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Sin querer o queriendo

Con el correr del tiempo, uno comienza a analizar ciertas conductas y a menguar la marcha para colocar las cosas, en lo posible, cada una en su lugar. Uno se pone más pensativo y, quizás, más sensible. Hace un balance de lo realizado, y encuentra que algunas cosas deben ser repensadas. Tengo el privilegio y la gran tarea de liderar un equipo de amigos, de los cuales me siento más que orgulloso, si es que esa palabra cabe en esta reflexión. 

Mientras todo está corriendo a una velocidad sin precedente, se hace difícil, a veces, colocar un punto aparte, y, sin querer o queriendo, todo parece ser punto y seguido. Y a veces, apenas una pequeña coma. 

De repente, el verdadero liderazgo —que se trata de amistad y de recorrer el camino juntos— se transforma, sin querer o queriendo, en una perspicaz manipulación. Y es que hay un hilo realmente fino entre liderar y manipular. 

Súbitamente, sin querer o queriendo, tomamos posesión de las decisiones del liderado, y entonces es cuando cambian los valores o propósitos genuinos. Lo que debería tener como objetivo el crecimiento espiritual, social, cultural de la otra persona, pasa a ser una estrategia para convertirlo en nuestro súbdito, para beneficio propio. Sin querer o queriendo, ya no es el liderado el más importante. Ahora, nosotros somos el centro. Les enseñamos lo que tienen que obedecer y no, lo que deberían hacer por sus propias decisiones. Sin querer o queriendo, nos apoderamos de sus tiempos, de sus prioridades, de sus deseos, de su crecimiento. 

«Les quitamos, sin querer o queriendo, la oportunidad de pensar y de opinar. Y si lo hacen, sienten que han fallado a nuestro liderazgo o que se han convertido en unos rebeldes sin causa».

Marcelo Ingrao

Les arrebatamos la capacidad de entender que Dios anhela y quiere cumplir su divino propósito en sus vidas, y que esto será posible sin nuestro “papado” eterno en el medio. 

Generamos, sin querer o queriendo, una dependencia tal hacia nosotros que no pueden tomar las decisiones más básicas en sus vidas sin consultarnos primero. En vez de transmitirles seguridad y dependencia de Dios, les infundimos temor, miedo, dudas. Como siempre digo, sin querer o queriendo, les robamos “el simple SC”, sentido común. De repente, sin querer o queriendo, vemos que “no pueden hacer nada si no permanecen en nosotros”. Robamos, sin querer o queriendo, el lugar que le corresponde al Señor.  

Si solo pudiéramos estar cerca de ellos para conectarlos con el Cristo resucitado, de manera que la vida del Hijo se expresase en ellos, nos ahorraríamos mucho tiempo y haríamos a la persona libre de nuestras cargas. Saltarían como becerros de la manada porque sentirían esa verdadera libertad. Podrían experimentar el estar crucificados con Cristo y vivir con el Cristo resucitado. ¿Cuánto tiempo debe durar el liderazgo sobre una persona? ¿Toda la vida? No lo creo. Si eso sucede, se debe a que nunca les hemos presentado el verdadero Evangelio. Nos convertimos nosotros mismos en sus evangelios y los mantenemos como niños espirituales toda la vida. 

«Ellos no necesitan nuestro mensaje. Necesitan que Cristo les sea revelado en el espíritu». 

Marcelo Ingrao

Démosle Cristo a la gente. Démosle la gente a Cristo. Prediquemos su Evangelio y actuemos conforme a este. Hagamos de su Cuerpo algo glorioso, vinculado a la Cabeza. Que tenga la sangre del Hijo y no, la nuestra. Enseñemos el servicio desde nuestro propio ejemplo. Sirvámosles a ellos, y no, al revés. Pero hagámoslo con propósito eterno. Presentemos el Evangelio del Reino y no el Otro evangelio. 

Quitemos de sus espaldas el peso que los agobia. Nuestras religiones, estructuras, paradigmas, barreras, leyes, condiciones. Con ambas manos, elevemos sus rostros para que contemplen lo celestial y mostrémosles la faz de Jesús, a fin de que sus ojos se empapen de Él. Y que puedan correr la carrera, ya no mirando sus propios pies, sino el rostro del Maestro.  

“Sin querer o queriendo”, demos a Cristo.

Marcelo Ingrao
Marcelo Ingrao
Forma parte del equipo de editores de La Corriente.

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