“Dios escogió lo despreciado por el mundo —lo que se considera como nada— y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante” (1 Corintios 1:28, NTV).
Jesús es nuestro modelo. Su pensamiento, sus palabras y sus acciones deberían ser motivo de constante meditación en quienes nos consideramos seguidores suyos. Personalmente, siempre llamó mi atención los discípulos que Jesús escogió. Quizás porque ninguno era perfecto, y en eso siempre me sentí reflejado. Todos tenían problemas y Él tuvo que trabajar con cada uno de ellos.
Jesús no nos escoge por nuestra perfección, sino por su propósito.
Nosotros estamos llamados a ser la evidencia del poder de su gracia. Y así como Él nos trata, estamos llamados a tratar a los demás. Como líderes espirituales no podemos ser exquisitos. Somos personas quebradas que han sido restauradas. ¿Cómo podríamos negarnos a trabajar con personas imperfectas?
Pedro es el ejemplo de que Dios hace lo que quiere con quien quiere. Era impulsivo, algo incontrolable y además testarudo. En su interior, por momentos, sentía coraje, pero, en otras oportunidades, era presa del temor. En un momento tenía una gran revelación, pero en otro Jesús tenía que reprenderlo por darle lugar al enemigo (Mateo 16).
Dios no tiene problema de hacer algo grande con personas desequilibradas, incluso con quien es despreciado. A pesar de la falta de carácter, de la deslealtad, y de todos los demás errores de Pedro, su corazón sincero lo llevó a levantarse como el principal referente entre los apóstoles una vez que Jesús partió a la diestra del Padre.
Lo mismo pasó con Juan. Todos lo conocemos como el apóstol del amor. Pero, junto a Jacobo, su hermano, fue apodado por Jesús como “Boanerges, que significa: Hijos del trueno” (Marcos 3:17). Esto surgió por la dureza de ambos. Si vemos Lucas 9:51-56, nos encontramos con su deseo de hacer descender fuego del cielo al ser rechazados en un pueblo samaritano. ¡Tenían pensamientos homicidas!
Pero cuánto Dios ama a la gente imperfecta que terminó haciendo del discípulo más duro de todos, el más amoroso de todos.
Esto lo llevó a escribir declaraciones tales como: “Dios es amor” (1 Juan 4:8). ¡La dureza tampoco es un problema para que el Señor cumpla su propósito en nosotros!
Así podríamos seguir con Tomás y sus dudas, o con Judas y sus robos (más allá de su final). Si Jesús no tuvo problema en escoger personas rotas e imperfectas, y trabajar con ellas, la pregunta a responder es…
¿Qué convirtió a doce despreciados en personas capaces de transformar el mundo con el Reino?
Primeramente, Jesús les reveló el amor del Padre. Antes de Él, la humanidad no tenía acceso a una completa revelación de quién es Dios. Pero, a través de Jesús, podemos conocer su naturaleza de amor y bondad. Ese amor que Jesús les mostró a los suyos es el que nos da el valor que el mundo nos niega.
No importa cuán destrozados hallamos llegado al encuentro con Dios, el amor del Padre nos restaura y sana nuestro corazón.
Este mismo amor es el que nosotros, al liderar a otros, deberíamos revelar. El valor que Jesús les mostró a los suyos tiene su origen en el corazón del Padre. Por lo tanto, nosotros, que tenemos comunión con el Padre, también podemos nutrirnos del mismo amor, para poder dar valor a quienes vienen destruidos por la vida.
Por otra parte, Jesús les mostró a los suyos una actitud de humildad que lo capacitó para hacer la voluntad del Padre sobre la Tierra. En otras palabras, la humildad del Hijo nos da la actitud obediente que el mundo no tiene. No existe otra manera de caminar como el cielo espera si no es con humildad.
Por último, encontramos el poder del Espíritu, que nos lleva a cumplir los planes del cielo sobre la Tierra. Como Jesús, necesitamos caminar en el poder que viene del Espíritu de Dios. Él dijo que las señales nos seguirían, y las señales no vendrán a menos que el Espíritu encuentre en nosotros un ambiente apto para su persona.
Nuestro liderazgo será transformador si permitimos que el Espíritu opere sin límites en nosotros.
¿Cómo podríamos ayudar a personas que necesitan una experiencia de poder con herramientas meramente humanas? La vida del Espíritu es nuestra única garantía de transformación.
Nosotros, por nuestra parte, deberíamos hacer lo que tenemos que hacer. Como seguidores de Jesús, no rechacemos a nadie por su pasado, más bien amemos a todos con al amor del Padre, tratemos con la humildad del Hijo, y fluyamos en el poder del Espíritu Santo. El mismo mundo que forjó a los despreciados, hoy necesita la transformación que ellos pueden realizar con el Reino.