En la actualidad es tan difícil pensar en un amor que dure para toda la vida, que permanezca frente a las adversidades, que nos elija constantemente o que simplemente no sea egoísta.
Creo que esto principalmente se debe a que, a lo largo de los años, la imagen y definición de la palabra amor ha ido deteriorándose, eso sucede sobre todo si la medimos en parámetros socioculturales.
Para algunos, el amor sigue teniendo ese tinte mágico, lleno de colores, aromas y esperanza. Pero para una gran mayoría, sigue siendo algo momentáneo que quizás hoy puede estar, pero mañana es muy probable que ya no. Teniendo en cuenta este contexto, estamos chipeados por el sistema a recibir un amor con características dañinas.
En la Biblia hay una carta escrita por Pablo a la iglesia en Roma, en la que escribe: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Rom. 5:8)
Y es acá cuando nuestros argumentos carecen de sentido y también nos ponen en jaque, porque si nosotros conocemos únicamente este tipo de amor, ¿cómo podemos corresponder al amor de Dios por nosotros?
“Cuando todavía éramos pecadores”. La clave del amor que describe Pablo está en esto, en que Dios fue quien tomó la iniciativa y no surgió por mérito nuestro. No hay nada bueno que como seres humanos podamos hacer para que Dios sienta más amor por nosotros.
En ésta misma carta a los Romanos, unos capítulos más adelante, Pablo vuelve a referirse al amor de Dios, pero esta vez con algunas preguntas retóricas:
¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió e incluso resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación o la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro o la espada? (Rom. 8:33-35)
Volviendo a nuestro concepto erróneo del amor, cuando pensamos en Él desde nuestra humanidad, probablemente hay situaciones en la vida que sí lo condicionan y hasta pueden llegar a “apagarlo”. Pero desde la perspectiva divina, no hay situación alguna que pueda cambiar lo que Dios siente por sus hijos.
Y esta es la clave: saber que primero debemos aceptarlo como Padre, para recibir el derecho, ya ganado por Cristo en la cruz, de ser Hijos de Dios.
Pablo va a cerrar esta idea afirmando lo siguiente:
“Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.” (Rom. 8:38-39)
Ningún aspecto de la creación o escenario de la vida puede poner fin a nuestro acceso al amor ilimitado que Dios siente por nosotros.
Pero decirlo es más sencillo que asumirlo, creerlo y vivirlo. Por eso, el desafío para este tiempo es poder conocer más a Dios y así llenarnos de su amor incondicional, y que eso desencadene en una modificación del tipo de amor que nosotros decidimos dar a los demás.