La imagen que muchos tenemos de Jesús probablemente sea la de un hombre, de mediana edad, con barba -quizás-, realizando milagros, peleando con fariseos, orando solo en el desierto o caminando sobre el mar.
Pero, en esta fecha tan importante y especial dedicada a los niños, nos tomaremos un instante para pensar en la niñez que tuvo el Mesías, el hombre que cambió la historia de la humanidad.
El comienzo de una niñez poco favorable
«Yo os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre», Lucas 2:11-12. Como indica esta escritura, esto acontece en el momento en que los ángeles se les aparecen a los pastores, indicándoles del nacimiento de Jesús.
Hoy en día el pesebre puede ser un objeto o representación quizás romántica de lo que es la Navidad. Sin embargo, el pesebre en la antigüedad era un lugar dedicado a los animales, por lo que la Biblia nos deja en claro que sus comienzos no fueron muy prósperos. Por eso, los Magos de Oriente debieron hacerle varios regalos, para que pudiera sustentarse por mucho tiempo.
Las situaciones desfavorables no terminarían allí. Sino que, al poco tiempo, hubo de hacer frente, él junto con su familia, a la matanza de niños ordenada por Herodes, por lo que debió huir a Egipto para sobrevivir.
“El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle'». José «se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes”, Mateo 2.
Así, sin haber aprendido a caminar, ya tenía un enemigo que le tenía celos, aún sin conocerlo, por el solo hecho de ser el Rey de Reyes. Nacimiento en condiciones precarias, búsqueda para asesinarlo y exilio forzado, así fueron los comienzos de la infancia de Jesús.
Algunas travesuras en la adolescencia
Pasado el tiempo de la huida a Egipto, cuando sus padres pudieron volver a Israel, las Escrituras nunca dejan de demostrar que era un niño normal y corriente, quizás hasta travieso. Ejemplo de esto lo encontramos en el Evangelio de Lucas:
“Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su madre le dijo: Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”, Lucas 2:46-47.
Este niño “travieso”, en realidad estaba profundizando y conociendo el lugar que, en un futuro, desarrollaría en totalidad su ministerio. Sin embargo, a pesar del mal momento que les hizo pasar a sus padres, deja en evidencia que era un niño obediente, y, sobre todo, muy inteligente.
Tampoco hay dudas que era un niño normal, como cualquiera en la actualidad: “Y Jesús crecía en sabiduría, y en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).
Jesús ama a los niños, porque él también fue niño
Puede que la frase “Jesús te ama” sea en demasía trillada. Pero la Biblia, como el libro más completo que se haya escrito, también tiene un apartado especial para los niños. Él ama a los niños, porque Él también fue niño. Y no cualquier niño. Tuvo una infancia dura, fue perseguido, lo intentaron matar, desconfiaban de la fidelidad de su madre hacia José, y aun así logró convertirse en un hombre que transformó la historia. Por eso, es importante recordar este pasaje, que viene de alguien que no sólo tiene empatía, sino que ha vivido cosas parecidas a las nuestras:
“Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos”, Mateo 19:14.