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Lo nuevo de Dios supera infinitamente lo viejo del mundo

Dios nunca tratará de solucionar nuestro pasado, ni mejorar nuestra vida, ni arreglar la vieja naturaleza pecaminosa que vive en nosotros. En Cristo, somos nuevas criaturas. Ese es el plan de Dios para el hombre: traspasarlo de tinieblas a luz, de pecado a santidad, de muerte a vida.

Ninguna innovación tecnológica, científica, cultural podrá competir con lo nuevo de Dios. Y esto tiene una razón bien determinante. Lo viejo y lo nuevo del hombre termina en algún momento porque tiene sus días contados sobre la Tierra. Pero aun lo más pequeño de Dios permanecerá para siempre, porque Él y sus obras son eternas.

El hombre natural no puede entender las cosas espirituales. Tal como le pasó a Salomón en el libro de Eclesiastés, cuya mirada está cargada de temporalidad y desesperanza.

“En realidad, ¿quién sabe qué le conviene al hombre en esta breve y absurda vida suya, por donde pasa como una sombra? ¿Y quién puede decirle lo que sucederá en este mundo después de su muerte?” (Eclesiastés 6:12).

Para el rey más sabio del mundo, todo termina en esta Tierra. Pero para el Rey de gloria, esto es la antesala a la nueva patria celestial, que algún día bajará del cielo. Nuestra ciudadanía no es de este planeta, “estamos acá, pero somos de allá”. Cristo, vino a darnos una vida indestructible, abundante y eterna.

Por eso nos encargó que no tuviéramos temor del mal que nos puedan hacer los hombres, porque ellos solo pueden dañar nuestro cuerpo, pero jamás nuestro espíritu. La vida en Cristo no se trata de tener una serie de dogmas, doctrinas y enseñanzas, sino de cuidar y alimentar esta nueva naturaleza divina que se engendró dentro de nosotros.

Lo viejo, lo terrenal, lo corrompido, lo que no da a la medida, lo que se queda corto, lo temporal, lo que se corroe, lo que no glorifica a Dios, todo eso ya ha pasado. Ahora llegó lo nuevo: Cristo, el nuevo pacto, la novedad de vida, la nueva naturaleza, la nueva Jerusalén, la de arriba, el espíritu vivificado, el nuevo hombre. Nosotros sí sabemos que pasa después de nuestra muerte; viviremos en Él por toda la eternidad.

Redacción
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