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Mi alma tiene sed

Estamos frente a una sociedad que aprueba o desaprueba, pone likes o dislikes. La búsqueda de la mirada del otro está a la orden del día. La propuesta es mostrar todo: a dónde viajamos, qué comemos, cuál es la dieta que hacemos o qué nos ponemos. Lo que puede haber detrás de esta tendencia puede ser la necesidad de atención o de valoración. 

Es que así como nuestro cuerpo tiene necesidades de alimentación saludable, descanso y movimiento, nuestra alma también, y ser aceptadas, amadas, acompañadas, escuchadas son algunas de ellas. El problema no radica en sí en tener estas necesidades sino, más bien, en la fuente a la que conducimos a nuestra alma para saciarla.

Creo que Génesis tiene mucho para aportarnos en este tema; si bien no estaba Instagram, con sus famosos chispazos de dopamina (eso es lo que ocurre en nuestro cerebro cuando alguien pone el poderoso “me gusta”), en este libro también hay historias que buscan ser los reels más vistos. Te presento a las madres de Israel: Lea y Raquel. ¿La trama? Dos hermanas que pelean porque una tiene algo que la otra quiere, y viceversa. En resumen, Lea quiere el amor de Jacob, Jacob ama a Raquel y Raquel quiere los hijos que Lea tiene con Jacob y que ella no logra concebir. Digno de una serie con varias temporadas, ¿no te parece?

Esto que acontece desde Génesis hasta el día de hoy lo considero el ADN de un alma insatisfecha: querer lo que no se tiene, ansiar lo del otro y valorar poco lo propio.

Cada hermana se encuentra en un “modo ansioso”, conectándose con la falta: Lea, de amor, Raquel, de maternidad. Cada una carga en el alma con profundos clamores que parecen no encontrar respuesta.

Lea comienza a tener hijos en una relación de amor no correspondido y sus nombres revelan lo que esta mujer siente; en cada fruto, se ve la necesidad de su alma a flor de piel. El nombre de su primogénito, Rubén, significa ‘ver’. El del segundo, Simeón, ‘oír’. El del tercero, Leví, ‘unidad’. Desde una perspectiva psicológica, lo que ella expresa en cada embarazo habla de su mirada puesta en el hombre, del grito de su alma por aceptación y amor que parecen no llegar nunca de la mano de Jacob.

Si por los frutos nos conocen, esta no es la excepción. Casi se oye a través de sus hijos decir “necesito que me mires” (Rubén), “por favor, escúchame” (Simeón), “únete a mí” (Leví). Mirando al hombre, Lea se encuentra en un camino doloroso, pero, a la vez, cerca de un vital descubrimiento: “no es por ahí”. 

“Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser”

SALMO 42:1-2

Es que por más que intentemos silenciarla, el alma tiene un clamor, y todo clamor —como el llanto de un bebé— busca ser atendido. Sin embargo, en esta búsqueda podemos desviarnos al conectar con las mencionadas ofertas culturales, procurando la mirada de los otros, su aprobación. El alma, en este camino, se pierde y se llena, pero de confusión. Así, lo que parecía una estrategia para estar mejor se transforma en un problema: cada vez necesitamos más miradas o seguidores. La razón es que por este camino la sed no se apaga nunca: solemos tener más.

Lea, que venía con una necesidad profunda de aprobación, tiene un momento de quiebre y con su cuarto hijo exclama (recién ahora, no, antes), “esta vez alabaré al Señor” (Génesis 29:35), y así nace Judá, que significa ‘alabanza’. Este cambio de paradigma pareciera que provocó en ella una modificación en su estado de ánimo ya que, a partir de este hijo, en los que le siguen modifica radicalmente sus declaraciones: Gad (‘suerte’), Aser (‘dicha’, ‘feliz de mí’). Con Judá, Lea, la de mirada delicada (eso significa su nombre), vivió una transformación: de mirada delicada a una mirada dedicada al Señor. Es impactante lo que puede hacer la alabanza en nuestra vida; en el caso de Lea, sanó su visión.

“Mi profunda necesidad llama a la profunda bondad de tu amor”

SALMO 42:7. PARÁFRASIS)

El salmista nos habla de esta necesidad y sabe que es bien profunda; no la niega, no la esconde, pero también se da cuenta de lo que a nosotras y a nuestra querida Lea le costó bastante tiempo descubrir: esa necesidad que clama y llama desde el interior no tiene forma humana, tiene forma de Dios.

Detectar como el salmista la necesidad profunda es un paso, pero reconocer que esa necesidad solo la puede satisfacer nuestro Dios es el camino entero. Solo por este camino es que podemos decirle a nuestra alma: “Sí, por ahí es”.

Nadia Steppat
Nadia Steppat
Licenciada en psicología. Trabaja con docentes y niños en una institución educativa como también en el consultorio particular donde atiende adolescentes y mujeres. Forma parte de un equipo de pastores y junto a su esposo acompañan matrimonios con el fin de fortalecer familias.

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