“Besos santos”… Qué difícil fue escuchar esta expresión de María, contándome que durante años había sufrido abuso por parte de su pastor.
Recién después de veinte años María podía poner en palabras su calvario:
Él me decía que íbamos a orar, pero en cada encuentro sucedían cosas que me paralizaban… Yo era inocente, no sabía, era solo una adolescente. En mi casa no se hablaba de sexualidad… Él era mi pastor, mi mentor… ¿Cómo iba a desconfiar? Fueron muchos años hasta que dejé la iglesia. Pero no había sido la única… Cinco, diez, quince, no sé cuántas chicas más de la congregación pasaron por lo mismo. Todas durante años en silencio, creyéndonos culpables, sucias, justificando su accionar. Después de todo algo parecido le había pasado a él y supuestamente lo hacía desde el amor, como a él le habían enseñado. Algo definitivamente estaba mal.
Esta historia es una más dentro de otras muchas que, lamentablemente, suceden día a día. Según UNICEF, alrededor 120 millones de niños y jóvenes han sufrido abuso sexual. Este informe, presentado en Nueva York en el año 2014, afirma que los niños en todo el mundo son víctimas de niveles «impactantes» de violencia física, sexual y emocional.
Este es el mayor estudio realizado hasta la fecha sobre violencia infantil. Recopila datos de 190 países y señala que los abusos ocurren, principalmente, en las propias comunidades donde los niños y adolescentes se desenvuelven: casas, escuelas, etc. Peor aún, este comportamiento suele considerarse socialmente aceptable dentro de esos círculos.
Geeta Rao Gupta, vicedirector ejecutivo de UNICEF, indicó que no conocían hasta aquel entonces la magnitud del problema: “Demasiadas víctimas, perpetradores y espectadores lo ven como normal, y cuando la violencia pasa desapercibida y no es denunciada, alimentamos la creencia entre los niños de que es normal”. Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres y uno de cada trece hombres declaran haber sufrido abusos sexuales en su infancia.
Cuando hablamos de abuso podemos pensar en el secreto mejor guardado, ya que muchísimas víctimas no hablan de lo que les pasó. En su libro La iglesia al desnudo los pastores Cinalli, de Chaco, Argentina, señalan que cuatro de cada diez personas abusadas no cuentan su experiencia, ya que esto implica un mayor trauma, revivir el dolor, la vejación, la vergüenza.
Desde mi experiencia en la pastoral y como psicóloga, alrededor del 80% de las personas que atiendo han sufrido algún tipo de abuso, ya sea en su infancia o en su adolescencia. La mayoría me lo confiesa a mí por primera vez, y en algunos casos transcurridos más de treinta o cuarenta años del hecho.
Comportamiento que no podemos callar
Quiero decirte que nadie, ningún familiar, conocido, amigo, persona en autoridad, líder religioso o quien sea, absolutamente nadie tiene derecho a abusar de vos, ya sea física, verbal o psicológicamente. Nadie debería tocarte ni insinuarte que hagas algo incorrecto. Muchísimo menos decirte que eso viene de parte de Dios. ¡Eso es mentira! Es algo totalmente perverso, depravado.
Denuncia esos comportamientos, no te calles. Busca ayuda hasta que alguien te crea, no te avergüences. Si alguien te dijo que era un secreto o si te amenazaron para que no hables, sé libre del temor que te paraliza. Ese miedo nos mantiene detenidos en el tiempo, sin poder escapar del hecho traumático, creyendo que no merecemos nada bueno, que ser felices y avanzar en la vida es para otros.
Te animo a que se lo cuentes a la persona adecuada, ya sea un terapeuta o consejero confidente, preferentemente de algún ministerio que se dedique puntualmente a este tipo de problemáticas. Si te pasó o te está pasando, háblalo, busca ayuda. Si no te creen busca a otra persona, pero no te desamines hasta que alguien te escuche.
Isaías 61 nos recuerda lo que el Espíritu de Dios puede hacer en nosotros. Pero me quiero detener en el versículo 4, que dice: “Reconstruirán las ruinas antiguas, y restaurarán los escombros de antaño; repararán las ciudades en ruinas, y los escombros de muchas generaciones”.
Puede ser que hoy te sientas en ruinas, que haya escombros de abuso de muchas generaciones sobre tus hombros, o que pienses que ya no hay manera de reconstruir tu vida. Quiero darte una buena noticia: ¡Dios sí quiere y puede sanarte, obrando a través de su Espíritu Santo!
No importa los años que hayan pasado o si lo estás viviendo en este preciso momento, es tiempo de sanar. El Señor quiere hacerte libre y que empieces a vivir la historia gloriosa que él soñó para vos.
María pudo ser libre… Su risa contagiosa, esos ojos que destilaban emoción… Finalmente podía ver y vivir la verdadera libertad que hay en Jesús. Conocer al Dios sanador resultó algo extraordinario para ella. Como ella, vos también podés ser libre de cualquier abuso y experimentar al Dios sanador, en el que hay esperanza de restauración para tu vida. ¡No te calles!