Un nuevo episodio en nuestro living, donde Fabian Liendo conversó con Jorge sobre su libro “El propósito eterno de Dios”, el poder de la Cruz vencida por Cristo, y el gran problema de la división en la Iglesia.
El misterio fue revelado
Jorge: Yo diría que la carta de Efesios es donde se pone de manifiesto que Dios le descorrió el telón al apóstol Pablo de punta a punta. Eso significa desde antes de la fundación del mundo hasta los siglos eternos. Y aquello que estuvo durante siglos escondido en Dios, su plan eterno, que solo lo sabía Él, estaba escondido en Cristo.
Dios se lo reveló a Pablo, quién menos mal que fue a la prisión porque tuvo allí tiempo. No era fácil escribir en ese tiempo, pero tuvo tiempo de poder plasmar eso en una carta, en una epístola que le mandó a la iglesia de Éfeso.
Fabián: ¡Qué tremendo! Yo diría que es como el tesoro de sus cartas, aunque todo es maravilloso, pero es como el príncipe de las cartas de Pablo. Y esto que vos estás diciendo, que de repente dice “hace 14 años conocí un hombre” y empieza a relatar cómo fue arrebatado al tercer cielo y Dios, que nunca le había dicho a un ser creado el propósito por el cual había creado todas las cosas, se lo revela Él, y le dice: “Yo soy el apóstol que Dios escogió para revelar el misterio de su voluntad”. Ese misterio estuvo oculto por tiempos eternos y Él vuelve y dice: “Muchachos, Dios tiene planes, tiene un proyecto, nos creó con un propósito y precisamente todas esas obras fueron creados de antemano”.
Jorge: Tal cual. Dios no es improvisado, que según vayan las cosas va acomodando su voluntad. No. Él ya lo tenía planeado desde antes de la fundación del mundo y llegado el tiempo, el kairós de Dios, Dios lo ejecutó revelando a Jesucristo.
Las palabras claves del Evangelio
Jorge: En el capítulo 3 de Efesios, hay cuatro palabras claves para mí. La primera palabra es “misterio”, y dice: “ustedes saben cuál es mi conocimiento en el misterio de Cristo”. Esta es una palabra griega, y el español lo tomó del griego, que significa “secreto”.
Secreto es lo que nadie sabe sino el dueño del mismo. Él tiene un plan, Dios y el único que lo sabe es Él. Nadie lo puede saber por esfuerzos, investigación, oración, ayuno ni obras humanas. No hay cómo saberlo. Entonces ese misterio, nuestra primera palabra, Dios la revela. La palabra “revelar” significa “quitar el velo”.
Jesús ya les había dicho en Juan 16 antes de morir “cuando venga el Espíritu, Él me glorificará. Tomará de lo mío y os lo hará saber”. Así que ya había anticipado que el Espíritu Santo iba a revelar ese misterio. Entonces, la primera palabra es “misterio”, y la segunda palabra “revelación”. Y por esta revelación, viene el “conocimiento”.
«Ahora como el velo fue quitado, el telón fue abierto de punta a punta, podemos conocer.»
Pablo y los apóstoles recibieron esa revelación, y ahora quiero enfocarme en la última palabra, que es el “anuncio”. Porque ese misterio tiene que ver con toda la humanidad, abarca todas las naciones y hay que darlo a conocer a todos y esa era la pasión de Pablo diciendo: “a mí que soy el más pequeño de todos los santos, me es dada esta gracia de dar a conocer el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. Ese misterio, que había estado escondido en Dios durante siglos, pero ahora fue revelado.
Como esto tiene que ver con todas las personas que viven en el mundo, en el planeta Tierra, es nuestra responsabilidad conocer el misterio y darlo a conocer. Los que ya lo conocemos, tenemos la responsabilidad de dar a conocer a todos este misterio revelado.
Fabián: Y ese misterio es Cristo en nosotros.
Jorge: Ese misterio es Cristo e inseparablemente es el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Cristo y la Iglesia son una misma cosa. Como Pablo dice en Efesios 5: “Grande es este misterio”. “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y serán los dos una sola carne, grande es este misterio, pero yo lo digo con respecto de Cristo y de la Iglesia”.
