La comunión con Dios es una práctica habitual desde los primeros días de la Iglesia. La verdad, hemos sido creados para que sea nuestra normalidad. Cuando pensamos en el bendito Espíritu de Dios, no deberíamos pensar como si fuera una persona introvertida o alguien sin interés en nosotros. Él nos desea, y nuestra actitud hacia Él debería ser la misma.
Aunque es uno con el Padre y el Hijo, el Espíritu está sobre la Tierra para tener comunión con los hijos de Dios. Por eso Pablo escribió: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Corintios 13:14).
Pero ¿qué es “comunión”? Este término surge de la alianza entre las palabras “común” y “unión”. Su significado es la participación de dos o más personas en algo común. Esto quiere decir que estos participantes comparten una serie de valores, ideas y hábitos que expresan mediante su trato y acciones concretas.
La palabra se refiere también al intercambio de sentimientos, al trato amable y a la comunicación abierta.
Cuando sucede, vemos que entre todas las partes existe un intercambio genuino. No solo una parte habla, sino que todos se comunican con palabras y se escuchan.
Si buscamos ser bautizados por el Espíritu Santo, la comunión con Él nos servirá para mantener e incrementar lo que hemos recibido. Al tener comunión permitimos que el Espíritu permanezca operando con su poder en nosotros y a través de nosotros. Cortar nuestra comunión sería actuar como un muchacho perdidamente enamorado de una chica, que después de ponerse de novio y casarse, deja de dialogar con ella. ¡La terminaría perdiendo!
La comunión con el Espíritu Santo debe estar fundada en la Palabra de Dios, y para ser más específicos, fundamentalmente en la vida perfecta de Jesús. Él estaba lleno del Espíritu, de tal manera que habitaba en Él en plenitud. Juan dice:
“ Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (…) De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia, pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Juan 1:14,16,17).
La ley de Moisés jamás podría hacernos tener comunión con el Espíritu Santo. Pero, con Cristo es posible. Él trajo lo perfecto, que es la gracia y la verdad. De eso mismo Jesús estaba lleno. Por lo tanto, si nosotros no somos llenos de la gracia y de la verdad es imposible tener comunión perfecta con el Espíritu.
Caminemos en la gracia de Dios
Necesitamos entender la gracia de Dios y ser practicantes de esta para caminar en la revelación que tuvo Jesús. Además, necesitamos abrazar la verdad y vivir bajo su luz. El Espíritu Santo ama la verdad y la gracia, por eso lo primero que suele hacer es convencernos de nuestros propios pecados y darnos un corazón sano, libre de heridas, rencor y amargura.
La gracia y la verdad siempre van de la mano.
Jamás deberíamos separarlas porque terminaremos en el error. ¿Suena exagerado? Intentar llevar la gracia y la verdad por dos caminos distintos forja una religión dura, la cual carece de revelación de la bondad y el amor de Dios. Esto nos lleva al engaño y, por consecuencia, trae descredito al Evangelio del Señor.
Lo que estorba la gracia es el orgullo, y “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). El orgulloso es la persona que parece olvidar de dónde lo sacó el Señor y de cuánto pecado le ha perdonado. Juzga duramente a todos y se la pasa mirando la basurita en los demás, cuando tiene toneladas de mugre en su vida.
El que tiene comunión verdadera con el Espíritu Santo es tan convencido de pecado por Él, que no tiene tiempo de andar descubriendo los errores ajenos, y eso hace que el Espíritu permanezca en su vida.
Además, la verdad es la que libera. Una persona que va a tener comunión con el Espíritu sabe la verdad acerca de su propio corazón, dándose cuenta qué debe sanar y cuál es el real estado de su ser interior. Entonces, puede solucionar el tema del odio, de la falta de perdón, de la amargura y fundamentalmente andar en la verdad.
El Espíritu de Dios es el espíritu de la verdad, y el enemigo es espíritu de mentira, así que es incompatible con el Espíritu Santo.
Camine con el Espíritu Santo. Camine en la gracia y en la verdad. Solo de esta manera podrá tener comunión con Él, y vivirá alineado a la voluntad del Padre, como vivió Jesús.