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Volvamos al Pesebre

Si te pregunto: “¿Cómo estás llegando a fin de año?”, ¿Cuál es el primer pensamiento que viene a tu mente?

Charlando con amigas y con mujeres en distintos ámbitos durante las últimas semanas, las afirmaciones coincidían: “explotada”, “con el último aliento”, “arañando las paredes”, “colapsada”, “cansada y sin fuerzas”, “consumida”, “me está costando disfrutar lo que tanto esperé”, y otras respuestas por el estilo que nos llevan a un punto en común: agotamiento. Agotamiento físico, mental, emocional y espiritual. ¿Te sentís identificada?

En esta época tan linda del año, en la que se acerca una de las celebraciones más importantes para los cristianos, es cuando solemos experimentar un desgaste mayor, en medio de las actividades de cierre en todos los ámbitos: en el trabajo, en la escuela, en la iglesia, con los amigos y familia, sumado esto a las despedidas, reuniones extras y tantas tareas que se acumulan, además de los preparativos propios de las fiestas.

Las lucecitas titilantes, los adornos, los regalos, las ofertas y las decoraciones coloridas llenan los espacios a nuestro alrededor y nos invitan permanentemente a ingresar en ese frenesí colectivo que se contrapone de mil maneras al sentido real de la Navidad, la cual puede llegar a convertirse, para muchas personas, en una fuente de estrés, en vez de ser una celebración de gratitud y alegría.

Cuántas de nosotras nos encontramos, en estas semanas previas a las fiestas, envueltas en un torbellino de labores de las que, por un lado, queremos participar y disfrutar —porque las consideramos importantes— y, por otro, esperamos que pasen rápido, para tacharlas del “check list” interminable, que generalmente se extiende hasta Año Nuevo.

Vamos intentando administrar las tensiones, superar los desafíos y llegar con todo, al mismo tiempo que continuamos avanzando y asumiendo las responsabilidades propias de la dinámica que nos toca atravesar. Pero ¿no te pasa que en ese intento de mantener el equilibrio, en ocasiones, se torna inevitable el desborde?

Posiblemente, en este último trecho, nos gana el cansancio, nos consumen las obligaciones, nos supera el agotamiento y, sin querer, se van desdibujando incluso los motivos nobles que nos llevaron, en principio, a encarar proyectos, planes y sueños que hoy tal vez finalizan en victoria, pero nos encuentran, a esta altura, casi sin fuerzas.

¿Entonces? Siempre podemos volver al pesebre, el lugar donde todo cobra una nueva dimensión.

En el pesebre hay un niño vulnerable, pero con un propósito imparable. Él me recuerda mi fragilidad, al mismo tiempo que me posiciona en su victoria.

En el pesebre hay familia, amor, alegría y gratitud. Todo lo necesario para bajar las revoluciones y disfrutar en calma de momentos valiosos, únicos e irrepetibles.

En el pesebre hay un milagro. Dios encarnado. Dios con nosotras. El mismo que nos invita a levantar la mirada y volver al eje si es que por alguna razón nos salimos de allí. El que nos regala la oportunidad de plantearnos este último trayecto del año con una perspectiva renovada.

En el pesebre hay paz. El único apuro fue el de los pastores, que a toda prisa corrieron a corroborar con sus propios ojos y llenos de expectativa la noticia más importante de todos los tiempos:

“Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (…)  Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre” (Lucas 2:11-12,16).

¡Que el agotamiento no nos desenfoque! Que los compromisos, las compras, las corridas y la vorágine a nuestro alrededor no empañen ni diluyan el sentido y disfrute de estos días tan significativos en los que, por encima de todo, Cristo es el centro.

Mayra Djimondian
Mayra Djimondian
Licenciada en Orientación Familiar, Coach Ontológico y escritora. Mediante sus libros, conferencias y talleres, capacita, potencia y activa a mujeres y familias desde un abordaje integral para desarrollar ser su mejor versión y vivir en plenitud. Es mamá de tres hijos y, junto a su esposo, pastorea la iglesia Tierra de Avivamiento, CABA.
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