El antes y después de un intento de suicidio
Eran las dos de la tarde de un día jueves muy soleado, la primavera se acercaba a su fin para darle lugar a un asfixiante verano. Estaba traspirando, pero no por el calor. Las gotas de sudor se deslizaban sobre mi frente mientras observaba el cuchillo de cocina sobre la mesada. Las cartas estaban listas, colocadas en las almohadas de las camas de cada uno de mis familiares. En todas ellas se repetía una palabra como título: Perdón.
Había proyectado todo mi futuro en una relación que no funcionó, una que dejó serias heridas en todos los implicados. Mi corazón estaba lleno de odio, vergüenza y tristeza. Parecía hundirme todos los días, despertaba a cada rato en la noche con pesadillas, ataques de ansiedad o de pánico que no me dejaban volver a conciliar el sueño.
Abandoné la carrera, mi sueño de una familia a esa edad, mi fe y, al final, me abandoné a mí mismo. Papá estaba preso, mamá hacía lo que estaba a su alcance, y mis hermanos peleaban por su propio futuro. Me sentía solo. Y preguntaba todo el tiempo: “Dios, ¿dónde estás?”.
Estaba cansado de mi situación y ya había tomado la decisión de herirme de muerte. Ya no había más tiempo para dudas y me lastimé. Casi al instante llegó una llamada, atiendo, era mi amigo. Recuerdo la conversación exacta, me preguntó: “¿Cómo estás?”, y respondí clamando: “Ayuda. Necesito ayuda, por favor”.
Este pequeño relato fue mi último intento de suicidio hace ya casi cuatro años. Todo había perdido sentido, ya no pensaba en Dios, estaba cegado por el dolor, por la vergüenza de haber fallado en una relación en la que había apostado todo, incluso mi vida.
Sergio, mi amigo, me contuvo y escuchó. En esa charla, en sus palabras comprensivas y de afecto, pude sentir el amor de Papá. Un amor que hacía rato había dejado de sentir por entregarme a los placeres de mi cuerpo. Luego de llorar y quebrarme por completo, entregué mi vida a Cristo de nuevo, esta vez, de verdad.
Le dije al Señor que usara mi historia y mi ser como Él quisiera, ya no podía seguir viviendo así, solo necesitaba depender de Él y ser instruido por su amor. A los meses ingresé al programa Celebremos la Recuperación de la congregación Saddleback Buenos Aires de la que soy parte.
Allí Dios me proveyó de una familia de fe que me apoyó desde el primer día. Hoy, no solamente dirijo grupos para personas que luchan contra el suicidio, sino que también uso el arte que Papá inspiró y resucitó en mí luego de haberme guiado por el desierto del proceso.
La vulnerabilidad y el romper el silencio son importantes a la hora de combatir los pantanos y los valles de sombra y muerte. Ser vulnerable está bien, por eso, como líderes, tenemos que capacitarnos en escuchar y acompañar. También debemos tener la humildad de pedir ayuda y mostrarnos vulnerables para asistir al otro, siempre cuidando la confidencialidad.
Dios cambió mi vida, me dio un motivo para vivir y todos los días agradezco que no haya escuchado mi petición: “Señor, por favor, llévame, ya no quiero vivir más”. Papá me hizo su hijo. Ya no busco la muerte sino vivir la vida de su Hijo, Jesús. Su amor fue más allá de la muerte y me dio su vida. Por Él, yo soy libre.
Al cumplir los dos años de no intentar morir, recordé al profeta Elías, luego de pedirle a Dios morir, en el suave ruido del silencio, Papá me habló: “¿Qué haces aquí?”. Su interés genuino hacia mí inspiró este escrito:
Mas allá de la eternidad:
Fuiste sellado,
esa marca es irrevocable.
Hoy te invito a recorrer los valles,
los ríos, los mares de la salvación.
Está invitación es para que disfrutes,
de la gracia,
del perdón,
de ser transformado.
¿Hay algo más hermoso que conocer la vida?
¿Hay algo más lindo que ser libre?
¿Qué te detiene de hacerlo?
¿Qué estás buscando que puede ser hallado?
Por eso te invito a disfrutar de la cena,
de la casa, de los campos,
de las montañas, del sol,
de respirar, de dar gracias.
Porque más allá de la salvación,
somos vos y yo.
Porque más allá del perdón,
está nuestra relación.
Porque más allá de tu libertad,
está la voluntad de recordártela.
Porque más allá de la vida,
está mi amor por vos.
Más allá de la eternidad,
estamos vos y yo.