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Ser conformados a la imagen de Jesucristo (II)

Un enfoque espiritual al Cristo actual como prototipo de fe, carácter y conducta.

Desde la perspectiva teológica, el ser humano ha sido creado y conformado originalmente a la imagen de Dios como una expresión esencial de la naturaleza ontológica de su ser. Su estado natural fue amalgamado a su estado espiritual, siendo formado de las partículas del cosmos animadas con el aliento divino. 

Sin embargo, al caer en pecado, su conexión vital al terreno de su existencia experimentó la separación, siendo desarraigado de su base esencial, y sujeto a su estado natural (deformado, tergiversado y distorsionado en su forma esencial y su expresión humano-divina).

El ser humano separado y alejado de Dios, necesitó de la gracia y la misericordia divina, de redención y restauración. 

Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU.

El propósito eterno para el cual lo ha redimido es que una vez más, contundentemente, llegue a ser conformado a la imagen de Jesucristo, no a un Cristo judío con toga y sandalias sino a su ser glorificado y transcultural. Para tal propósito, Dios le ha fijado un destino conveniente y en el proceso de su transformación y conformado, permite que todas las cosas ayuden al cumplimiento de su voluntad (Romanos 8:28-30). 

Tres perspectivas se relacionan al propósito de Dios con el mismo sentido direccional: pasada, presente y futura. Él ha trazado su plan eterno antes de la fundación del mundo, y predestinado en su mente, diseñado en su voluntad, el derrotero del ser humano. En el presente, es el Señor quien promueve el proceso por medio del cual la redención es efectuada: 

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados (…) Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Efesios 2:1-10, RVR1960, énfasis añadido).

La proposición apostólica que figura en 2 Corintios 3:18 provee la base para considerar el proceso por medio del cual, luego de haber sido redimidos (regenerados, renacidos, reformados), hemos de llegar a ser como Jesucristo: «Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo [contemplando-reflejando] la gloria del Señor, somos transformados [experimentamos un cambio radical] a su semejanza con más y más gloria por [mediante la acción, empoderados por] la acción del Señor, que es el Espíritu”. 

De haber fijado un derrotero o destino conveniente en el pasado, Dios obra en el presente, efectuando tal transformación en coparticipación del Espíritu Santo con el ser rendido a su voluntad, en vista al futuro glorioso en el cual «seremos semejantes a Él» en su segunda venida (1 Juan 3:1-2).

Jesucristo mismo es el que nos invita a seguir en pos de Él, a imitar su ejemplo.

Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU.

No se nos dan detalles acerca de cómo tomará lugar tal transformación, pero sí un sentido direccional nos es provisto:

Así sucederá también con la resurrección de los muertos. Lo que se siembra en corrupción resucita en incorrupción (…) los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados. Porque lo corruptible tiene que revestirse de lo incorruptible, y lo mortal, de inmortalidad» (1 Corintios 15:42-53).

De tal manera es que el propósito eterno de Dios, establecido en el pasado lejano, ha sido cumplido en Cristo, y los efectos de su redención son actualizados en el presente continuo de los creyentes quienes apuntan hacia el futuro con la fe y la esperanza escatológica, contemplando a Jesucristo como el prototipo al cual desean imitar y reflejar «aquí y ahora» mientras esperan la consumación final, la redención de sus cuerpos. 

El propósito de Dios es la base del propósito primordial que anima el derrotero del ser humano, vertido y descripto en derivados lógicos de la premisa mayor —llegar a ser como Él— ejemplificados en las premisas definidas en términos de carácter, conducta, actitudes y posturas hacia Dios y hacia sus semejantes:  

  • Ser como Jesucristo es expresar rasgos de su carácter (amoroso, pacífico, gozoso, paciente, bondadoso, tolerante, templado, etc.); 
  • Ser como Cristo implica conducirse a su manera: “el que afirma que permanece en él debe vivir como él vivió” (1 Juan 2:6), andar en amor (Efesios 5:1-2);
  • Ser como Cristo involucra adoptar el mismo sentir (la misma mente, disposición, motivación, actitud) que hubo en Cristo Jesús (Filipenses 2:5-8);
  • Ser como Cristo significa servir a su manera, con la misma disposición humilde (Juan 13:14-15). Lo que en tiempo de Jesús significó (ser un esclavo que lava los pies) debe ser extrapolado a las tareas triviales, humildes, o aun degradantes según las definiciones sociales;
  • Ser como Cristo significa adoptar una actitud de dominio propio y responder a las ofensas de la vida, a las necedades, la ignominia, el desprecio, o incluso la persecución por parte de personas bajo el dominio de Satanás (1 Pedro 2:18,21);
  • Es representarlo en conjunto unánime como sus embajadores y siervos (2 Corintios 5:16-21). 

