Cuando tenía 18 años no tenía ni idea de qué quería hacer con mi vida, incluso durante mi adolescencia, sabía que conseguir un trabajo o asentarme en un lugar no era lo que quería. Quería ver el mundo.
Entonces, me puse en contacto con varias agencias misioneras porque pensé, “si voy a ver el mundo, al menos voy a hacer algo ‘bueno’”. Escribí a unas siete u ocho agencias, pero todas y cada una de ellas me respondieron que era muy joven, sin experiencia, profesión o formación teológica.
Después de varios meses de recibir cartas diciendo lo mismo, la mamá de mi amigo me contó que ella trabajaba para el director de una agencia misionera y por qué no les escribía. Pensé en hacer su vida más fácil y le dije que era joven, sin experiencia, profesión o formación teológica. Me respondió invitándome para tener una entrevista.
Después de una o dos semanas charlando y llenando formularios, me invitaron a servir en Zambia por un año. Sin dudas, fue la mejor decisión que pude haber tomado. Ubicado en la parte occidental, en el medio de la nada, trabajé en el área de mantenimiento del hospital misionero.
Arreglé autos, desarmé generadores, soldé y coloqué puertas, instalé plomería, construí paredes. Me encantó. No había dos días iguales y todo lo que hacía, de alguna manera, servía a la misión y, por lo tanto, a Dios. Estaba marcando la diferencia. Estaba ayudando a Dios con herramientas en mis manos.
Quería volver y hacer algo así por el resto de mi vida y darme cuenta de que nunca iba a ser un doctor, contador o ingeniero, mi entrada en las misiones iba a ser a través del mantenimiento, por medio del servicio práctico.
El año en Zambia voló y enseguida me encontré de vuelta en Inglaterra pensando el siguiente desafío. Trabajé en mi iglesia por un año y me convertí en el pastor de jóvenes. En la iglesia vecina el pastor era constructor. Trabajé para él por tres años y durante ese tiempo me pagó los estudios en una escuela técnica para ser albañil. Tomé esto como un medio para volver al campo misionero.
Mi plan se desmoronó
El trabajo que tenía se terminó cuando la recesión golpeó al Reino Unido. Busqué cualquier otro trabajo que pudiera encontrar y terminé manejando una camioneta repartiendo paquetes y envíos.
En ese tiempo conocí a Joanna, con quien decidimos casarnos. Por aquella época ella era maestra y me animó a buscar un trabajo con perspectivas de futuro. Con Jo nos casamos y comenzamos una familia, y entonces, comencé a orar y sentir que Dios me estaba guiando en dirección al ministerio, lo que sea que eso significara.
«Lideramos el grupo de jóvenes en nuestra iglesia. Comencé a buscar capacitarme en esa área. Después de hablar con varios institutos bíblicos, parecía que no iba a encontrar nada y comencé a perder un poco la esperanza de lo que el futuro podría tener para mí».
Y entonces, de la nada, recibí un folleto de un instituto bíblico que entrenaba a personas que estaban pensando en el ministerio en el exterior u otras culturas. ¡Eso era! Junto a Joanna fuimos a ver el lugar y hablar con gente del staff, el único problema es que debíamos estudiar juntos… Joanna oró y decidió que iba a renunciar a su trabajo como docente para que pudiéramos hacerlo juntos.
Esto fue en 1995, desde ese entonces hemos trabajado juntos y Jo no ha vuelto a enseñar en escuelas (aunque ella enseña mucho en la organización que trabajamos y está a punto de terminar su master en educación, lo cual la está ayudando mucho a establecer una mejor práctica y desarrollar nuevas metodologías en la organización).
De vuelta en los 90, nos capacitamos juntos y sentimos que el Señor nos estaba guiando al mundo hispanohablante. No sabíamos dónde o qué, pero nuestra experiencia trabajando con jóvenes nos llevó a querer seguir invirtiendo en ellos.
Así nos llegó JUCUM
Había una agencia misionera que intentó ayudarnos a encontrar un lugar para poner en práctica lo que estábamos sintiendo en nuestro llamado, pero querían saber a dónde queríamos ir. Dijimos que a Sudamérica, en un área urbana, y nos preguntaron, ¿a dónde? La discusión terminó en que nos presentaron a un inglés, llamado David, de JUCUM, quien había vivido y servido varios años en Bolivia.
«Éramos un poco grandes, teníamos experiencia, habilidades y experiencias de vida, así también como capacitación teológica».
Nos dijo que no éramos los típicos postulantes para unirnos a JUCUM. Teníamos mucho para ofrecer a la misión y él estaba seguro de que no tendríamos ningún problema en encontrar dónde servir.
Nos recomendó que investigáramos lugares donde JUCUM tuviera bases en Sudamérica y eligiéramos un lugar para hacer la Escuela de Discipulado y Entrenamiento, no teníamos ni idea de qué era eso, pero nos aconsejó que hiciéramos una bilingüe, y comenzamos a buscar en el libro de JUCUM (no había internet en ese entonces).
