En las últimas tres o cuatro décadas hemos experimentado un sutil pero pronunciado deslizamiento de gran parte de la iglesia hacia un Evangelio demasiado individualista. El cual tiene como objetivo casi excluyente el bienestar y desarrollo de cada persona, sin entender demasiado el propósito de Dios de edificar un cuerpo, una expresión corporativa del Hijo, que es la iglesia.
Más allá de ser personas a las que se nos ha rescatado de las tinieblas y trasladado al Reino de Jesucristo, además de que se nos ha perdonado nuestros pecados y dado nueva vida y, por ende, hemos alcanzado la salvación, debemos entender que somos parte de una obra de edificación. Fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir para colaborar con la edificación de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Esto tiene que llevarnos a una mirada más allá de nuestras propias situaciones, necesidades, victorias o derrotas individuales.
En relación con esta asignación maravillosa de la que somos parte, hay un principio fundamental para edificar correctamente, y es hacerlo sobre la base de la verdad. Pero, debemos preguntarnos entonces: ¿qué es la verdad? En un sentido más doméstico o popular, entendemos verdad como la expresión de algo que es cierto, que no es mentira. Pero hay un sentido más profundo y espiritual de la verdad al que quiero referirme. En el contexto que estamos hablando, que es la edificación de la casa del Señor, su iglesia, la Verdad es la realidad de Dios. Verdad es una naturaleza, una sustancia y, fundamentalmente, una Persona, Cristo, quien dijo: “Yo soy… la verdad…”. Jesús se presentó entre los seres humanos como la expresión viva de la verdad.
Si la Verdad es Cristo y Cristo habita en nosotros, la Verdad habita en nosotros, y eso es lo que debe manifestarse. No se trata de algo que obtenemos desde afuera, sino de algo que portamos en nuestro interior.
Ahora bien, para establecer la importancia de este entendimiento acerca de la verdad debemos saber que toda persona está sometida a lo que cree y no a lo que declara. Mucha gente declara creer en un Dios que no ve, pero vive sometida a un mundo y a un sistema que sí ve.
“Solo la Verdad nos hace libres del engaño. Por esta razón necesitamos asegurarnos de que ella viva en nosotros”.
Permitamos a Aquel que es la Verdad que nos haga hombres y mujeres verdaderos, para que aprendamos a discernir entre lo verdadero y lo falso, y podamos cada día caminar en la verdad. Debemos también entender la verdad cómo sustancia, como naturaleza. La sustancia es aquello que le da contenido o sustento a algo.
Por esta razón cuando alguien dice algo que no tiene demasiado argumento decimos que no se sustenta en la verdad. Son palabras huecas o vacías de contenido, sin respaldo, sin nada que las avale. Pero cuando hablamos de la Verdad, hablamos de algo lleno de contenido, algo que tiene peso propio. Por esta razón cuando miramos el Antiguo Pacto con sus prácticas y enseñanzas, nos encontramos con una gran cantidad de símbolos, formas, tipos, figuras, que representaban algo que habría de venir. Pero ahora en el Nuevo Pacto ya no necesitamos esas cosas que solo eran imágenes borrosas, según la descripción del apóstol Pablo:
«Ya que ustedes han aceptado a Jesucristo como Señor, vivan como él quiere. Construyan su vida sobre una base sólida, bien arraigada en Cristo; fortalezcan su fe, vivan en la verdad que se les enseñó y siempre sean agradecidos. Por eso les digo: no permitan que nadie les diga lo que tienen que comer o beber. Tampoco se sientan obligados a celebrar festividades tales como las fiestas de guardar, celebración de Luna nueva o días de descanso. Esas son cosas del pasado, imágenes borrosas de lo que estaba por venir. Pero ahora, tenemos a Cristo que es la realidad». –Colosenses 2:6-7, 16-17 (PDT)
“Pero ahora, tenemos a Cristo que es la realidad”, ¡qué poderosa y reveladora declaración! Ahora tenemos la realidad, la esencia, la substancia, no las formas. De eso se trata la Verdad de la que estamos hablando. No se trata de verdades, se trata de La Verdad. Así que ella es una naturaleza a la cual nos sometemos. Nuestra entrega, nuestro sometimiento a la Verdad, al evangelio, a Cristo mismo, es lo que determinará la calidad de aquello que edifiquemos.