La disconformidad que una persona siente con uno o varios aspectos de su vida es una percepción subjetiva que desencadena sentimientos de discapacidad. Nos sentimos incapaces de desarrollar ciertas actividades porque nos autopercibimos con menor valía que los demás. Es decir, estamos acomplejadas y no logramos sabernos plenas.
Uno de los complejos más famosos es el de inferioridad, esa preocupación constante por pensar que no valemos nada o que todas son mejores que nosotras: más lindas, más inteligentes, más capaces… Como afirma el sociólogo Zygmunt Bauman, “en pleno siglo XXI nuestras vidas orbitan más que nunca alrededor de la cuestión física y todos sin excepción intentamos conseguir la mejor versión de nosotros mismos, solo que comparándonos con otros”.
Cualquier complejo con el que estemos luchando nos afecta tanto en lo físico como en lo psicológico, y también en lo relacional, ya que somos seres sociales que continuamente interactuamos con los demás.
La pregunta es ¿Qué te acompleja?
Desde lo físico:
- Modelos de belleza determinados por la cultura.
- Esos kilos de más que hacen que nos cubramos, que usemos ropa grande para que no se vea aquello que rechazamos. O peor aún, que dejemos de hacer cosas que nos gustaría hacer por temor al “qué dirán”, como ir al gimnasio o a una pileta, o participar de alguna actividad grupal.
- Vergüenza aun frente a mi pareja: me cuesta intimar con mi esposo porque no quiero que me vea, por eso apago la luz o directamente siempre invento alguna excusa para no hacerlo.
- Automarginación: estoy sola porque creo que nadie me va a aceptar con mis “defectos”.
- Perfeccionismo: me molesta mi nariz, mi lunar, mis ojos, mis caderas, mis dedos de los pies, que soy muy alta, muy baja, etc…
¡Es crucial que simplemente nos aceptemos! Solo desde la aceptación podemos cambiar algunas cosas y convivir positivamente con aquellas que no se pueden cambiar. Puedes ir al gimnasio, a la dermatóloga, a la peluquería, o aun pasar por el quirófano, pero si nunca te aceptas jamás llegarás a ese ideal de belleza que esta sociedad perversa te inculcó desde que naciste. Por favor, escapa de ese círculo vicioso y de los condicionamientos culturales.
“Date cuenta que la mayoría de nuestros complejos tienen más que ver con una construcción social que con algo real”.
Desde lo psicológico:
- “Me siento inferior a los demás”
- “Soy tímida”
- “Soy una inútil”
- “No soy inteligente”
- “No tengo nada para dar”
- “No soy buena para nada”
- “Todo me sale mal”
La raíz de nuestros complejos suele estar en aquello que nos dijeron a lo largo de la vida. Lo que hablaron de nosotras nuestros padres, abuelos, familiares, autoridades… Cada palabra referida a nuestro cuerpo, intelecto o valía estuvo cargada de ideales que nos marcaron para bien o para mal, determinando cómo nos percibimos. Si desde chiquita tus padres te dijeron que eras una inútil seguramente así te estarás sintiendo. O si afirmaron que eras muy insegura, no es casualidad que vaciles ante cualquier decisión que te toque tomar.
Debemos identificar las cosas negativas que se han dicho acerca de nuestro cuerpo, intelecto o persona, para comenzar a “hablarnos” otro tipo de palabras. Es un gran desafío para nosotras pasar del desprecio y el rechazo a la reconciliación y la aceptación. Aprender a llevar con dignidad nuestro cuerpo es fundamental. Debemos ser buenas administradoras de nuestra vida mental y no permitir que ideas destructivas tomen protagonismo de nuestra cabeza.
¿Construcción social o realidad?
Muchas veces observamos la vida a través de los anteojos de nuestros complejos y el resultado es una visión totalmente distorsionada de la realidad. “Construimos” la realidad en base de lo que dijeron de nosotras y luego nosotras creímos, una y otra vez. Estas fortalezas mentales y espirituales construidas con ladrillos de mentiras nos hacen perder el tiempo, nos roban la felicidad y la paz, nos estancan, nos limitan, y lamentablemente terminan afectando a las personas que más amamos.
Mira lo que ocurrió con Moisés…
¡Dios usó a un tartamudo! Moisés fue llamado por Dios, pero cuando se enteró de que lo que quería de él era que hablara con Faraón, el acomplejado se excusó: “Nunca he sido hombre de fácil palabra, soy tardo en el habla y torpe de lengua”. Pero Dios transformó su debilidad en fortaleza, y lo usó ni más ni menos que para liberar a su pueblo de Egipto. No lo sanó de su tartamudez, lo usó a pesar de o con su complejo, porque para Dios la tartamudez no es ningún defecto ni limitación.
Otro acomplejado: Saúl. En 1 Samuel leemos acerca de él, el primer rey de Israel. Este joven era más alto que todos los demás y el aceite sagrado de la unción ya había sido derramado sobre su cabeza. Sin embargo, cuando estaba a punto de ser proclamado rey, lo buscaron y no pudieron hallarlo. ¡Estaba escondido en sus temores, timidez y complejos! Saúl sintió que no era digno de ser rey. Aun cuando ya había sido elegido por Dios, todavía no se sentía seguro ni calificado.
“La falsa humildad puede ser en realidad un enorme complejo de inferioridad, pensar que nunca estamos preparadas para afrontar ese sueño o llamado de Dios para nuestra vida”.
Definitivamente, necesitamos ser sanadas por Dios. Debemos entender que él tiene un propósito para cada una de nosotras, que hay proyectos divinos gloriosos para los cuales fuimos creadas. Si tus complejos no te permiten ser la mejor versión de vos misma, la que Dios creó, la original, este es el momento de erradicarlos por completo de tu vida. Buscá ayuda en tu congregación; hablá de esos complejos con alguna consejera confidente o alguna profesional que te ayude a dejar esos complejos atrás y experimentar la sanidad que solo Jesús produce en nuestro corazón. ¡No estás sola!