Hace unas semanas me encontraba conduciendo hacia la iglesia y sintonicé una estación de radio donde sonaba música dirigida a Dios. De repente, empezó a sonar una canción muy pegadiza que mencionaba textos de la Biblia. Luego, con un ritmo muy efusivo, aumentaba la intensidad de la canción. No pude evitar sumarme a la melodía y quedó grabada en mi cabeza haciendo que la cantase por horas.
La canción hablaba de lo que yo hacía cuando tenía un encuentro con Jesús: yo alabo, yo danzo, yo quiero, yo puedo, yo celebro, yo salgo adelante, yo… yo… y solamente yo. Esto llevó a preguntarme: ¿No es Él el motivo de nuestras canciones? Eran frases lindas y para nada malas, ¿pero realmente estoy alabando y adorando? ¿No es a Él a quien tenemos que exaltar? ¿Estoy adorando con inteligencia? ¿Qué estoy cantando?
No quiero entrar en una absurda comparación si lo de antes y ahora es mejor, solo quiero compartirte un pensamiento.
Dios no sólo nos llama a alabarle, sino que también nos dice cómo Él debe ser alabado. En el Salmos 47:6,7 leemos lo siguiente:
“Cantad a Dios, cantad; cantad a nuestro Rey, cantad; porque Dios es el Rey de toda la tierra; cantad con inteligencia” (RVR1960).
El término hebreo que la Reina Valera traduce como «inteligencia» es «masquil». Este mismo término se traduce como «entender» en el Salmo 14:2 y como «pensar» en el Salmo 41:1. Aunque el significado de «masquil» es incierto, sí sabemos que éste término implica que aquel que canta debe hacerlo con inteligencia o entendimiento.
John Wesley dijo acerca del Salmo 47:7 que esto es un llamado a cantar a Dios «no formalmente y sin cuidado, sino seriamente, considerando la grandeza de este Rey a quien alabamos y la razón por la cual le alabamos». Así que, la alabanza a Dios no es meramente leer las letras de un cántico mientras seguimos un determinado ritmo; sino también considerar profundamente, meditar, en quien es Dios. ¿Dónde Dios ha revelado quién es Él? En Su Palabra y, de una manera palpable, en la persona de Jesucristo (Jn. 1:18). Es por eso que los himnos y cánticos que entonamos a Dios deben estar saturados de Su Palabra y centrados en Jesucristo.
¡Se trata de Él! ¿Cómo lo hago entonces?
1. Preparación del corazón:
Antes de entrar en el lugar de adoración, tómate un tiempo para preparar tu corazón. Dedica unos momentos en oración, pidiendo al Espíritu Santo que te ayude a enfocarte completamente en Jesús durante el tiempo de adoración.
2. Centrados en Cristo:
Opta por aquellas que exaltan el nombre de Jesús y proclamen su grandeza, amor y redención. Evita canciones que se centren demasiado en las acciones humanas o que desvíen la atención de Cristo.
3. Enseñanza centrada en la Palabra:
Asegúrate de que el mensaje esté firmemente arraigado en las Escrituras y que resalte la obra y la persona de Jesucristo. Que cada palabra pronunciada apunte a la gracia de Cristo y a su señorío sobre nuestras vidas.
4. Momentos de reflexión personal:
Integra momentos de reflexión personal durante el tiempo de adoración. Meditá en la grandeza de Jesús, en su sacrificio en la cruz y en el poder de su resurrección. Fomenta la comunión personal con Cristo durante estos momentos de silencio y reflexión.
5. Testimonios centrados en Jesús:
Asegúrate de que estén centrados en la obra de Cristo en la vida de las personas. Que cada testimonio sea una expresión de gratitud y alabanza hacia Jesús por su amor transformador y su fidelidad inquebrantable.
6. Espíritu Santo:
Invita al Espíritu Santo a que dirija y guíe cada momento de adoración. Reconoce tu dependencia de Él y permite que sea Él quien mueva los corazones y transforme vidas durante el tiempo de adoración.
En conclusión, la adoración debe estar firmemente centrada en exaltar el nombre de Jesús. Al seguir estas prácticas, podemos asegurarnos de que nuestras acciones durante el tiempo de adoración reflejen verdaderamente nuestro amor por Cristo, en lugar de distraernos con nuestras propias obras o logros. Que en todo momento, en toda canción y en toda oración, Jesucristo sea el foco y la razón de nuestra adoración.