Por muchos años el trofeo del infierno fue mantener a la iglesia ignorante. Pero esto no es nuevo, lo vemos en Oseas 4:6 cuando dice: “pues por falta de conocimiento mi pueblo ha sido destruido. Puesto que rechazaste el conocimiento, yo también te rechazo como mi sacerdote…”.
Sabíamos tanto del mundo espiritual pero tan poco de lo cotidiano como para afrontar la vida y todos sus espacios, que por años hemos sido víctimas del sistema. Nos mantuvieron ignorantes, arrinconados, divididos y dispersados, nos han mantenido al margen de las decisiones importantes. Es esta la razón por la cual debemos tomar el compromiso y la responsabilidad de capacitarnos, instruirnos y estudiar.
La universidad es un espacio donde nos encontramos con muchas corrientes ideológicas contrarias a nuestra fe, pensamientos diferentes y con potestades espirituales llamadas “el espíritu de Grecia” (humanismo) y “el espíritu de Babilonia” (confusión). Buscan, a través del conocimiento, desestimar la realidad de Dios, o a través de la relatividad religiosa, confundir la fe de los jóvenes cristianos.
Por este motivo, el estudiar en la universidad ha sido un tabú para algunos ministerios y para otros incluso ha estado prohibido. Se decía que los jóvenes cuando comenzaban a estudiar eran absorbidos, confundidos y terminaban apartándose.
Mi experiencia personal fue que, cuando empecé a estudiar mi licenciatura en publicidad y comunicación, comprobé que esta teoría no estaba tan errada, ya que de a poco mi espíritu comenzó a sentir las consecuencias de socializar en un nuevo mundo.
Había cambiado mi grupo de amigos, empezaba a conocer otros pensamientos y creencias, mis prioridades cotidianas se habían modificado, ya no tenía el mismo tiempo que antes para servir, y eso de a poco me fue enfriando y desenfocando. Así entendí lo que cientos de jóvenes habían estado pasando por años en nuestro ministerio y no nos habíamos dado cuenta.
La responsabilidad de que esto sucediera es compartida, entre la iglesia y nosotros los estudiantes. Ya que la iglesia pedía que los estudiantes fueran parte del ministerio, pero el ministerio no era parte de los estudiantes, y nosotros responsabilizábamos a la iglesia y a Dios por algo que no le corresponde.
Estudiar para cumplir un plan más grande que solo un título universitario
Me encontré con que nuestro ministerio de jóvenes, del cual yo era líder, no los había acompañado ni contenido, no los había preparado intelectual ni emocionalmente para esa etapa de la vida. Nos dimos cuenta de que en los momentos de presión en los parciales o exámenes, los que más estaban presentes eran sus compañeros de curso, pero al final de esta etapa, les pedíamos que los dejaran de lado para volver a la rutina ministerial.
También entendí que, como estudiante, no podía ponerme en papel de víctima culpando a los demás por lo que yo estaba pasando, así que hice una introspección rápida y me di cuenta de que lo que dificultaba mi proceso en la universidad era la falta de propósito.
A veces el estudiar solo para ser alguien o para satisfacer los deseos de alguien más, no era suficiente para mantener encendida mi fe.
Necesitaba tener un propósito más grande que un título universitario, y eso lo encontré solamente cuando me acerqué más a Jesús. Es Él quien nos recuerda que estamos ahí por un plan eterno, por un plan divino, que estamos ahí por un plan más grande que solo un título universitario, que estamos ahí por un plan más grande que nosotros mismos.
Por esto, siempre debemos llevar a Jesús a las aulas, a nuestros exámenes, a nuestros grupos de estudio, porque puede ser que un líder no sepa acompañarnos, pero a Jesús no lo dejemos afuera. Mantente anclado a Él, y verás cómo todo lo que pases, se tornará para tu bien.