A los 19 años estaba estudiando Trabajo social, a mitad de mi carrera me ofrecen comenzar a trabajar en un centro terapéutico, como auxiliar terapéutica.
Sinceramente, nunca antes había trabajado con personas con discapacidad, sí había compartido momentos y jornadas con ellos, pero nunca un trabajo diario.
Me encontraba vulnerable, con algo de miedo, no sabía cómo “tratarlos” o qué hacer en ciertas situaciones, pensaba que tenía que darles o enseñarles algo, pero la realidad es que ellos me enseñaron y me dieron ese “algo” a mi.
Como hijos de Dios, sabemos que fuimos creados con un propósito y las personas con discapacidad no son la excepción. Durante todo ese tiempo, Dios me desafió a mirar como Él mira.
A veces nos es fácil “descubrir” o “animar” al propósito o talento de alguien que a nuestra vista es notorio que es talentoso, ejemplo un artista capaz de tocar varios instrumentos y a su vez componer.
Pero… ¿Qué pasa cuando la persona que tenés enfrente no puede siquiera sostener un lápiz? ¿Cómo es nuestra mirada ante estas situaciones? Muchas veces me sentí confrontada porque me daba cuenta que mi mirada en ocasiones era deficitaria, o intentaba hacer las cosas por ellos con un pensamiento de “pobrecito/a no lo puede hacer”.
En lo personal fue como una búsqueda del tesoro, en donde quería encontrar el oro que había dentro de ellos/as y cuidar de tal preciado tesoro.
Aunque en muchos casos la discapacidad se percibe como una desgracia o en el peor de los casos “una consecuencia del pecado de los padres” la realidad es que ver a las personas con discapacidad de esta manera anula totalmente la gracia. GRACIA (don dado gratuitamente) DESGRACIA (eliminación del don)
Al tener una mirada deficitaria sobre ellos/as anulamos todo talento, todo favor de Dios creando barreras y limitaciones a su alrededor. Seamos posibilitadores de espacios, abramos las instancias necesarias para que cada niño/a encuentre su manera, su estilo, para que ninguno renuncie a la aventura de ejercer su propia búsqueda y transformarse en protagonista de la historia que Dios escribió.
No hace muchos años atrás en los libros de pediatría se describía a los niños con síndrome de Down como chicos desconectados, con la mirada perdida, y la expresión sin vida. Esto no viene consignado con la trisomía del par 21, sino que el niño se ve según fue mirado y se identifica con la imagen que otro tiene de él.
¿Cómo puede vivir un niño/a si no hay ilusiones, esperanzas, estímulos, sueños puestas sobre Él? ¿Cómo comenzar a transitar por la vida con el peso de la palabra “discapacitado”?
Cuando nos enteramos sobre la llegada de una nueva vida en camino, solemos construir un castillo de ilusión, pensando e imaginando cómo va a ser, qué le va a gustar etc. Cuando estas familias reciben la noticia que una nueva vida viene en camino pero acompañada de un “síndrome” atraviesan un momento de duelo, ya que el castillo de ilusión que habían construido se va derrumbando, el problema no está en el duelo, sino en cuando un duelo no es realizado correctamente este niño/a queda atascado sobre esos escombros, aplastado por el peso de la palabra Down.
Como hijos e hijas de Dios, debemos rehabilitar este camino, retirar los escombros para que sea transitable, rehabilitar las ganas la fuerza y sobre todo acompañar a las familias, ser apoyo físicamente, emocionalmente y espiritualmente.
“Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!” Salmos 139:16-17
Tengamos la mirada de Dios hacia cada persona, en el vientre de nuestra mamá, Dios nos vió y como dice Isaías a sus ojos fuimos de gran estima.
Los pensamientos de Dios hacia cada persona son hermosos e innumerables, como hijos, tengamos la mente de nuestro Padre Celestial.
“Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida”. Isaías 43:4
«Honro y oro por cada familia que tiene un hijo/a con discapacidad, honro el esfuerzo, paciencia y amor que conlleva.»
Aneley Torrico
Mi mayor admiración por cada familia que ama, acompaña, pelea y nunca se da por vencida. No tengo dudas que Dios recompensará toda labor realizada por sus hijos, quizás la recompensa no la vean en la tierra, pero aseguro que en el cielo su corona es grande.