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Hipoacúsicos predican el Evangelio a través de obras de teatro en Asia Central

Una comunidad de personas disminuidas auditivamente tuvieron el anhelo de anunciar la Buena Nueva del Evangelio a quienes lidian con su misma condición.

Impulsados por el Espíritu Santo, recorren distintas regiones, y en aquellas casas en que les permiten entrar, luego de compartir una cena, con una obra de teatro les expresan el amor que Dios tiene por cada uno de ellos. 

En cada hogar, vidas son conmovidas al experimentar ese amor que no los mira según su condición, sino según su identidad. Vale señalar que en la región de Asia Central, las personas con capacidades diferentes no pueden acceder a los mismos beneficios que los demás. 

La organización Puertas Abiertas cuenta cómo está siendo edificado el Reino de Dios en Asia Central, a través de las personas que conocen el Evangelio, y en esta oportunidad, los propios hipoacúsicos lo anuncian, más allá de que la sociedad los ubique en un lugar inferior y sin beneficios, ya que “Dios los eleva a un lugar de honor”. 

Puertas Abiertas contó la historia de Aisha, una mujer sorda que durante la pandemia del Covid-19 fue abandonada y en su pueblo dejó de recibir ayuda alimentaria y cuidados básicos. Esa misma realidad vivieron varias de las personas que tenían alguna capacidad diferente y que, al igual que Aisha, vivían en Asia Central.

En esa región, las personas con capacidades diferentes no son consideradas dignas de disfrutar de los mismos beneficios o derechos que los demás. Son considerados “parias”.

Así era tratada Aisha, y no tenía acceso a compartir con otras personas. Se sentía sola y estaba comenzando un proceso de depresión. El tiempo seguía pasando, y con el agravante del aislamiento de la pandemia, pensó en suicidarse, ante la sensación de que no había camino que ella pudiera seguir. Sin visitas, contención ni ayuda en alimentos, perdió toda esperanza. Lo único que aumentaba era el hambre que Aisha sentía.

Según contó Puertas Abiertas, Aisha se armó de valor y tiró un bidón de combustible encima de su cuerpo, pero cuando estaba por prender una vela para definitivamente terminar con su vida, vio que una persona caminaba hacia su casa. Se trataba de un creyente hipoacúsico que llevaba las manos llenas de alimentos para ella. 

Al ingresar a la casa, el visitante le preguntó qué estaba haciendo, y ella le dijo que no quería seguir viviendo. En ese momento, sin perder tiempo, esta persona le compartió que estaba intentando encontrar a más personas sordas para ayudarlas. Acto seguido, le contó por qué lo hacía y sobre todo le habló del amor y el cuidado de Dios. 

Después de varias horas de conversación, Aisha logró entender que había un Dios que veía su lucha, su dolor, su soledad y su hambre. Felizmente, esa noche reconoció a Cristo como su Salvador y también pudo comer y saciar el hambre que sentía. Ese día fue salvada dos veces. El creyente logró conectarla con una comunidad de creyentes sordos que había en el pueblo, y hasta la actualidad, Aisha participa del grupo y disfruta de la vida plena que Dios da en la provisión a través del Cuerpo.

¿Cómo empezó el movimiento de evangelización?

Fue en 2014, cuando un grupo de personas disminuidas auditivamente sintieron la necesidad de compartir el Evangelio a otros que tuvieran su misma condición. Jan fue uno de los trabajadores de campo de Puertas Abiertas y cuenta que, al observarlos, podía ver que “su fe siempre fue pura y sencilla, y que, como comunidad, se brindaban en amor a los demás”.

No se puede mencionar a una persona o un misionero que haya impulsado la “obra evangelística”, porque no lo hubo: solo fue el Espíritu Santo impulsando y protegiendo a los creyentes.

Esa comunidad de cristianos hipoacúsicos comenzaron a tener el anhelo de predicar el Evangelio a las personas en su misma condición, pero que vivían en el país vecino. Por las noches, cruzaban la frontera, y favorecidos por la cultura de hospitalidad de la región, compartían largas comidas y tiempo de calidad con quienes iban conociendo. 

Mientras estaban juntos y compartiendo, les anunciaban el Evangelio a través de una sencilla obra de teatro, y así, varios de los que los recibían reconocían al Señor como su Salvador y eran afirmados en la fe. Al ver este crecimiento, decidieron seguir atravesando la frontera cada vez que fuera posible, para anunciar la Buena Nueva.

En una de esas oportunidades, mientras estaban cruzando, los frenó la policía de fronteras, que se sorprendió al saber que ya habían atravesado varias veces esa zona. Uno de los oficiales expresó que eso era imposible: “esto es un campo de minas. No hay manera de sobrevivir cuando se toma este camino para cruzar la frontera”. 

Cada vez que ellos pasaban del otro lado, el Señor los protegía y preservaba sus vidas, por causa del propósito de que otros conocieran el Evangelio y disfrutasen la plenitud de la vida eterna. Las personas vistas como parias por su comunidad, a los ojos de Dios fueron el instrumento exacto para ser su expresión en la región de Asia Central y compartir alimento físico y espiritual a las personas carentes de amor.

Luciano Peiteado
Luciano Peiteado
Periodista, redactor y conductor de radio. Trabajo con adolescentes en Presencia de Dios. Contratado por el Cielo para llevar a Jesús a las personas.

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