Te invito a que pienses en eso que tanto anhelas, pero todavía no llega a tu vida. ¿Hay situaciones en tu vida en las que no podés ver? Seguramente, sí; todos tenemos una situación así. Pero hoy quiero que sepas que, cuando no podemos ver, algo está sucediendo. Dios sigue obrando, aunque no veamos.
Tal vez hayas oído esto muchas veces e, incluso, se te haga una frase repetitiva. Pero es más poderoso que una simple expresión. Es un vivir, no un saber. Podemos saber que Él sigue obrando aunque uno no vea. Puede ser una frase motivadora que usamos cuando las cosas van mal; aun más, puede ser una canción que cantamos en el culto de la iglesia. Pero algo completamente distinto es que esa frase sea vida en nosotros. “¿Cómo sucede eso?”, te preguntarás. Cuando vivimos por fe —es decir, se hace vida en nosotros este saber—, experimentamos muchas cosas. Te comparto algunas que particularmente experimento:
En momentos de prueba, no lucho con la prueba misma. Lo disfruto como siempre lo suelo hacer.
No me desespero por no ver algún avance en determinada circunstancia.
Solo me preocupo por disfrutar a Cristo.
Como ya te lo dije con anterioridad, esto no es un saber, sino un vivir. De nada sirve decir una frase reiteradas veces, si en medio de la noche esa palabra no acciona en nosotros. Este accionar de la palabra no es algo que podamos provocar nosotros, sino que lo hace Él. Te aseguro que, si mirás hacia atrás, vas a ver que, más de una vez, Dios obró sin que vos lo supieras; entonces, ¿qué evita que Él lo vuelva a hacer? Con mucha frecuencia, cuando olvidamos lo que Dios hizo ayer, nuestra fe se debilita, porque nos quedamos solo con las palabras y desechamos los hechos. Cuando eso pasa, estamos menospreciando lo que Dios nos dio, ¡somos desagradecidos con Él!
El apóstol Pablo les dijo a los gálatas:
Al leer este versículo, Dios me dijo: “¿Será posible que, luego de verme actuar secretamente no puedas creer esto? ¿Fueron en vano todas esas experiencias con mi obrar oculto? ¡No lo fueron!, solamente te desenfocaste de mí”. Cuando retrocedemos —abandonamos el vivir y volvemos al saber—, es porque nos miramos tanto a nosotros, que creemos que somos los que hacen que las cosas sucedan. Y cuando eso pasa, nuestra fe es humana, y no divina. Cuando nos miramos a nosotros, los resultados son a nuestra medida y no, a la de Jesús. No somos poderosos para hacer algo. Que las cosas sucedan no es algo que con esfuerzo humano podamos lograr. ¡Solo Jesús puede!
Solo somos una tierra donde Dios está constantemente trabajando. “Entonces, ¿qué puedo hacer?”, tal vez estés pensando. Y la respuesta es simple y sencilla: ¡Disfrutar a Cristo! Sí, aunque no puedas ver qué es lo que Él está haciendo, podés disfrutarlo como si todo estuviera resuelto, porque no necesitamos ver: solo necesitamos creer en Él. ¡Lo que pasa cuando no vemos es un misterio! Dios es el encargado de obrar; a nosotros solo nos toca disfrutar, porque Él nunca deja de obrar.
Si te cuesta pasar del saber a la experiencia; si esta verdad es solo teoría en tu vida, te invito a que hagas esta oración: “Aquí estoy, Señor, te entrego todo lo que sé sobre Vos, sobre tu persona, y te permito que me lleves a tu vivir. Quiero experimentarte. Quiero vivir por fe. En tu nombre, amén”.
Si hiciste esta oración, lo que sigue es disfrutar de Dios, sabiendo que Él sigue obrando y que algún día, si Cristo así lo quiere, verás los frutos de su fe; contemplarás la obra terminada. No necesitas ver para creer, solo creer. Lo único que requieres para experimentar la fe de Jesús es mirar aquella cruz donde Él murió y recordar esas palabras que Él pronunció y que, hasta el día de hoy, resuenan con fervor: “Consumado es”.
Fuera de eso, no necesitas nada más, porque Él ya terminó todo.
Y eso que hoy no ves terminado, algún día lo verás concluido.
¡Solo creé!
“En efecto, el que cuida a Israel nunca duerme ni se adormece” (Salmos 121:4, NTV).