23 Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. 24 El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo.
25 Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. 26 Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron. 27 Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. 28 Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí. 29 Él entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; 30 y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? 31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. 32 Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Hechos 16
Te podés imaginar la escena: tan solo dos personas encerradas en una prisión, heridos injustamente, pasando una de las noches más oscuras de sus vidas hasta el momento.
Pero la historia da un giro inesperado cuando ellos le ofrecen a Dios un sacrificio vivo de alabanza.
Una de las cosas tremendas de este relato es que Dios hace temblar el lugar a causa de la adoración de dos corazones quebrados.
El verso 26 termina diciendo: Y LAS CADENAS DE TODOS SE SOLTARON.
Pero ¿qué pasó? Solo estaban adorando Pablo y Silas… ¿Cómo puede ser que ahora todos fueron liberados de sus cadenas?
Lo que pasó es que la adoración transformó la cárcel en un campo misionero, un lugar de salvación, me asombra este Dios tan ocurrente que lo único que quiere es hacer su voluntad, Él no condena, Él quiere que todos sean salvos y procedan al arrepentimiento.
Pero en esa cárcel ocurrió un milagro mayor al del terremoto:
Pablo y Silas no se quedaron asombrados con lo sucedido, sino que entendieron que era una oportunidad para hablar de Cristo y la salvación que él da es la que nos trae libertad.
Cuando comenzamos a adorar a Dios en espíritu y en verdad, tomamos conciencia de la urgencia de llevar a cabo la misión de Dios.
John Pipper en su libro Alégrense las Naciones dice: “¿saben por qué existen las misiones mundiales? Por qué en muchos pueblos de la tierra no existe la adoración al Dios verdadero.”
La gran comisión nos transforma en discípulos que hacen discípulos, Jesús dijo en Mateo 28 “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones”, necesitamos con urgencia ser adoradores no de apariencia o de plataforma; sino adoradores en espíritu y en verdad.
La esencia de la adoración produce cambios en los ámbitos en los que estamos, genera un movimiento de libertad en aquellos que hoy no pueden adorar porque están prisioneros y encadenados por el pecado. Fuimos llamados a ser reconciliadores, es nuestra asignación.
Dios responde cuando la Iglesia adora en la hora más oscura:
Cuando nos humillamos, cuando invocamos el nombre de Jesucristo, cuando buscamos su rostro y nos arrepentimos y salimos de nosotros mismos, nos alistamos como intercesores que oran a favor de la tierra, la promesa está cumplida “Dios oye nuestro clamor” y trae libertad para que el nombre que es sobre todo nombre, el de su Hijo Jesucristo, sea adorado y enaltecido en todos los pueblos de la tierra, incluida nuestra amada Nación.
Ezequiel 22:30 dice que Dios estaba buscando a alguien que hiciera vallado, que se pusiese en la brecha delante de él, para orar a favor de la tierra para que no sea destruida, y tristemente el profeta termina diciendo que Dios no encontró a nadie.
Que no se diga eso de nuestra generación, que Dios nos encuentre en la brecha, trabajando en pos del evangelio del Reino, sirviendo en todo ámbito en el que somos insertados, no buscando “cada uno lo suyo propio” sino lo que es de Cristo, como bien lo decía el Apóstol Pablo.
Tenemos el mejor trabajo del mundo, amigos, somos colaboradores de Dios en esta gran misión que se nos encomendó como Iglesia, “el ministerio de la reconciliación”.
“Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”. 2 Co. 5:19