¿Retomo lo que te decía en la nota anterior?
Con mi esposa llegamos a un punto donde tanta exposición a las redes nos hizo mucho daño ¡real! Angustia, frustración, desánimo, falta de ganas para hacer las cosas, estar tirados en la cama, sentir que todo lo que hacíamos estaba mal o que nada tenía sentido.
En parte identificamos estas cosas gracias al ministerio, y también a mis alumnos/as (porque por la mañana doy clases en una escuela primaria a chicos/as de séptimo grado). Lo tuvimos que ver en otros, para identificar que esto era lo mismo que nos estaba pasando a nosotros. Cuando lo pudimos ver, dijimos “¡basta!”, y tomamos decisiones drásticas.
Redujimos el uso de las redes muchísimo. Pasamos de tener dos vivos por día en el canal de nuestro ministerio a volver exclusivamente a las actividades originales y solo dejamos algunas más, con horarios controlados. “Congelamos” el uso del WhatsApp (si alguien quería algo urgente nos llamaba). Dejamos de generar mucho pero mucho contenido para el ministerio.
Y nos volvimos a conectar con cosas simples, concretas, en especial aquellas que nos dan placer.
Volvimos a dibujar, muchas veces almorzábamos en un parque, tipo picnic. Nos llevábamos una bolsa de dormir vieja y la usábamos de manta. Leíamos algún buen libro, nos acostábamos mirando el cielo y analizando la forma de los árboles, nos descalzábamos, veíamos jugar a los chiquitos en el parque e inventábamos historias con la gente que pasaba.
Invertimos tiempo de calidad con nuestra familia. Hablar. Escuchar. Escuchar. Volver a hablar. Y nos reconectamos con el mundo real, ese que queríamos evitar o escapar, el que según nuestra percepción está lleno de defectos (y tal vez muchos son reales). Pero que al mismo tiempo es el único lugar donde pasan las cosas de verdad. Una buena amistad no transcurre en una red. Un noviazgo bueno no se vive en las pantallas. Una familia, hacer lo que te apasiona, una buena charla, una comida rica. El mundo real, ese lleno de defectos y de cosas que no andan, es el que necesitamos para escribir nuestras historias, aquellas historias reales que deseamos vivir.
Porque lo que pasa a veces es que nuestras expectativas se construyen con las medidas falsas de las redes.
Modelos mentirosos e irreales de belleza pero también de felicidad o de vida ideal. Y pasamos a correr detrás de esos modelos que son como hologramas; se ven increíbles, pero no los puedes tocar ni sentir.
Nuestra verdad es Cristo, no lo que dicen las pantallas. Y cuando esa Verdad se expresa en nuestra vida, nuestro propósito sale a la luz, su amor cubre nuestras fallas y su gracia nos permite disfrutar cada día. Porque si hay algo que necesitamos para tener paz es la verdad en nuestro corazón, y también en nuestra mente.
“Y la paz de Dios, que no se puede entender, va a cuidar nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús” (leer Filipenses 4:7).
“Jesús cuida de mí; tengo todo lo que necesito” (leer Salmo 23:1).
Que la paz de Dios te permita entender que Jesús es todo lo que necesitas. Ese pensamiento va a cuidar tu corazón y tu mente, siempre. ¡Te bendigo!