La importancia de desarrollar el hábito de la oración y la meditación de la Palabra en familia.
Para quienes conocen la Biblia y la consideran su fuente de fe, inspiración y conducta dispondrán de todas sus posibilidades para vivir conforme a los principios y prácticas que allí se enseñan. Una de ellas es la oración.
Entendemos que ella es parte imprescindible y necesaria para todo creyente por las razones, consecuencias y beneficios que aporta a la vida espiritual. Pero también las Escrituras hacen referencia a las oraciones comunitarias, de grupos, de la iglesia reunida. En ese mismo marco es que podemos pensar en la realizada en familia.
Cada uno puede elegir el momento del día, la forma, el tiempo y la extensión de sus oraciones diarias; sin embargo, cuando se piensa en la oración familiar eso demanda otras atenciones:
- Un lugar común: que sea un espacio en el que cada miembro de la familia se sienta parte, admita ese lugar como suyo. Que ninguno se considere invadiendo el espacio de otro o invadido por los demás; tal vez la cocina o el living serían muy adecuados.
- Un momento establecido: el momento del día en que nadie se sienta apurado, perseguido o con la sensación de que está siendo demorado para otras actividades. Con hijos pequeños esto es más fácil de decidir, pero desde la adolescencia en adelante los horarios se complican; los tiempos de sobremesa, los ratitos previos al inicio de las actividades diarias pueden ser muy pertinentes.
En muchas ocasiones nuestras oraciones familiares las hicimos diariamente en nuestro auto en dirección a la escuela de nuestros hijos; o en ocasiones mientras caminábamos hacia allá, muy temprano en la mañana.
- Una forma acorde: la posición de nuestro cuerpo cuando oramos pasa a segundo grado cuando es el corazón el que se humilla delante de Dios en tiempos de oración. Como la Biblia sugiere las más diversas formas de hacerlo (de pie, sentados, de rodillas, tendidos en el suelo, con manos alzadas, postrados), imponer una de ellas sobre las demás no hace la diferencia.
- Un tiempo considerable: la oración familiar no es igual a la oración personal que cada uno hace. En el caso de hacerlo en familia, el tiempo en que dure la búsqueda de Dios dependerá de cómo está conformado cada hogar y la edad de los hijos.
No podemos pretender invocar largas y concentradas oraciones cuando en casa hay niños pequeños que por sus años no tienen mucho tiempo de atención en una sola actividad. Será mucho más productiva una plegaria corta, con sentido, entendible para los hijos y acompañada por alguna sencilla explicación.
Además, algo tan importante como la oración implica cultivar el hábito de hacerlo en familia. Vale aclarar que existen diversas teorías acerca de cuánto tiempo se necesita para establecer un hábito y las posibilidades giran entre 21 y 66 días, todo dependerá de la insistencia, el interés y cuán significativa resulta la actividad en cuestión. Por lo tanto, lograr este hábito demandará tiempo, orden y constancia para alcanzarlo.
Esta práctica será mucho más receptiva en los hijos si los padres hicieron de la oración en familia un hábito aún antes de la llegada de ellos. En tal caso, en la medida en que los niños vayan creciendo incorporarán con mayor facilidad esos momentos de encuentro y búsqueda del Señor.
Sin embargo, esos tiempos de oración familiar preestablecidos no necesariamente deben ser los únicos, ya que los padres deberían estar muy atentos a las situaciones cotidianas de sus hijos. Así, cualquier momento y cualquier motivo pueden ser buenas razones para orar juntos. De la única forma que se puede aprender a orar es orando.
Si a las oraciones familiares se las acompaña con una meditación de la Palabra de Dios, la bendición será mayor. Procurar compartir con los hijos pequeños pasajes bíblicos sencillos de entender, que muestren los sagrados atributos del Señor serán más que suficientes para crecer en el conocimiento y la fe de un Dios vivo, real y cercano.
Meditar en la Palabra de Dios en familia para nada debe ser un monólogo rígido, estructurado y rodeado de silencio, al contrario, todos pueden participar en la lectura, la explicación, las preguntas y, sobre todo, en la construcción de las respuestas guiadas bajo el consejo bíblico.
Es la familia la primera iglesia, el mejor espacio para internalizar la fe, la oración, la espiritualidad, la Palabra de Dios y la comunión con Él. Eso mismo parece haber encontrado el joven Timoteo y que tanto bien le hizo:
“Traigo a la memoria tu fe sincera, la cual animó primero a tu abuela Loida y a tu madre Eunice, y ahora te anima a ti. De eso estoy convencido” (2 Timoteo 1:5).