Las palabras justas, de la manera adecuada, son la solución para evitar la violencia.

Cuando pensamos en resolver conflictos, por lo general consideramos lo que tenemos que decir para “arreglar las cosas». Pero esto debiera ser el último de los pasos en vez del primero. Los invito a considerar un proceso que seguramente dará un mejor resultado.

Escuchar. Por más obvio que parezca, es lo primero que hay que hacer. En las discusiones de pareja o entre padres e hijos es frecuente y fácil observar que nadie está escuchando. Habla uno encima del otro tratando de imponerse, sea por la elocuencia de los argumentos o por el volumen. En estos casos solo se escucha para buscar un punto flaco o contraatacar el discurso del otro, no para comprender realmente.

Conectarse. Puede ocurrir solo después de una buena escucha. Para poder conectarme con el otro como persona tengo que hacerlo con sus pensamientos y sentimientos, a esto llamamos empatizar. Para poder escuchar de este modo es necesario salirse de la lógica del contrargumento para considerar qué piensa y qué siente mi interlocutor.

No es un proceso tan simple. Al ponerse en el lugar del otro debe salirse del intento de explicar la realidad como si yo estuviera en la situación de él o de ella, pero pensando como yo pienso y sintiendo como yo siento.

La clave es la escucha, ésta puede darnos la información que necesitamos para intentar acercarnos a la comprensión de lo que piensa y siente él o ella, por lo que consecuentemente me dice lo que expresa o guarda lo que calla.

Cristian Pesce, psicólogo

Muchas personas piensan que no hay tiempo para esto, pero sí lo tienen para discutir por horas, e incluso retomar el enfrentamiento por días. Si quiero entenderme con mi pareja, padre, madre o hijos es fundamental invertir tiempo en escuchar para poder conectarme con lo que piensan y sienten, es decir, cómo perciben y experimentan lo que me están queriendo transmitir. 

Hacerse cargo

Evaluar de qué forma yo soy parte del problema. Es habitual enfocarse en lo contrario, es decir, de qué modo el interlocutor es parte del problema. Así suele perderse mucho tiempo en intercambio de reproches y acusaciones a la vez que cada uno excusa sus errores identificándolos como consecuencias de las causas del otro: “Si no fueras tan escandalosa, no te ignoraría”; “Si no me ignoraras, no haría tanto escándalo”.

Nadie cambia a nadie, con mucho esfuerzo y con la ayuda de Dios podemos pensar en nuestros cambios.

Cristian Pesce, psicólogo

Por eso es clave, luego de pasar por las instancias previas, intentar percibir qué dichos, acciones u omisiones mías fueron parte del problema original o lo agravaron luego. Tengo que identificarlas para poder cambiar.

Hay quienes dicen que todo conflicto es “50% y 50%”. A veces será así, otras 70%/30% o 90%/10%. Para el caso no importa, si hay un 10% que es mi parte, debo corregirlo pues nadie lo hará por mí. Pero si yo modifico mi parte invito al otro a hacerlo con la suya. Mi cambio invita al cambio, no obliga, es cierto, pero esta invitación es gravitante.

Evaluar de qué forma yo puedo ser parte de la solución. Solo después de escuchar, empatizar y ver cómo soy parte del problema, podré pensar cómo ser parte de la solución. Seguramente él o ella también son parte del problema y tendrían que serlo de la solución, pero solamente puedo mover mis fichas. 

Pensar qué quiero decir, cómo y cuándo decirlo. Al llegar a esta instancia seguramente tendré una idea muy distinta de qué es lo que quiero decir e, incluso, mucho de lo que hubiera expresado ya no tendrá sentido. También estaré en una mejor condición de identificar cómo debo decirlo. El modo es tan importante como el contenido. Malos modos suelen derivar en nuevas discusiones donde el qué original se pierde. 

Sabiendo qué quiero decir y cómo, debo evaluar cuándo hacerlo. El momento propicio es aquel en el que yo haya hecho el proceso mencionado y mi interlocutor tenga la calma suficiente para escucharme. Si yo he oído todo lo que me ha dicho, no debería sorprenderme encontrar buena recepción. Algo ya cambió, escuché y él o ella lo sintió.

Puede parecer un proceso difícil… reaccionar es más fácil, es verdad, pero rara vez ha funcionado. ¿Te gustaría que las cosas cambien en tu familia? ¡Sé un agente de cambio!

M.N.48403. Lic. en Psicología en la Universidad de Flores y de Bachiller en Teología, Lic. en Ministerios y Maestría Profesional Integral en el Instituto Bíblico Buenos Aires (IBABA). Desde 2003 es Pastor de la Iglesia Presbiteriana San Andrés. Pastoreó la congregación del Centro y la de Temperley. Desde hace varios años está mayormente abocado a la terapia con pacientes cristianos.