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Juan Ballistreri “Solo su voz nos perfecciona para expresar la Iglesia”

En el marco del congreso de la Escuela de Liderazgo de Avanzada (ELA) que se realizó en noviembre en la Ciudad de Córdoba Capital, tuvimos el agrado de dialogar con Juan Ballistreri sobre la relevancia que tiene la educación que cada persona pueda recibir con respecto a las Escrituras y cómo eso repercute en las generaciones venideras.

Además explicó las diferentes maneras en las que Dios nos hizo partícipes de su propósito eterno, así como la importancia de la obediencia a su dirección.

Principios de educación

Si uno quiere afectar poderosamente la vida de un hijo, lo manda a la escuela. Entonces, hemos trabajado en estos últimos 18 años la palabra “escuela”, como concepto extraído de Hechos de los Apóstoles y que significa “ocio”, el ocio que se invierte en inteligencia. Entonces, para llegar a desarrollar cierto nivel de entendimiento de cosas tan profundamente espirituales como las hay en las Escrituras, hace falta una mente escolarizada

Venimos de varios siglos de tener una idea de la instrucción bíblica muy alterna, con una frecuencia muy aislada, y eso hace que los principios pierdan en el tiempo cierta consistencia. A veces, decimos que es como aquello que usamos para pegar o para pintar. Hay un tiempo entre la preparación y la aplicación, y si no se respeta eso, el tiempo juega en contra.

Jesús se dió a conocer

El misterio oculto era que toda la nación de Israel —yendo hacia atrás, Israel, Abraham, Noé, hasta Adán— tenía su conexión con el propósito eterno de Dios a través de dos palabras: a) promesa en singular, un sustantivo, y b) promesas, en plural.

Adán fue testigo de la Promesa de promesas: Cristo, la promesa de la simiente de la mujer, que aseguraba la venida del Hijo de Dios y la expresión de la vida del Padre.

El tema es que una mente basada en promesas conlleva la sensación de que algo se tiene que cumplir y eso produce mucha inestabilidad en la fe. Pero cuando sabemos que las promesas han sido absorbidas en Cristo y estamos a una altura de madurez, de poder vivirlas en Cristo, eso nos convierte en una generación más firme, que nos va a ayudar a expresar algo que ya está consumado y que ahora debe ser expresado en nuestra vida.

Saber escuchar su voz

La obediencia no es una decisión que nosotros podamos tomar ni podemos definir qué obedecer. Entonces, ¿cómo se cumple? Oyendo al Señor. Cuando Dios le dijo a Abraham “Sal de tu tierra y de tu parentela”, quienes estudian la Palabra en mayor parte concuerdan en que la voz tuvo que haber sido tan fuerte, sin necesidad de micrófono o compresor de voces, que no le quedó otra que obedecer. 

Entonces, necesitamos estar entrenados para reconocer la voz de Dios cuando nos habla. La obediencia no es una respuesta a un mandato ocurrente, sino a la voz de Dios. Cuando las personas le oyen, obedecen o desobedecen. No estamos comprometidos a obedecer lo que definimos nosotros sino a lo que Dios nos pide. Debemos tener ese temor de Dios que, en medio de tantos ruidos, nos mantiene concentrados en oír la voz de Dios. Esto es una obediencia fresca.

Nuestra forma de leer la Biblia

La Biblia es más leída por gente no crucificada que por crucificados. Hay mucho volumen bíblico de verdades que salieron de la boca de Dios, pero si no tenemos como referencia lo que pasó en la cruz, la mochila viene a ser cargar con verdades bíblicas que incluyen a aquellas que no se nos demanda obedecer ni practicar.

Entonces, si nosotros leemos la Biblia sin conocer a Dios, es una sabiduría que queda superficial.

Redacción
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