En su obra El Discípulo radical (The Radical Disciple) John Stott (2010) presenta varios puntos significativos al respecto.  

Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU.

Estos puntos son elaboraciones de tales proposiciones:

1. El proceso de llegar a ser como Cristo demanda: (1) un rendimiento del ser a Dios, como un sacrificio vivo, santo agradable a Dios; (2) no dejarse conformar o ser amoldado a las corrientes de este siglo; (3) para ser transformado en su ser, (4) por medio de la renovación de su mente (Romanos 12:1-2). A la semejanza de la postura de Juan el Bautista, Él tiene que crecer (inmiscuirse y afectar los procesos cognitivos, emocionales, motivacionales y conductivos del ser interior), y el yo del ser debe menguar, dar lugar a los reclamos de Jesucristo en su vida (Juan 3:30), haciendo que la voluntad humana sea doblegada, sujeta y rendida a la voluntad del Señor. 

2. El proceso de llegar a ser como Jesucristo es empoderado por la actualización del potencial de experimentar la libertad del pecado como resultado de considerar al ser como «muerto al pecado pero vivo para Dios» en Jesús (Romanos 6:11), actualizando el hecho que, al ser identificados con Cristo en su muerte, y considerar a su ser no como sujeto a la esclavitud sino libre del poder del pecado (Romanos 6:1-14). 

La capacidad empoderada de restringir y controlar las ansias pecaminosas que residen en la naturaleza del ser debe ser actualizada, siendo investida del poder del Espíritu Santo (Romanos 8:4; Gálatas 5:16) y mediada por la intercesión constante de Jesucristo por sus fieles (Romanos 8:34; Hebreos 7:25). El lado positivo de esta libertad es la capacidad de dedicar su ser a vivir en pureza y santidad, considerando que Cristo vive en su ser por medio del Espíritu Santo (Romanos 8:1-14; Gálatas 2:20). La invitación de Jesucristo de seguirle implica una vida de obediencia a Dios (Juan 15:10), de amor sacrificado (Juan 15:12-13), de sufrimiento paciente (1 Pedro 2:19-23); ejemplificado en la vida de sus apóstoles (1 Corintios 11:1).

3. Al comienzo el creyente parte desde un estado inmaduro, carente de conocimiento, entendimiento y sabiduría espiritual, falto en su ejercicio y administración de la gracia y el amor de Dios. Al crecer, llega a ser más fuerte, adquiere más conocimiento, entendimiento y perspicacia (1 Pedro 3:18).

El proceso de llegar a ser como Jesucristo es evidenciado en el crecimiento del carácter y los cambios en la conducta del creyente.

Pablo Polischuk, Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU.

Que el Señor los haga crecer para que se amen más y más unos a otros, y a todos, tal como nosotros los amamos a ustedes. Que los fortalezca interiormente para que, cuando nuestro Señor Jesús venga con todos sus santos, la santidad de ustedes sea intachable delante de nuestro Dios y Padre» (1 Tesalonicenses 3:12-13).

En el presente, este proceso de transformación toma lugar al proceder contemplando a Jesucristo como prototipo «todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados [fractalmente] a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Corintios 3:18). 

Este proceso continúa hasta que, por fin, nuestra redención sea consumada en la venida de Cristo, cuando «seremos como Él es» (1 Juan 3:1-2). Basado en tal proposición, Juan alega: «Todo el que tiene esta esperanza en Cristo se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3:3). 

No te pierdas la primera parte accediendo a este link.

Pablo Polischuk
Pablo Polischuk
Ph.D. catedrático del Seminario Teológico Gordon Conwell en Massachusetts, EE. UU., y co-fundador de la Maestría en Consejería en tal institución. Ha sido instrumental en la fundación de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA)

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