Israel es, desde sus orígenes como Estado, una zona de conflicto. En realidad, todo el Medio Oriente lo es. Ciertamente no es un problema contra una religión específica (el Islam) sino una lucha por obtener los recursos. Pero, en el caso de Israel, es una historia predicha por la Biblia de todo lo que ocurriría con ese territorio pero, sobre todo, con su pueblo: los judíos.
Isaac e Ismael: El comienzo del conflicto
Como todos bien sabemos, Abraham tuvo dos hijos: Isaac con Sara, e Ismael con Agar, la sierva. Debido a que Sara era grande de edad, y no podía darle hijos a su esposo, accedió a que tomara a Agar para lograr tener descendencia. Sin embargo, no eran los planes de Dios. Cuando Sara finalmente tuvo a Isaac, pidió que la sierva e Ismael fueran expulsados al desierto.
Aquí comenzó el conflicto entre los descendientes de Isaac (el pueblo israelí, hebreo o judío) y los descendientes de Ismael (los pueblos árabes y, luego, musulmanes). Es necesario aclarar algo: los musulmanes no son antisemitas ¡tienen el mismo origen! Sería estar en contra de sus mismas raíces.
“Será un hombre indómito como asno salvaje. Luchará contra todos, y todos lucharán contra él; y vivirá en conflicto con todos sus hermanos” (Génesis 16:12). Esta es la promesa hecha por el ángel a Agar y a su descendencia. El tener conflictos a futuro, estaba escrito y predicho. Además, que habitaría junto a sus hermanos, quizás los judíos, es parte de lo que vemos hoy con Israel, Gaza y Palestina.
Los judíos lejos de casa. Sufrimiento y persecución
No es sencillo simplificar la cantidad de pueblos que sometieron al territorio actual de Israel y a su pueblo. Por nombrar algunos podemos decir: asirios, babilonios, romanos, persas, otomanos, hititas, árabes, seléucidas e ingleses, solo por decir los más importantes.
El año 70 d.C. es decisivo, debido a que la invasión romana, mandada por el emperador Tito, produjo que se destruyera el templo de Jerusalén y la expulsión de los judíos de esa tierra. La escritura tampoco falló aquí, debido a que en Deuteronomio estaba previsto que así ocurriera:
“El Señor te dispersará entre todas las naciones, de uno al otro extremo de la tierra. Allí adorarás a otros dioses, dioses de madera y de piedra, que ni tú ni tus antepasados conocieron” (Deuteronomio 28:64). Tampoco es resumir cuánto se cumplió esto. Desde el siglo I hasta el siglo XX, los judíos habitaron diversas zonas del mundo, como personas apátridas. ¿Lugares? España, Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Argentina, Rusia, Brasil, Polonia, Turquía y algunos países del Norte de África, como Egipto.
Pero lo dicho en Deuteronomio no era lo único. Tenía una parte más difícil:
“En esas naciones no hallarás paz ni descanso. El Señor mantendrá angustiado tu corazón; tus ojos se cansarán de anhelar, y tu corazón perderá toda esperanza. Noche y día vivirás en constante zozobra, lleno de terror y nunca seguro de tu vida” (Deuteronomio 28: 65-66).
Que sus pies no tuvieran descanso, no es ninguna novedad. Desde la antigüedad en los países que habitaron tuvieron conflictos. Un poco cercano a nuestra historia hispánica es la expulsión de los judíos en 1492 de España, por los Reyes Católicos. España, no fue la única que tomó esta política, sino que previamente lo habían hecho Francia, Inglaterra o Portugal. Vivir emigrando, sin llegar a arraigarse, parece que era lo común en el pueblo judío.
La prueba más difícil para los semitas fue el Holocausto en manos de los nazis, hecho que muestra el extremo de una política de discriminación. Paradójicamente, los que más sufrieron fueron los judíos de Polonia y Europa del Este, lugar donde habían emigrado los expulsados por los Reyes Católicos antes.
La creación del Estado de Israel: Una promesa de restauración
Lo nefasto del Holocausto, produjo que los judíos tuvieran una tierra segura para habitar, tal como dice Jeremías: “Voy a reunirlos de todos los países adonde en mi ira, furor y terrible enojo los dispersé, y los haré volver a este lugar para que vivan seguros” (Jeremías 32:37).
En 1948, Inglaterra decide terminar con su mandato sobre la región de Palestina. El 14 de mayo, los judíos por fin lograron aquello que no podían desde hacía mucho tiempo: tener nación propia, donde habitar seguros, sin temor del mal. Por lo menos, acá podían tener tierras y ejercer su religión libremente, sin ser perseguidos, aunque, lógicamente se originó un conflicto con los palestinos musulmanes que vivían allí desde la época del Imperio otomano o, quizás, antes.
¿Quiere Dios más a unos que a otros?, ¿le importan más los judíos por ser “el pueblo elegido de Dios”? De ninguna manera. ¿Cómo concluir esta primera parte? Pues con una sugerencia de Salmos 122: 6:
“Pidamos por la paz de Jerusalén: ‘Que vivan en paz los que te aman’”.