Entonces en Cristo se revela qué es la Iglesia. La Iglesia no es un edificio material, sea de ladrillo, de piedra, de oro o de plata o de lata con una cruz arriba. No, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, es la familia que Dios se propuso tener desde antes de la fundación del mundo. Y Cristo y la Iglesia es una verdad inseparable, es como el anverso y el reverso de una misma moneda.
Por eso es tan importante entender el misterio de Cristo y de la Iglesia, porque amar a la Iglesia es amar a Cristo, servirla es servirlo a Él, perseguir a la Iglesia es perseguir a Cristo. Por eso Jesús le dice a Saulo: “¿Por qué me persigues?” Saulo nunca había perseguido en persona a Jesucristo, pero ahí entendió que Cristo y la Iglesia es una unidad inseparable, es una misma cosa.
La verdad y los mandamientos
Jorge: Vemos que la Palabra de Dios nos llega a nosotros de dos modos: uno como verdad y otro como mandamiento. Por ejemplo, si decimos: “Jesucristo es el Señor” o “Cristo murió por nuestros pecados” o “Cristo resucitó”, es una verdad. Entonces así hay verdades que revelan a la persona y la obra de Cristo. Pero también hay mandamientos, cuando la Palabra dice: “Ámense los unos a los otros como yo os he amado”, o “hijos, obedeced a vuestros padres”. Las dos cosas tienen que ir juntas. Primero la verdad, porque la verdad apela a la fe.
Cuando yo lo creo, esa verdad opera en mí. Luego viene el mandamiento, que es una guía para que esa vida que yo tengo en Cristo y Cristo en mí ahora sea canalizada en conductas concretas.
«Si yo dejo la verdad a un lado y solo enseño los mandamientos, estoy volviendo a un rigor peor que el de la ley, porque Jesús vino con sus demandas y mandamientos a superar las exigencias de la ley».
Pero la ley no nos dio a Cristo, el poder de Cristo viviendo en nosotros. Entonces, cuando la verdad dice “Sabiendo esto que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado como esclavos”. Entonces yo tengo que creer que cuando Cristo murió, no solo Él murió por mí, sino que yo fui incluido en su muerte, y su muerte es la mía. Yo estoy muerto con Cristo y ahora Él vive en mí y si Él vive en mí, y me dice: “que se amen los unos a los otros como yo”, yo jamás puedo amar como Cristo.
Pero resulta que no soy yo. Ahora Cristo vive en mí. El que ama en mí es Cristo, el que perdona en mí es Cristo, el que le lava los pies a los demás es Cristo. Así que no soy yo, más Cristo vive en mí. Entonces el mandamiento y la verdad tienen que trabajar en forma conjunta.
Fabián: Qué importante de entenderlo, como vida orgánica, de saber que eso ya está en nosotros. Que cuando Cristo se hace uno en nuestro espíritu, empezamos a ser el resultado del “Consumado Es”, de la obra completa de Cristo en la cruz, identificados en su muerte, en su resurrección, en su novedad de vida, y ahora nuestra alma tiene que ser conformada a esa realidad para expresarla.
Entonces, ese sentido de rendición a esa verdad consumada es lo que hace que la Iglesia sea modelada a la imagen de Cristo, para que el mundo al verle, crea y sea llena del conocimiento de su gloria.
Jorge: Por eso muchos dicen: “Señor, te pido que me llenes de paciencia, que me llenes de amor, que me llenes de tu poder”. Error. Porque dice Efesios 1:3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”, quiere decir que en Cristo, están todas las bendiciones del Padre, y ese Cristo está en mí con todas las bendiciones. Por eso dice: “Ya nos bendijo con toda bendición espiritual”.
De tal manera tengo que decir: “Padre, gracias porque ya me bendijiste con toda bendición. Ahora todas las virtudes de Cristo están en mí, no necesito más paciencia, más amor, ya lo tengo, están en Cristo y Cristo está en mí. Ahora tengo que obedecer por la fe aquello que ya tengo en Jesucristo”.