Jamás olvidaré aquel día cuando realmente vi que no merecía su asombroso perdón derramado en la cruz.
Aquel campamento en el que descubrí personalmente que los clavos que sostuvieron a Jesús gritaban un “te amo” hacia mi vida, hacia nuestras vidas. ¿Cómo es posible que estuviera experimentado aquel perdón tan irresistible?
No podía parar de derramar mi mayor devoción a sus pies y ni siquiera podía comprender todo lo que me estaba ocurriendo. Pero lo que sí sé es que antes de caer rendida ante tal inmerecido perdón, vi mi pecado. Vi mi suciedad como nunca antes. Aquel dolor me llevó a reconocer mi necesidad de un salvador y de decir sí a seguirle hasta el final de mis días.
Ese día me sentí Barrabás. Tú y yo sabemos que Barrabás merecía morir. No hay más. Pero la insistencia del pueblo en Lucas 23:13-25 llevó al gobernador romano Poncio Pilatos a autorizar la crucifixión de Jesús pese a no encontrar cargas contra él. Qué locura. La liberación de un reconocido culpable por la deseada entrega de un inocente.
Por eso el mensaje del evangelio es una verdadera locura para este mundo. ¿Qué persona accede a beber del castigo que le corresponde a un asesino? ¿Pero a quién se le ocurre tomar el lugar de Barrabás? ¿La liberación de un ladrón a cambio de llevar al madero a Jesús? ¿Conceder la libertad a quien no merecía absolutamente nada por el único que nunca violó la ley?
Creo que no podemos evitar preguntarnos, ¿cómo reaccionaría Barrabás? De repente su esperanza de vida cambiaría aun cuando su muerte parecía imparable. ¿Imaginar que entregarían a alguien que le salvaría de su destino final? ¿A un ladrón homicida?
Tantos aspectos apasionantes de Dios y sin duda, uno de ellos es su asombrosa esencia para revertir finales, cambiar historias y pintar nuevos horizontes esperanzadores en nuestras vidas.
Y eso fue precisamente lo que hizo con cada uno de nosotros. Lo más grandioso es que Barrabás no es un “simple intercambio injusto” que ocurrió en la historia y quedó grabado en las escrituras. Este hecho precedente de lo que ocurriría horas después en la cruz está hablando de ti, de todos nosotros como pecadores. A causa de nuestro pecado nuestro destino era igual al de Barrabás.
Quizás no nos hemos sentido Barrabás y nos hemos atrevido a calificar qué clase de pecado merece muerte. Pero la realidad es que ante la impresionante santidad del Rey de Reyes una sola mentira ya te renombraría Barrabás (Romanos 3:23).
¿Pero puede un Barrabás rescatar a otro Barrabás? Imposible. Por eso Jesús tuvo que venir, como cordero que no abrió su boca, en el mayor intercambio injusto que partió la historia de la humanidad en un antes y después de Cristo: el sacrificio en la cruz.
Un amor derramado que borraría tu destino de Barrabás y te daría una nueva identidad. Porque solo un inocente que jamás pecó (1 Pedro 2:22) podría borrar tu pasado a precio de sangre y cargar con tu culpa en cada clavo que le sostuvo en la cruz.
La locura del evangelio es reconocer nuestro pecado, arrepentirnos y vivir con la convicción de que solo una mano santa nos pudo perdonar. De tal manera amó Dios al mundo que entregó a Jesús por nosotros: el Hijo de Dios es el único que pudo vencer la muerte. ¿Y ahora? Ahora ya no hay culpa, porque el único que pudo llevarla ya pagó por ti. Un acto de amor que solo fue posible porque hubo alguien en la historia que nunca pecó, que nunca fue Barrabás pero que nos sustituyó.
- Obra: Las tres cruces
- Artista: Peter Paul Rubens
- Estilo: Barroco
- Fecha: 1620
- Técnica: Óleo sobre tela