Una vez escuché decir “una herida que no se deja de tocar no sana”. Entendí entonces que, así como las heridas físicas cuando no dejamos de tocarlas no se curan, las heridas emocionales no sanarían si constantemente se están hurgando.

¿Y cómo es que tocamos una herida emocional? Una forma puede ser recordando, dejando que los pensamientos sobre esa herida lleguen y se instalen en nuestra mente. Podría ser también alimentando cada día esa herida, con recuerdos, con suposiciones, con el simple hecho de dejar activa la mente.

Y existen muchas formas de sanar una herida, pero quienes hemos creído en el Hijo de Dios tenemos la forma más sencilla y grande a la vez de poder superar cualquier tipo de roto en el alma. Ocurrió en la cruz, la forma de sanar tus heridas de hoy se originó hace miles de años en la cruz.

Si bien la ayuda de la ciencia o los mismos humanos es muy valiosa e importante, tenemos al mismo Dios viviente ofreciéndonos sanar esas heridas que, aunque no le pertenecen, es capaz de (si tuviera que volver a hacerlo) llevar encima de sus hombros la cruz una y mil veces más para sanar tus heridas por el simple hecho de amarte. 

Como dice el Salmo 147:3, “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”. Ya no necesitamos nada más que solamente encontrarnos cara a cara con la cruz, el lugar de muerte y resurrección, el lugar en donde llevas un corazón muerto, roto, destrozado, y Dios puede devolverte uno completo, restaurado, lleno y en paz. 

En la cruz no importa lo que te hicieron, la cantidad de personas que te dañaron, las estafas o mentiras, la profundidad de esas heridas o el origen. En la cruz simplemente importa Él, porque no hubo, no hay, ni jamás habrá nadie que ocupe ese lugar que nos pertenecía.

Cuando entendemos que la única persona a quien debemos aferrarnos el día entero es a Jesús, entonces nadie puede dañar nuestro corazón, porque el único que tiene acceso a ese lugar es Él. Las acciones de otras personas imperfectas como nosotros quedan fuera. Pero la decisión es nuestra. 

Jesús es la única persona que sería incapaz de fallarte. Podrías fallarle miles de veces a Él y aun así Él seguiría siéndote fiel. Así como nuestra naturaleza puede empujarnos a fallar, herir, lastimar, la naturaleza de Dios lo empuja a amar.

“O abrimos nuestro corazón solamente a su presencia o vivimos abriéndolo a las personas, que fácilmente podrían dañarnos como es propio de la naturaleza humana”. 

Poniéndonos desde el lado de la empatía de nuestra naturaleza humana, podemos quizás entender y sanar muchas de esas heridas que han quedado en nuestro corazón y aún duelen. A veces nos preguntamos “¿Por qué, Dios, no te llevas a los “malos”? y listo, así podríamos vivir en paz”. Y una vez escuché una respuesta que me dejó sin palabras en la boca. “Porque tendría que empezar contigo”, diría Dios. 

Y es que todos pecamos, porque todos tenemos la misma carne que desea envidiar, desea los celos, desea lo terrenal y no tiene ganas de “portarse bien”. Nuestra carne, por más de que intentemos disfrazarla de “buena persona”, sigue siendo carne. Y si hay heridas en tu corazón, entonces fue porque hubo un humano que expresó su naturaleza y otro humano que dejó abierto el acceso a que ocurriera.

Pero Dios no nos culpa, sino que nos llama. Dios anhela que le entregues tu corazón para sanarlo y luego cuidarlo por el resto de tu vida. Dejalo en buenas manos. Decidilo hoy y entregale no solo tus heridas a Dios, sino que tu corazón completo.

Joven de nacionalidad Argentina. A sus 14 años le diagnosticaron Leucemia y a partir de este suceso se convirtió en escritora, actriz y creadora de contenido motivador y de amor propio en las redes sociales. Ganadora del premio joven abanderado de la Argentina Solidaria 2018 y agente joven de cambio en Ashoka.