La licenciada en Orientación Familiar y pastora de la iglesia Tierra de Avivamiento, Mayra Djimondian, reflexiona sobre las consecuencias que el encierro puede tener sobre los chicos y cómo los padres deben afrontar este nuevo paquete de medidas que restringe las clases durante los próximos quince días.
La dinámica familiar se ve nuevamente afectada. Otra vez cambios de rutina, nuevos horarios, reacomodar el trabajo, etc. Pero, además de estos cambios inesperados, lo que se ve afectado especialmente es el área emocional y por ende eso repercute en las relaciones intrafamiliares.
Situaciones como éstas no solo generan incertidumbre, sino que nos mantienen en un alerta permanente, aumentan la ansiedad, el estrés, hay que salir a resolver rápidamente lo que ya se suponía que teníamos acomodado.
Para la mayoría de las familias fue un enorme desafío armar el rompecabezas semanal teniendo en cuenta las burbujas, los horarios dispares si hay más de un niño en edad escolar, entre otras cosas. Pero lo fueron logrando.
El encierro, el aislamiento, la tristeza que provoca en los chicos el no poder socializar, el estar lejos de sus compañeros afectan negativamente su estado psicoemocional.
Mayra Djimondian, licenciada en Orientación Familiar.
Y ahora nuevamente estas medidas que nos hacen retroceder restan mucho en cuanto a todo lo que se había avanzado, y por supuesto que el estado emocional de los padres influye directamente en el estado emocional de los hijos. Y los padres en muchos casos están desbordados. Hay tres “I” que atentan contra la funcionalidad familiar: Incertidumbre, improvisación e inestabilidad y precisamente estas tres son las que subyacen en el contexto actual.
Las familias, para crecer y fortalecerse, necesitan construirse desde la estabilidad, la organización, reglas claras, un clima emocional positivo, satisfacción de las necesidades básicas materiales, espirituales, físicas y emocionales, entre otros factores claves, y en este momento las presiones externas y medidas cambiantes y ambiguas como éstas afectan en negativo todo lo anterior, porque, aunque como familias construimos y avanzamos a pesar del entorno, también es real que somos parte de él y, por supuesto, nos afecta.
Ese “aire emocional” que se había ido recuperando poco a poco a partir del contacto con sus pares y maestros, el volver a compartir y encontrarse, aunque fuera solo algunas veces por semana o intercalando, nuevamente desaparece. Aunque los chicos tienen una capacidad asombrosa de adaptación y flexibilidad ante situaciones nuevas, tantas idas y vueltas influyen negativamente a todo nivel.
Las emociones intervienen directamente en los procesos de aprendizaje, y todo aprendizaje implica una experiencia emocional, volver para atrás en lo que se había logrado puede generar una asociación negativa. Hoy vemos muchos chicos que, producto del aislamiento del año anterior, continúan apáticos, fatigados, “hartos” de la virtualidad en lo que respecta a la educación formal, y esa experiencia emocional negativa los limita en distintas áreas.
En la educación la presencialidad es clave para el desarrollo de competencias emocionales como las habilidades sociales y la empatía, entre otras que son esenciales para el crecimiento sano de un niño y una familia.
Hay estudios a nivel internacional que indican que uno de cada cuatro chicos sufre de ansiedad debido al aislamiento. Una encuesta de la SAP refleja que el estado emocional mayoritario de los niños argentinos durante la pandemia es de “tristeza”:
“Tristeza es manifestada por el 71% del grupo de nivel inicial y primario; desánimo y aburrimiento se expresa mayormente en el caso de los niños entre 9 y 14 años. Las chicas expresan mayores niveles de tristeza, estrés y ambivalencia emocional”.
Preguntarles y luego ofrecer respuestas claras y breves es clave para generarles tranquilidad.
Mayra Djimondian, licenciada en Orientación Familiar.
Siempre es importante lo que transmitimos como adultos, y va más a allá de las palabras. Los estados emocionales se perciben, aunque no hablemos, porque el componente emocional siempre está presente en los actos cotidianos.
Como comparto en mi libro Familias emocionalmente sanas, venimos con un «Wifi emocional» incorporado, Dios nos creó con una «red inalámbrica» que capta las señales de quienes nos rodean, nuestro cerebro está diseñado para captar las emociones de los que están alrededor mediante las “neuronas espejo”.
Como esa conexión es constante y repercute en los miembros de nuestra familia, es importante estar atentos a lo que transmitimos a los niños en casa y la mejor manera de ayudarlos a gestionarse emocionalmente, a enfrentar los cambios y adaptarse es trabajando primero en nosotros.
Si hay algo que es clave en la familia es una buena comunicación. Hay mucha información que los chicos reciben, al igual que nosotros, pero que no están preparados para procesar. Por eso, hablar de lo que nos pasa y de cómo nos sentimos frente al contexto, preguntar y escuchar a los chicos respecto a sus opiniones y emociones, de por sí, es una propuesta que ayuda a exteriorizar los sentimientos, a entendernos mejor y a descubrir qué están necesitando de nosotros como adultos en el marco de estos cambios bruscos.
Cuando los padres transmitimos seguridad y calma, los chicos se sienten emocionalmente contenidos y aunque es un tiempo complejo, de vivir bajo presión constante, hacer lo posible para impartirles lo anterior se va a ver reflejado en un buen clima emocional en casa.
Comenzar el día orando juntos es una manera de abrir el corazón, bendecirse mutuamente y generar un ambiente de paz en casa.
Mayra Djimondian, licenciada en Orientación Familiar.
Compartir historias de fe y esperanza, pueden ser bíblicas, pueden ser testimonios personales, historias familiares de superación, etc., mostrándoles que Dios siempre está presente y en control de toda circunstancia y animándolos a proyectarse en positivo.
La organización también es un tema espiritual. Incluir a los chicos, dependiendo de las edades, en la planificación de las próximas semanas, utilizando por ejemplo una grilla en la que se vean reflejadas distintas tareas cotidianas y horarios, no solo nos ayuda a gestionar mejor el tiempo, sino que cumple una función anticipatoria que a los chicos les da seguridad porque saben “lo que viene”.