Recordemos que esta es nuestra asignación, reflejar a un padre de amor y misericordia.
En la primera parte de esta serie reflexionamos sobre cómo Dios nos presenta la oportunidad para conocer a Cristo, ahora hablaremos de la importancia para los cristianos de ser un reflejo del Padre.
Jesús con palabras muy puntuales se refirió a Felipe diciendo: “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). El cuerpo de Cristo tiene esta asignación: mostrar al Padre. Por lo tanto, ser Iglesia es representar al Padre y no sustituirlo.
“La única manera de representar fielmente a nuestro Padre es permitiendo que solo Su voz sea la dirección en nuestro interior”.
De esta manera nos enseñó la verdad que está en Jesús: “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”, Juan 5:19 RV60.
Siempre hemos oído decir que el Hijo de Dios puede hacer todo posible. Pero hay algo que el Hijo de Dios no puede hacer: “no puede hacer nada por sí mismo”.
La palabra igualmente resalta en este verso. Porque ésta es la vida de todo aquel que se ha vuelto participante del cuerpo de Cristo: hacer todas las cosas igualmente como las hace el Padre. Pertenecer a Su cuerpo es no saber hacer nada por nosotros mismos, sino que aquello que realizamos, es aquello que por el Padre nos es enseñado.
En este caso Jesús declara hacer lo que ve hacer al Padre; pero también observamos a Jesús decir que su juicio jamás sería subjetivo, sino que su manera de juzgar estaba ligada a lo que oía del Padre: “no puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”, Juan 5:30 RV60.
“Los análisis subjetivos desaparecen cuando la voz del Padre amanece y alumbra todo nuestro interior”.
¿Cómo gestionamos nuestro juicio? ¿Desde qué lugar emitimos juicio? El juicio siempre es justo cuando éste se desprende de la voluntad de Dios. Aquella voluntad que se da a conocer en tiempo real por medio de Su voz.
Más adelante también observamos a Jesús decir que lo que él hablaba era solo aquello que el Padre enseñaba:
Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Juan 8:26-28 RV60
En esta oportunidad Jesús no solo habla del juicio que él emitía, sino que ahora también añade el hablar. Lo que el mundo oía es lo que él oía del Padre. Y lo que él hablaba era aquello que por el Padre le había sido enseñado. Esta es la fiel imagen de alguien que representa a Dios. Alguien que perdió la capacidad de hacer y decir algo por sí mismo.
Como Iglesia, no tenemos otra manera de conducirnos, sino es a través de aquello que se aprende internamente por medio de la voz de Dios. Y de esta manera enseñamos a otros: “Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual”, 1 Corintios 2:13 RV60.
“Lo cual también hablamos”. Nadie vive con la boca cerrada. Todos hablan. El problema no está en hablar, sino en aquello que hablamos.
Cuando somos enseñados por el Espíritu de Dios, nuestro destino como iglesia es acomodar lo espiritual a lo espiritual. Necesitamos poner profunda atención a estas palabras, porque no dice: “acomodar lo natural a lo espiritual”; ni tampoco dice: “acomodar lo espiritual a lo natural”. Sino por el contrario, la claridad y la contundencia del apóstol Pablo son determinantes, ya que nos enseña que todo lo que resuena de Dios en nuestro interior siempre acomodará lo espiritual a lo espiritual.
La palabra que aquí leemos como “acomodar”, es la palabra griega: “sunkríno”, que significa: combinar; juzgar una cosa en conexión con otra.
Lo corruptible jamás combinará con lo incorruptible. Solo desde una perspectiva de pedagogía, nunca procuremos combinar los sucesos naturales con las enseñanzas espirituales. Los sucesos naturales sirven como elemento de prueba, pero nunca como elemento de enseñanza.
Si bien es bueno llamarnos a reflexión por los días que vivimos, pero si esta reflexión no va tomada de la mano con lo que Dios está hablando, intentaremos estar acomodando cosas naturales con asuntos espirituales. Cuando observamos el caminar de la Iglesia primera, desde hechos de los apóstoles, la gestión de ésta nunca estuvo modificada por las circunstancias de la época. Ni siquiera el mensaje fue diferente.
“Ellos se mantenían firmes en la fe y en la proclamación de aquello que por el Espíritu eran impulsados a comunicar”.
Solo me permito un bocadillo de lo sucedido en Hechos 4. Allí Pedro y Juan son llevados al concilio para ser interrogados por causa de lo que predicaban y anunciaban. La situación no era buena. Todos estaban confundidos, menos los apóstoles. Cuando se intenta llegar a un acuerdo (generado por una situación temporal), Pedro y Juan se niegan a hacer algo que era contrario a lo que Dios les estaba indicando hacer. La respuesta de ellos fue conocida hasta el tiempo presente:
“Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, Hechos 4:19-20 RV60. Claramente habían entendido la función de ser testigos: comunicar lo que habían visto y oído. Esto es justicia: comunicar aquello que vemos y oímos de él.
Cuando los apóstoles regresan al lugar en donde estaban reunidos los creyentes, después de haberles contado lo sucedido, oraron. La oración que ellos hicieron combinó una profecía de David con el tiempo presente que ellos vivían (acomodando lo espiritual a lo espiritual). Ellos pudieron detectar que la confrontación no era personal, sino que era contra Jesucristo mismo. Por esta razón detectan que lo que estaban viviendo ya estaba determinado de antemano en acuerdo con Su voluntad (verso 28).