Supongamos que tenemos una amiga que se llama Juanita.
A Juanita le hablaron de Jesús y ella quedó muy impactada, tanto que decidió empezar a congregarse en una iglesia. Luego formó nuevos amigos ahí y se aprendió canciones nuevas. Al poco tiempo comenzó a servir en el área de multimedia. Juanita ofrenda y diezma. Cada tanto, mira prédicas en Youtube de sus predicadores favoritos y está leyendo un libro, el cual, escribió uno de ellos. Incluso Juanita se la pasa viendo contenido cristiano en Instagram y TikTok.
Cualquiera diría que a Juanita le está yendo muy bien en su caminar con Dios… ¿Verdad?
La realidad es que a pesar de que Juanita hacía todas estas cosas, su corazón y mente no estaban siendo renovados cada día. Ella seguía tratando irrespetuosamente a su mamá, y haciendo trampa en los exámenes. También continuaba posteando fotos reveladoras, hablando mal de sus compañeros/as a sus espaldas, diciendo malas palabras y mandando chistes “negros” a su grupo de amigos a cada rato.
Hace tiempo, Dios me confrontó haciéndome saber que yo estaba teniendo algunas de las actitudes de Juanita. No se trata de que siendo cristiano haya una lista de cosas que no podemos hacer, si no que hay una lista infinita de cosas que se supone que no deberíamos anhelar hacer. Esta es la famosa “tibieza” o “doble vida” que muchos cristianos llevan.
Si lees Mateo 23 te vas a dar cuenta de que la cultura religiosa e hipócrita viene desde hace mucho tiempo. Jesús reprendió la actitud de los fariseos y los maestros de la ley religiosa, porque a pesar de que lo que enseñaban era correcto (v3), sus vidas no demostraban frutos de haber adoptado esas enseñanzas en sus corazones, solo estaban en sus bocas.
Lo que a Juanita y a mí nos faltaba es vivir diariamente en comunión e intimidad con el Padre. Mirá lo que Dios nos dice a través de Pablo en este texto:
Juanita y yo necesitamos rendir nuestras vidas como sacrificio todos los días, tener como prioridad la intimidad con el Padre cada mañana, y obligar a nuestra carne a orar y a leer la Palabra, porque es así como el Espíritu nos va transformando.
“Dios ya tomó nuestra forma a través de Jesús, para que nosotros podamos tomar Su forma a través del Espíritu”
(Frase tomada del libro “Hijos de la intimidad” de Mariano Sennewald)
Luego de haber sido redimidas, perdonadas por Su sangre gloriosa, Juanita y yo debemos ser restauradas, cambiadas por el poder de Su Espíritu. Estamos llamadas a ser como Jesús, a parecernos cada día más a Él, en santidad, en amor, en justicia, en misericordia y en fe. Literalmente, llamadas a ser perfectas como Él lo fue. (Lee Mat 5:48)
Es importantísimo que entendamos que como hijos estamos en un proceso de cambio constante, y hasta Su venida nos encontraremos siendo renovados cada día. ¡Y OJO! Para nada es mi intención caer en el errado concepto de que este proceso lo debemos generar nosotros por nuestras fuerzas. Él es el rey, nosotros los lisiados, Él es el limpio y nosotros los sucios y es correcto que tengamos la confianza de presentarnos tal y como estamos ante Él.
Por supuesto que el proceso no va a ser perfecto, seguiremos cayendo como dice 1 Juan 1:8-10, pero nuestro proceso es ascendente como dice Fil. 3:13-14.
Lo que sí debemos hacer es ser intencionales en nuestra búsqueda diariamente y trabajar junto con el Espíritu para brillar frente a las tinieblas del pecado. Tu tiempo devocional debe ser un “no negociable” en tu día. Nuestra adoración a Él no puede ser superficial. Un toque de Su Espíritu debe movernos por completo, no solo lo visible, no solo lo obvio, sino todo.
Ahora, Juanita y yo sabemos que la intimidad con el Padre es la clave para nuestro caminar con Dios y ya hemos comprobado que en verdad estamos viviendo lo que Pablo nos enseña en Filipenses:
Seguimos sirviendo, leyendo libros, consumiendo contenido cristiano, creciendo en la fe, con amigos en la iglesia pero tenemos como prioridad nuestra intimidad con Papá. Y, sorprendentemente, ambas hemos empezado a notar un cambio en nuestra manera de vestir, de hablar, de reaccionar ante las presiones y lo más hermoso es que tenemos la plena seguridad de que no viene de nosotras, sino del toque fresco que produjo el Espíritu. Se trata de un cambio sincero, honesto.
Te animo lector/a, a orar para que manifiestes los frutos de tu salvación, los frutos del Espíritu. Te animo a buscar adorar a Dios cuando obedeces a tus papás, cuando te negás a hablar mal de otra persona, a guardar silencio ante una discusión y ser un agente de paz en medio de esa situación, a revisar tus perfiles en las redes sociales y dejar de taparte los oídos cuando escuchas que el Espíritu te susurra que esa foto no es apropiada.
Él es digno de toda alabanza y honra de nuestra parte, desde las cosas pequeñitas hasta las más grandes. El buen Padre recompensa a sus hijos por su anhelo de satisfacerlo en cada área de nuestras vidas. Te aseguro que si buscas primeramente tener intimidad con Él, si fijás tus ojos en Jesús, toda tu vida experimentará Su toque glorioso y verás un cambio rotundo en tu persona siempre desde adentro hacia afuera.