Una metáfora denota una verdad inefable o indescriptible, algo que el discurso racional no puede expresar en palabras adecuadas. 

En su apelación al pueblo de Dios, el profeta Jeremías señala el agravio cometido hacia Dios: «Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (Jeremías 2:13). La metáfora es ilustrativa del abandono de la provisión divina –la fuente de vida, de verdad, de redención– y su reemplazo con los esfuerzos humanos en «cavar cisternas» –versiones alternativas idólatras de «verdades» socialmente construidas. 

En la actualidad, el abandono de la verdad de Dios ha sido reemplazado con cisternas rotas, logradas mediante el empleo de alternativas epistémicas, ontológicas y teleológicas, la indagación conjetural o los registros empíricos carentes de parámetros absolutos que, en realidad, no ofrecen solidez estructural ni consistencia en su capacidad de saciar la sed de saber, captar la realidad según es definida por Dios y su diseño redentor, de experimentar su poder y vivir según su voluntad. 

Una fuente difiere de una cisterna en cuanto a su estructura, rendimiento y capacidad de saciar la necesidad de satisfacer y preservar la vida del ser humano. Por ejemplo, la fuente de Jacob era una vertiente natural que ha fluido desde los tiempos de los patriarcas hasta los días de Jesús, quien acudió a tal sitio y tuvo un encuentro con la mujer samaritana. 

Una cisterna es una estructura configurada con el propósito de captar el agua de las lluvias, actuando como un contenedor; si sus paredes o su piso llegasen a ser resquebrajados, no retendrían el agua almacenada. Una fuente inagotable ofrece la certeza y la seguridad de contar con una provisión vital necesaria y efectiva.

«Una cisterna rota, aunque suministre agua temporalmente, no ofrece garantías de provisión permanente o adecuada»  

Las metáforas se acoplan a la narrativa bíblica para establecer criterios divinos en términos adecuados. En su recapitulación de las historias de Génesis y del Éxodo, Juan re-edita su versión –el principio de la creación, el cambio de nombres a los protagonistas, la saga de Jacob (el engañador) y la escalera de ángeles asociado a Natanael (un verdadero Israelita, sin engaño), la provisión de una serpiente colgada en un madero como medio de salud y la muerte redentora de Jesús identificado con el pecado en la cruz, y una nueva perspectiva regeneradora en el Espíritu. 

Juan prosigue con el relato del encuentro entre Jesús y la mujer samaritana. Teniendo en mente tal contexto antiguo-testamentario, los tres relatos siguen un tema central relacionado a los encuentros que han tomado junto a una fuente de agua que han dado origen a las relaciones matrimoniales más significativas de la historia hebrea: Isaac y Rebeca, Jacob y Raquel, Moisés y Zéfora.

Estos tres encuentros representan los puntos cardinales de la historia de la redención, de los pactos divinos, y del cumplimiento del propósito eterno de Dios. Los elementos en común de los tres narrativos no pueden ser ignorados: (1) un viajero emprende una jornada desde tierras lejanas; (2) establece contacto con una mujer junto a una fuente de agua; (3) agua es extraída del pozo; (4) el encuentro impacta a la mujer, quien corre a dar noticias a sus familiares o vecinos acerca del visitante significativo; (5) la hospitalidad de la gente es desplegada; (6) el viajero es alojado con la familia y participa de una comida; (7) una alianza matrimonial resulta del encuentro en la fuente. 

«Es significativo que la relación entre Dios e Israel, Cristo y su iglesia, ha sido vertida en metáforas matrimoniales, reflejadas en el Antiguo y el Nuevo Pacto»

La narrativa que registra el encuentro entre Jesús y la mujer samaritana (Juan 4) evocaría ciertas asociaciones en la audiencia de Juan, trayendo a memoria las tradiciones orales relacionadas a los encuentros mencionados que resultaron en vínculos matrimoniales. Los mismos elementos que figuran en los tres antecedentes aparecen en el relato de Juan. 

Sin embargo, desafiando la expectativa común y yendo más allá de toda imaginación humana, el relato de Juan ofrece una perspectiva superior: la unión menos esperada y descomunal entre la mujer samaritana –una candidata inaudita, lejos de ser ideal, representativa de la humanidad pecadora– entablando un encuentro con el candidato ideal, perfecto y poderoso –el Redentor, Dios encarnado– cuyo amor unilateral, incondicional, proactivo, actuando en gracia y misericordia, redime y empodera al más vil pecador. 

En este caso, Jesús es quien toma la iniciativa: «dame de beber», a lo que la mujer responde despectivamente, aludiendo a la diferencia étnica y al estado antagonista entre ambos. Sin embargo, el diálogo es redirigido hacia el reconocimiento de la sed, el ansia relacional insatisfecho del ser humano; la mujer trató de saciar su necesidad a su manera (cinco matrimonios fracasados, y una sexta opción extramarital); cambiando el tenor del diálogo, Jesús le ofreció una séptima alternativa: «Si tu bebieses del agua que yo te daré, no tendrás sed jamás». Tal alusión es expandida en otra ocasión en la cual su oferta de gracia apela a todo aquel que cree: «El que tenga sed, venga a mí y beba» (Juan 7:37); beber de Él es creer, aceptar, rendirse, y considerarlo el redentor, la fuente que sacia verdaderamente la sed existencial del ser humano. 

En lugar de un matrimonio concertado ante la fuente de Jacob, el impacto del encuentro narrado por Juan es el medio de salvación a la mujer y a los samaritanos de su aldea, quienes vinieron al encuentro con Jesús para unirse a su persona. La referencia hecha a Jesús en el capítulo anterior lo define como el esposo (Juan 3:27-30). Sin embargo, la unión efectuada en el pozo de Jacob tipifica la unión del Mesías con su pueblo redimido, compuesto de judíos, samaritanos étnicamente híbridos y gentiles, quienes entran en una unión pactaria novedosa. Las aguas de vida que fluían en el Edén en el pasado (Génesis 2:6-10), y que fluirán en el futuro desde el trono de Dios (Apocalipsis 22:1), fluyen hoy para el beneficio de las naciones. 

Jesucristo ofrece su agua de vida a toda persona que se une simbólica, espiritual y eternamente a Él en un Nuevo Pacto. Acerquémonos a la fuente de vida y saciemos nuestra sed.

Polischuk-autor

Dr. Pablo Polischuk es argentino, está casado con Frances, con quien tiene dos hijos, una hija y muchos nietos. Es PhD. en el área de psicología y recibió su doctorado en el seminario teológico Fuller, en California. Tiene más de 40 años ejerciendo en psicología y enseñanza. Ha impartido por 30 años en el seminario teológico Gordon-Conwell, EE.UU., integrando teología y psicología. Tiene una larga trayectoria pastoral en varias iglesias hispanas en los EE. UU. y fundó seminarios en diferentes lugares del mundo. Ha publicado libros y artículos sobre la integración de teología y psicología. Hoy es rector y uno de los fundadores de la Facultad de Teología Integral de Buenos Aires (FTIBA).

La Facultad Teológica Integral de Buenos Aires es una institución inter-denominacional que nace de la Red de Sembradores y tiene el propósito de formar ministros y líderes laicos con la mayor exigencia académica, teológica y bíblica. Actualmente, es la única institución académica en Argentina que provee una Maestría en Divinidad.