Ser líder es un rol que naturalmente causa que los demás te observen. La mirada de los seguidores inherentemente se dirige hacia el líder, porque el poder y la autoridad generan una dinámica de distancia y curiosidad.
La Biblia contempla este aspecto cuando habla sobre la elección de líderes, en que deben ser personas con una buena reputación y que tengan orden en sus vidas privadas (1 Timoteo 3). Esto genera una presión sobre el líder de vivir de acuerdo con un estándar alto que fácilmente podemos confundir con la autosuficiencia. Equivocadamente creemos que vivir una vida digna de seguir implica ser autosostenible y autárquico. Entonces, ¿cómo reaccionamos cuando esta dinámica de poder y autoridad nos deja con un profundo sentir de soledad?
Leyendo en 1 Samuel 22, vemos a un David que ha sido nombrado por Dios como el líder verdadero de Israel. Aunado al llamado que tiene, David tiene muchas cualidades y un estilo de liderazgo que llama a una multitud de seguidores aun cuando está escondido y corriendo por su vida. Desde afuera, podríamos creer que un líder va a sentirse satisfecho y realizado cuando tiene personas que lo admiran y que harían cualquier cosa por él.
No obstante, vemos la triste realidad en la vida de David, un líder completamente rodeado de personas, con un llamado claro sobre su vida, pero con una profunda sensación de soledad. Cuando David está en la cueva con los 400 hombres que decidieron seguirlo, escribe el Salmo 142 para ventilar su frustración y sentido de soledad. David confiesa que su situación social le hacía sentir que no tiene a nadie que cuide de su alma (Salmo 142:4). Él mira a su alrededor y ve personas que lo aman, pero nadie que lo entienda. Tiene muchas personas que lo veneran, pero nadie lo conoce realmente. David tiene a muchos que darían su vida por él, pero nadie que lo acompañe en su dolor.
Como líder, muchas veces tenemos que ser fuertes y transmitir ante nuestros empleados, seguidores o congregantes que tenemos todo bajo control y que existimos para amar. ¿Pero quién ama al líder? ¿Quién está para escuchar sin juzgar y ser un refugio en momentos de crisis? Podemos dar nuestras vidas porque conocemos el llamado de Dios y gozosamente ponemos los dones que Dios nos ha dado al servicio de los demás, pero eso no nos blinda de sentir que necesitamos alguien que nos escuche. Muchos líderes viven con esta lucha y tratan de no exponer su frustración para no desanimar a sus seguidores. Sin embargo, todos necesitan un hombro donde puedan llorar.
Si tú estás luchando con la soledad, puedes aprender de lo que David nos revela en el Salmo que escribió. En primer lugar, necesitamos exponer nuestra realidad interna y confesar nuestros sentimientos de soledad. Dios no se ofende cuando ventilamos nuestra frustración o desesperación. Vemos que David halla un lugar seguro en la presencia del Señor. Dios oye el clamor de David cuando le pide que saque su alma de la prisión y no está hablando solamente de la cueva física en donde se refugia, sino de la cueva relacional de su soledad.
Como respuesta a este clamor, Dios provee la oportunidad para que su amigo de pacto, Jonatán, llegue a visitar. Dios provee carne y hueso para que David sienta la cercanía de Dios por medio del abrazo de su amado amigo.
Esta relación fraternal me conmueve, porque revela lo que es posible y necesario para los líderes. Necesitamos confiar en Dios y llevar nuestras cargas delante de Él con toda sinceridad, pero también necesitamos abrazos físicos para combatir la soledad que nos amenaza.
Si hoy no tienes a tu Jonatán, te invitaría a clamar como David lo hacía en su cueva. Cuando ves a tu alrededor y no tienes con quién compartir tu lucha, recuerda que Dios sigue siendo tu refugio. En ese refugio no solamente te provee de su presencia, sino de hermanos que te puedan comprender. La hermandad entre pares es esencial para que tú, como líder, puedas florecer. Lo que debes entender en la lucha contra la soledad es que no lo puedes hacer solo. Necesitas de otros para seguir administrando todo lo que Dios te ha dado. El sentimiento de soledad es un recordatorio para tu alma de que fuiste creado para florecer en comunidad y que el llamado que Dios te ha hecho se lleva a cabo en familia. Nadie puede reemplazarte o hacer exactamente lo que tú haces, pero necesitas de alguien que te entienda. Necesitas una persona a quien puedes llamar desde tu cueva e invitar a la oscuridad de tu emoción.
Si sientes que la expectativa es que debes dar todo sin tener a alguien en tu esquina, no estás cumpliendo los propósitos de Dios de la forma que Él nos modela. Jesús tuvo que hacer muchas cosas difíciles y dirigió a un grupo obstinado y necesitado. Sin embargo, el Hijo de Dios no consideró que fuese autosuficiente, sino que buscó amigos de corazón que estuvieran con Él en sus momentos más difíciles. Nuestra esperanza no está en nuestras amistades, pero Dios nos creó para que el camino de liderazgo no sea un llamado a sufrir en silencio y soledad. Sigamos clamando para que Dios responda a nuestra necesidad y abracemos a los Jonatanes que Él envía para acompañarnos en la cueva.