencionales. No dejemos el lugar a continuar con estructuras sin esencia, rutinas sin visión, formas sin propósito, proyectos sin Dios.

Recordemos algunas llaves que cierran las puertas al perfeccionismo y las abren a Jesús. Somos suficientes en Dios (2 Cor. 3:5). Su amor no cambia por nuestros errores (Num 23:19) No estamos en un examen, somos aceptos en el amado (Ef.1:6). El nos ama (Jn 3:16) No se trata de nuestras capacidades, sino de su elección y fidelidad (Rom 5:8, Ef. 2:4-5, 1 Jn 4:10) Podemos equivocarnos sin que esto signifique fracaso.

Errar es parte del aprendizaje. Busquemos ajustar nuestras expectativas, de nada sirve perseguir una meta inalcanzable que en el camino nos destruya, dañando también nuestro entorno. Avanzar, crecer, mejorar, requiere también de procesos. Tiempos en los cuales aprendemos y actualizamos pensamientos (Rom 12:2). Tal vez nos colocamos estándares tan altos que están hechos para que no los alcancemos. Busquemos ayuda si esto tiene influencia en las diferentes áreas de nuestra vida. Pongamos un límite al perfeccionismo silencioso. Es tiempo de tomar decisiones para sanar nuestro corazón, dejándole el primer lugar a Dios

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