Hace un tiempo sufrí un desgarro del cuádriceps derecho. Al principio el dolor me abrumó, me costaba mucho caminar y no podía tener una rutina normal. Pasó el tiempo y el dolor se fue. Volví a caminar y andar normalmente, pero la herida estaba ahí adentro. Se me había ido el dolor, pero nunca lo había tratado. Muchas veces a lo largo de nuestra vida, atravesamos situaciones de “desgarro”. Nos toca vivir un duelo, un despido, el simple paso de los años o tal vez una ruptura amorosa o un enojo sin vuelta atrás. El paso del tiempo nos quita del primer lugar ese dolor, pero: ¿realmente se sanó o solo el paso del tiempo hizo “olvidar” la situación? Es desde allí que trabajamos nosotros, los psicólogos.
Me crié en una iglesia en la cual ante el saludo fraternal de los hermanos y la pregunta ¿Cómo estás? Debías (enfatizó, estabas cuasi obligado) responder “bien hermano, gracias a Dios bien”. No tenias lugar a estar mal, o por lo menos a manifestarlo, porque todos aparentábamos estar bien. Y la pregunta un poco obligada es, ¿por ser hijos de Dios, siempre nos va a ir bien? Dejame adelantarte la respuesta: No. No siempre nos va bien.
Asociamos durante años, décadas tal vez, el “estar mal” con “estar en pecado”. Entonces no nos permitimos confesar que estamos mal, no vaya a ser cosa que piensen que estamos en pecado.
Matias Blanco – Psicólogo
¿Por qué el cristiano estaría exento de dolencias psíquicas? Cuando recibimos al Espíritu Santo no nos convertimos en súper héroes, o en personas imbatibles. Es Dios el que viene a morar en nuestra vida, pero seguimos transitando este mundo, viajando en los transportes públicos, yendo y viniendo, y chocándonos con las enfermedades que están dando vueltas. Es por eso, que nuestro cuerpo se puede enfermar, nuestro estómago puede tener un mal estar, y nuestra mente puede tener angustias e inseguridades.
Pero entonces, ¿no son Dios y su Espíritu Santo suficientes? Claro que sí. Pero es Dios mismo el que permitió que los aviones volaran, que la medicina avanzara y las ciencias se crearan, fue Dios mismo el que dio herramientas a los cirujanos para curar un cáncer o una apendicitis y también a los psicólogos para reflejar y poder traer claridad a la mente.
Muchas veces me cuestiono cuál es mi labor como psicólogo. Pienso y medito mucho en esto. ¿Es el de dar consejos, el de juzgar o el de tal vez decir “ujum-ajam” y que simplemente pase el tiempo de la sesión? Y sin dudas tengo una respuesta, nuestro rol desde el consultorio es poder funcionar como un espejo. Sí, un espejo como el del baño de nuestro hogar, que nos refleja lo que pensamos. Muchas veces al escuchar su propio discurso (la palabra que se dice) los pacientes se quedan pensando “esto que estoy haciendo, no tiene lógica” o “pensar de esta forma sería mejor”.
Pero también nuestra labor es la de poner un bálsamo en la herida. En esa angustia, en ese dolor, tal vez en ese enojo, actuar desde el amor, desde la compresión y por qué no desde la empatía con el otro que sufre.
Muchos de nosotros nacimos en iglesias donde la psicología es un tabú. No quiero romper ese “prejuicio”, sino dejarte a vos que te tomaste el tiempo de leer estas líneas, la pregunta abierta: ¿Será que Dios también puede utilizar a personas para sanar mi mente?