Unas semanas después armamos un plan para estudiar español en Costa Rica, desde enero hasta agosto de 1999, estábamos buscando una EDE bilingüe que comenzara en septiembre, pero no pudimos encontrar ninguna. Un día, David nos llamó para contarnos que había alguien de JUCUM Argentina en Inglaterra y si nos gustaría conocerlo. Dijimos que sí de una y arreglamos una reunión.
El día de la reunión dos de nuestras hijas no se estaban sintiendo muy bien, entonces fui solo, con las palabras de mi esposa haciendo sonando en mi cabeza “no tiene sentido reunirnos con alguien de JUCUM Argentina, solo hacen EDEs en abril y enero y no tienen escuelas bilingües”.
A medida que la conversión avanzaba, José María me contó que el año anterior habían dado su primera EDE bilingüe y que iban a dar una cada septiembre, ¡estaba en shock, eso no estaba en el libro! Y entonces agregó que el equipo había estado orando para que Dios enviara una pareja que hablara inglés y que pudieran ayudar a discipular a aquellos que hablaran inglés nativo.
Era como si José María hubiera sabido todas las cosas por las que habíamos estado orando y buscando, y viniera a pedirnos que nos sumáramos a trabajar con ellos.
Terminamos la charla orando juntos y José María me pidió que ore para ir a hacer la EDE bilingüe a Argentina y sumarnos al equipo. No podía esperar a llegar a casa y contarle a Joanna. Y eso fue lo que hicimos.
Vivimos en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires, por ocho años, y durante ese tiempo lideramos varias EDEs, luego de realizar la nuestra. Impactamos la vida de unos 800 jóvenes, y en el 2007 volvimos a Inglaterra, en obediencia a lo que el Señor nos estaba guiando.
De vuelta a casa
En Inglaterra continuamos con el servicio en JUCUM y lideramos entre 600 y 700 jóvenes durante sus EDEs. Junto con todo el impacto que hemos tenido en la vida de los jóvenes bajo nuestro cuidado, y el impacto que hemos tenido a través del evangelismo, la enseñanza y la predicación, inevitablemente, a medida que uno envejece y pasa más y más tiempo en la misma organización, uno comienza a asumir cada vez más responsabilidades y a formar parte de diferentes equipos y grupos de trabajo.
Todo eso está bien, es un reflejo del amor y la devoción al Señor expresados a través del compromiso con el entorno en el que te encuentras. Está bien.
Edificar un cambio
Hace unos seis años comencé a hacer preguntas sobre la vida y lo que estaba haciendo. Para ese momento, mis hijas habían crecido, una se había ido de casa y los otros dos estaban terminando la secundaria y preparándose para la universidad.
Me sentí como si fuera un adolescente de nuevo, buscando una vida plena. Una vida abundante. Una vida apasionante. La vida que estaba viviendo estaba llena de reuniones, llamadas telefónicas, correos electrónicos y citas. Todo eso va con el rol, pero comencé a reflexionar en que me involucré en la misión, no para estar atrapado en una oficina, sino para hacer algo práctico. Para marcar una diferencia que pueda medirse y verse.
Empecé a preguntarme qué me estaba perdiendo, qué quería hacer, y me encontré identificando tres cosas. Amo viajar. Me encanta el trabajo práctico y construir muros. Me encanta salir con otros hombres (crecí jugando fútbol de la liga local y trabajando en obras de construcción, disfruté del humor y la camaradería de este tipo de entorno).
«Después de pensar un poco y orar, reuní un equipo de hombres para ir a Sudáfrica a construir una casa para una familia».
El equipo que reuní incluía a mi papá, de 70 años, alguien que hizo una EDE conmigo años antes, otro que trabajó conmigo en JUCUM y mi mecánico que no va a la iglesia ni es creyente. En total, siete de nosotros fuimos durante una semana y terminamos la casa que mi amigo Jeremy y su equipo comenzaron a construir la semana anterior.
Eso fue en 2016. Desde entonces, he tomado tres equipos más, cada vez durante dos semanas, para construir una casa simple, cimientos, paredes, losa del piso y techo, con puertas y ventanas. No hay electricidad ni fontanería, pero eso es normal en las casas de los barrios donde hemos trabajado.
Estoy pensando en tomar otro equipo en 2022. También estoy buscando cómo pasar la posta de algunas de las responsabilidades que llevo a aquellos que son unos años más jóvenes que yo, lo que les da algo por lo que trabajar y comienza a darme algo de espacio para hacer las cosas que quería hacer cuando me convertí en misionero.
Steve Bishop es un pastor misionero desde hace 20 años. Su ruta hacia el ministerio transitó por el trabajo de albañil y después estudios bíblicos y transculturales, antes de servir al Señor como misionero de Juventud Con Una Misión. En el 2007 Steve y su familia volvieron a Inglaterra después de ocho años en Argentina. Steve está casado con Joanna y tienen tres hijas y una nieta.