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Viviendo en familia una VIDA INTELIGENTE

«Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en su Hijo. 12 El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida». 1 Juan 5. 11 – 12 NVI

En la Vida que nos fue impartida está la inteligencia de Dios mismo. Como seres humanos, por diseño tenemos en la sangre la defensa contra cualquier ataque a nuestra salud.

En ella hay una naturaleza inteligente, hay vida. Así podemos entender que la Vida que portamos, por ser espiritual y eterna, y por ser la sustancia misma de Dios, es una vida altamente inteligente. Portamos la genética del primogénito, del primer gen: Cristo.

Toda vida tiene dos elementos básicos:

  1. Conocimiento innato: nace y sabe.
  2. Habilidad innata para gestionar ese conocimiento: todo diseñado para llevar adelante la vida que porta.

Un claro ejemplo de esto es un pez que no necesita que se le enseñe a nadar o tomar oxígeno debajo del agua. Tampoco un pájaro necesita que le enseñen a volar ni un perro que le enseñen a ladrar.

Cristo, quién es la Vida, fue impartido a nosotros y ahora es Él nuestra Vida. Es Dios mismo viviendo en nosotros por el Espíritu Santo. Somos nueva creación, participantes de la naturaleza divina. Él puso en nosotros la Vida, junto con la habilidad para vivir esa vida.

«He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí«. 

Gálatas 2:20 NVI

«Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria». Colosenses 3. 1 – 4 NVI

«Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina». 2 Pedro 1. 3 – 4 NVI

Al escapar de la corrupción por obra de la cruz, hemos recibido nueva vida y fuimos hechos participantes de la naturaleza divina.

Nuestra tarea como padres es formar la vida de Cristo en nuestros hijos.

David Firman

Una de las principales maneras de lograrlo es hacernos cargo de nuestra responsabilidad como autoridad delegada por Dios sobre ellos para la preservación y cuidado de la vida. Cristo es formado en nuestros hijos cuando les enseñamos obediencia.

Cuando se forma a Cristo en ellos, ya no necesitamos depender de las personas como niños, porque tenemos la madurez de escuchar la voz de Dios y honrar Su vida en nosotros. Como ministros del Nuevo Pacto, de la vida en el espíritu, nuestra tarea es ayudar a nuestros hijos en el desarrollo de la Vida de Cristo en ellos. Esa madurez no los llevará a la dependencia sino a la interdependencia, que es la vida corporativa y que se aprende en la familia.

Nuestra vida cambia para siempre cuando descubrimos la Vida que portamos y entendemos cómo opera en nosotros. Entendiendo esto, todos los vínculos dejan de ser de dependientes y pasan a ser de interdependientes por causa del Propósito Eterno. El plan es manifestar la obra consumada de Cristo en la cruz. Para eso debemos conocer qué sucedió en la cruz.

La recomendación del apóstol Pablo, escribiendo tanto a los Efesios como a los Colosenses, fue: “hagan morir lo terrenal en ustedes…” (ver Colosenses 3), “despójense de la vieja naturaleza y revístanse de la nueva…” (ver Efesios 4). De esta manera es que se ve Su vida y no la nuestra, muriendo a nosotros (a la carne) cada día y que viva y se exprese Cristo.

Nuestra autoridad es representativa. Por lo tanto, no está en las formas o las posiciones sino en la revelación de quién es Cristo.

«En los días de su vida mortal, Jesús ofreció oraciones y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su reverente sumisión. Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; y, consumada su perfección, llegó a ser autor de salvación eterna para todos los que le obedecen» Hebreos 5. 7 – 9 NVI

Él no necesitaba morir para ser Hijo. Él necesitaba morir para recibir y recuperar la autoridad como cabeza sobre toda la creación. Fue un sacrificio muy grande. Por lo que padeció, aprendió obediencia.

Debemos honrar la autoridad que nos fue dada como padres. Cuanto más lo vemos, más obedeceremos. La obediencia es producto del aumento de Cristo en nosotros. Los padecimientos vendrán para producir obediencia, porque desde la perspectiva de Dios, todo se trata de autoridad y obediencia para preservación de la vida.

Que la expresión de Cristo sea tan fuerte en nosotros que nuestros hijos y quienes nos rodean quieran Su vida más por lo que ven en nosotros que por lo que les decimos.

David Firman
David Firman
Psicólogo egresado de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología, egresado de la Universidad Nacional de Rosario. Terapeuta Familiar. Bachiller en Teología, egresado en el año 2001 del IETL de Rosario. Pastor en CTHTN Rosario y zona. Escritor y Conferencista.

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