La justificación del hombre es una doctrina fundamental para el creyente; el concepto se encuentra íntimamente ligado con la salvación del ser humano.
De hecho, ambos términos se encuentran hermanados por una verdad común: haber sido aceptados por Dios –declarados justos sin merecerlo—, lo cual significa haber recibido su aprobación en miras de pasar una eternidad junto con Él.
Según el apóstol Pablo, “somos justificados por la fe sin obras que ameriten nuestra salvación” (Romanos 3:22, 27-28; 4:13; 5:1; Gálatas 2:16; Efesios 2:8). Sin embargo, Santiago 2:24 propone una perspectiva diferente al afirmar que “el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe” (énfasis mío). Aparentemente, nos encontramos con una contradicción con palabras verbatim claramente opuestas entre sí. Diversas respuestas han sido planteadas con el propósito de salir airosos de la encrucijada y defender la condicencia y armoniosidad de ambos postulados.
Algunos pensadores entienden que las obras son el elemento faltante a la fe: primero, sí, viene la gracia, y luego las obras son necesarias para ser admitidos ante Dios.
Sin embargo…
El problema de esta postura es que «la justificación por fe y obras» contradice el postulado de Sola fide (solo por la fe) interpuesto por Pablo. Otros afirman que Santiago hace hincapié en las consecuencias de la fe: si realmente tenemos la fe que profesamos, la traduciremos en obras concretas; los frutos son producto de la fe justificadora.
Si bien este concepto es teológicamente correcto (¡realmente correcto!), difícilmente Santiago esté hablando de esto en este pasaje. Es decir, su punto no reside en remarcar las consecuencias necesarias y propias de la fe preexistente: su énfasis es que tanto la fe como las obras son necesarias para alcanzar salvación.
Una tercera propuesta es la de aceptar que las obras son justificadoras sin que necesariamente esto contradiga el principio de Sola fide. Lo que a simple vista parece un oxímoron, no lo es si consideramos el énfasis teológico de cada autor.
Pablo y Santiago tienen un objetivo común: evitar todo malentendido teológico que dañe la fe verdadera en Cristo Jesús.
Ante esto, las realidades divinas son expuestas de diferente manera según el contexto específico de cada epístola: en el caso de Pablo (en Romanos y Gálatas), el apóstol refuta la tendencia de algunos en apoyarse en las obras de la ley para alcanzar la aprobación ante Dios.
Santiago, por su parte, combate la parsimonia espiritual de algunos antinomianistas que sobreestiman las obras. Mientras que en el primer caso se desecha la gracia de Dios en el afán de justificarse a sí mismo, en el segundo escenario el creyente formula cognitivamente una confesión de fe pasiva que, a pesar de sus reclamos, le condena a la muerte espiritual.
Adicional a esto, debemos tener en cuenta otra cuestión: el punto de vista salvífico propuesto por ambos. Si consideramos la salvación como una carrera y la justificación como la meta, Pablo se estaría posicionando desde el punto de partida de una competencia para la cual el creyente no ha hecho mérito alguno para correrla y hasta ganarla: «y esto es por fe, no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8).
Santiago, por su parte, se coloca «detrás de la línea de llegada» y ve al corredor acercarse a la meta. En este caso, su interés no está en el inicio de la carrera sino en el final, y para ello, es necesario «correrla hasta que se cruce la línea»; es decir, esforzarse por llegar y cumplir el objetivo. Entonces, ¿puede el atleta cruzar la meta de forma victoriosa? «Totalmente» afirmaría Santiago, «si es que ciertamente la ha corrido, si es que ciertamente ha obrado».
En el final, las obras coparticiparán y actualizarán el potencial que la fe posee en su esencia para que llegue a ser lo que realmente profesa ser: una fe verdadera, una fe que conduce a la salvación, una fe encomiada por Dios por ser… lo que dijo ser. De este modo, la fe y las obras son entendidas de manera conjunta en miras de vivir una confesión real en Cristo Jesús.
Así como obrar sin una fe en Cristo es totalmente un ejercicio vano en miras de alcanzar la salvación, una fe sin obras “está muerta”, con resultados fútiles al igual que en el primer caso.
Por tanto, confiando en el autor y consumador de nuestra fe, ¡corramos la carrera animados de fe y efectuando obras que nos lleven hacia la madurez de la estatura de la plenitud de Cristo!
Sobre el autor
Arturo Kim: Felizmente casado, actualmente es co-pastor de la iglesia Presbiteriana Betel en Argentina y profesor adjunto de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires. Se graduó de abogado en la Universidad de Buenos Aires y culminó su Master in Divinity y un Theological Master en Nuevo Testamento en el seminario Gordon-Conwell Theological Seminary en Massachusets, USA.