Las ciudades antiguas, como vimos en la nota anterior, estaban rodeadas por gruesas y largas murallas. Algunas más fortificadas, con materiales más resistentes como piedra y, otras, con una simple empalizada, con palos o barro. El entrar y salir de ellas era una situación cotidiana, que se repetía con frecuencia. Las puertas ubicadas en esas murallas fueron el objeto que permitía a los ciudadanos hacer eso.
Estas, además, proporcionaban lugares que permitían comerciar, mendigar o realizar otras actividades económicas, cuando los dirigentes de la ciudad no permitían hacerlo adentro. La Biblia también las registra como parte de los milagros, sucesos de guerra o aun como metáfora en algunos Salmos.
Cuidar las puertas: la metáfora de que no cualquiera puede entrar
“Si el Señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes” (Salmos 127:1).
“Eleven, puertas, sus dinteles; levántense, puertas antiguas, que va a entrar el Rey de la gloria” (Salmos 24:7).
David utilizó la metáfora de las puertas cuidadas para demostrar lo activo y la defensa que debía realizarse, para cuidar la ciudad. Permitir que cualquiera entrara era permitir que cualquiera tomara la ciudad, en este caso Jerusalén, la ciudad escogida por Dios.
Los vigilantes eran parte de la defensa de la ciudad. Ubicados en las arribas de las murallas, veían quién estaba por entrar a la ciudad y, si no era de confianza o si era un mendigo —tratado como indecente—, era negado su acceso.
Es por esto, por las dificultades que podría tener el dejar el acceso libre, que en el Salmo 127 hace referencia de que, aun así, es necesaria la protección de Dios. Por más fortalecida y prestigiosa que fuera la defensa, tanto las murallas como las puertas, si era su voluntad que extraños entraran en ella, podía pasar lo peor, por sobre toda fuerza humana.
Otra de las promesas del Señor, otorgadas al pueblo de Israel en el exilio, fue la de prometer que extraños no entrarían por las puertas.
Ocho puertas, algunas nuevas, otras viejas
En el caso de la ciudad de Jerusalén, contenía ocho puertas por las cuales se podía entrar. Estas tenían nombres que hacían referencia a sus características más particulares, tanto a quien la construyó o qué se hacía en ellas. Sus nombres son:
- Puerta de Herodes
- Puerta de Jaffa
- Puerta de Damasco
- Puerta Dorada (o de las Flores)
- Puerta Nueva
- Puerta de los Leones
- Puerta del Estiércol o Muladar
- Puerta de Sion
Como puede saltar a simple vista, la Puerta del Estiércol o Muladar es aquella por la cual se salía a un campo abierto a tirar la basura o a tirar los desperdicios.
En el caso de la de Herodes, no se sabe por qué lleva este nombre siendo que no fue construida durante el reinado de Herodes.
La de Damasco hace referencia a la ubicación, debido a que se encuentra al norte, apuntando a Siria, de donde provenían algunos gobernantes de Israel.
También, estas puertas permitían la entrada a los distintos barrios ubicados dentro de la ciudad, como el Barrio Armenio, Musulmán, Cristiano o Judío. Esto permitía, casi de forma discriminatoria, que, a lo largo de la historia, las distintas etnias religiosas no se mezclaran en la circulación cotidiana.
La Puerta Dorada: sellada por los musulmanes
Como explica el sitio Land of the Bible, la Puerta Dorada, Este o de la Misericordia —todos estos nombres están permitidos—, se encuentra sellada desde la conquista musulmana de Jerusalén debido a que cuenta con la siguiente profecía:
“El hombre me hizo regresar por la puerta exterior del templo, la que daba al oriente, pero estaba cerrada. Allí el Señor me dijo: ‘Esta puerta quedará cerrada. No se abrirá, y nadie deberá entrar por ella. Deberá quedar cerrada porque por ella ha entrado el Señor, Dios de Israel. Tan solo el príncipe podrá sentarse junto a la puerta para comer en presencia del Señor. Deberá entrar por el vestíbulo de la puerta, y salir por el mismo lugar’” (Ezequiel 44:1-3).
Debido a que la profecía explica que, por esa puerta, entrará algún día el Mesías a Jerusalén, esta se selló y se colocó un cementerio musulmán, para que nunca pueda atravesarla el Elegido al estar ocupada por islámicos.
Para juicios también eran útiles
El mismo sitio antes mencionado también aclara que las puertas de las distintas ciudades, en tiempos de paz, servían como juicios públicos. Esto se debía a que eran lugares populares, donde circulaba una cantidad importante de personas, lo que permitía que fueran testigos de lo que estaba sucediendo.
Jesús también utilizó la metáfora de la Puerta
“Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo. Se moverá con entera libertad, y hallará pastos” (Juan 10:9). Era tanta la familiaridad con las puertas, que Él también utilizó esta figura, como aquel que permite salir y encontrar descanso. Acá es donde se ve la importancia que tenían para los israelitas. Hoy no se encuentran en las ciudades, pero tuvieron su papel relevante.
Actualmente ya no existen ni las puertas ni las murallas, pero Jesús sigue siendo el mismo.