Cuando el consuelo de Dios se revela en medio del quebranto
«Felices los tristes». ¿Alguna vez escuchaste algo así?
En su libro Patas para arriba, el pastor Kyle Idleman en su libro «Patas para Arriba» continúa desafiando nuestra forma de ver la vida y la fe. Esta vez, lo hace con una de las frases más desconcertantes de Jesús: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4).
¿Llorar? ¿En serio? En un mundo donde el bienestar se mide en éxito, salud, metas cumplidas y sonrisas perfectas, Jesús declara bienaventurados a quienes se quiebran, a los que están en duelo, a los que lloran sin consuelo. Suena contradictorio, incluso cruel. Pero es justamente en esa paradoja donde se esconde la profunda verdad del Reino.
Llorar nuestras circunstancias
Idleman nos invita a pensar en lo que significa realmente “llorar”. No se refiere a pequeños disgustos cotidianos, como perder el colectivo o manchar la remera preferida. Se refiere al llanto más hondo, más crudo: ese que nace cuando todo se desmorona.
“Son esas cosas que rompen tus sueños, que te despiertan en el peor momento. No las escogés. No les abres la puerta, pero esas cosas la patean y la tiran abajo”.
Escribe el autor de «Patas para arriba».
La viudez temprana, la enfermedad de un ser querido, la pérdida repentina de trabajo o una traición familiar. Esos dolores reales, irreversibles, que nos hacen clamar por una explicación. Ante eso, Jesús no minimiza el sufrimiento, no nos dice que lo ignoremos o que sigamos adelante como si nada. Nos dice que hay consuelo. Que hay bendición.
La bendición del quebranto
El término original que se traduce como “lloran” en Mateo 5:4 es una palabra griega que expresa el duelo más intenso. “No es esa tristeza que encoge el corazón, sino la que hace que no puedas contener las lágrimas”, cita Idleman al comentador William Barclay.
Entonces…
¿Por qué Jesús llamaría “bienaventurados” a quienes viven la tristeza?
Porque en ese lugar donde se acaba nuestra fuerza, comienza a revelarse el consuelo de Dios.
No es poesía barata, ni optimismo tóxico. Es el testimonio de quienes descubrieron que, al llegar al final de sí mismos, encontraron al Dios que consuela.
“Funciona de este modo: en una forma sorprendente, el sufrimiento crea espacio en nuestro espíritu para que podamos conocer y experimentar la bendición de la paz y la presencia de Dios”.
Afirma Idleman.
¿Dónde está el cristiano que lee las noticias y ve el pecado de nuestra sociedad y siente dolor en lo profundo de su espíritu? Hay gozo y paz cuando finalmente nos permitimos ver el pecado, y dejamos que fluyan las lágrimas del sufrimiento que nos causa verlo. Porque en medio de todas esas lágrimas y todo ese dolor, es donde podemos encontrar la bendición de Dios. «Sé que suena un poco loco, pero cada vez me siento más agradecido cuando puedo llorar mi pecado ante Dios», dice Idleman en su libro. En la confesión, hay sufrimiento, pero luego, del otro lado, sientes como si el agua fresca te aliviara en un día de calor sofocante. Hablemos con claridad.
Cuando el consuelo no es lo que esperábamos
A veces esperamos que Dios actúe sacándonos del dolor. Pero Jesús promete algo distinto: su presencia en medio del llanto.
El autor lo ejemplifica con Job. Aquel hombre justo que lo tenía todo y, en poco tiempo, lo perdió todo. Su salud, sus hijos, su riqueza. Y sin embargo, al final del libro, puede decir: “De oídas te había oído, mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5).
Job no conoció a Dios en la abundancia. Lo vio realmente en el sufrimiento.
Es esa paradoja del Reino que Idleman ilustra con claridad: la bendición no es la ausencia de dolor, sino la presencia de Dios en medio de él.
Llorar… y ser consolados
Tal vez estás atravesando un momento en que no queda más que llorar. O quizás aún no llegó ese día, pero sabés que vendrá. Jesús no promete una vida sin lágrimas, pero sí asegura algo que ningún placer terrenal puede dar: la consolación divina, profunda y verdadera.
“Se trata de la bendición que solamente puede encontrarse cuando se acaban tus sueños, cuando se acaba tu yo”.
Concluye el autor.
Y ahí, en ese quiebre, en esa entrega total, podemos descubrir el Reino que Jesús vino a anunciar:
Un Reino que da vuelta nuestras expectativas. Que pone patas para arriba la lógica del mundo. Que llama bienaventurados a los que lloran… porque ellos serán consolados.
Las lágrimas son como una lente que nos muestra un nuevo enfoque y hacen que ese intruso se vaya transformando en invitado o algo parecido.