La encarnación de Jesucristo es el hecho más trascendental e inaudito registrado en la historia humana. Debido a la naturaleza descomunal del evento, es simplemente difícil captar todo su significado desde un punto de vista natural y ordinario. La actualización del proceso redentor tomó lugar con la infusión de la inmanencia del Dios eterno, inaccesible y trascendental al mundo creado. La razón por la cual celebramos la Navidad es explícitamente declarada en la Biblia: «Llamarás su nombre Jesús (Salvador), porque Él salvará a su pueblo de sus pecados».  

Tal vez parezca paradójico asociar la Navidad con el pecado de la humanidad; sin embargo, es a causa de tal realidad (negada, ofuscada, mitigada o racionalizada con eufemismos defensivos) que la venida de Jesucristo –su gestación y encarnación–  ha tomado lugar. 

La humanidad creada, debida a su desobediencia, de su estado pecaminoso y alejado del Creador, necesitó de su venida redentora. La llegada de Jesucristo no solo proveyó luz, paz y significado al mundo en tinieblas, enemistado con Dios y en confusión existencial, sino la redención de la raza humana sujeta al pecado. 

Su advenimiento nos recuerda que Él vino a lo suyo (su pueblo escogido, Israel), y los suyos no lo recibieron como su Mesías prometido; sin embargo, a aquellos que lo recibieron les dio el poder de ser constituidos hijos e hijas de Dios. Como el antiguo profeta lo anunció, llegó a ser luz a las gentes del mundo, invitando y trayendo cerca a los que estaban alejados de la presencia de Dios, para establecer la paz a los enemistados con Dios y lograr la restauración de la comunión con Dios. 

La Navidad es un evento que nos recuerda el amor unilateral, incondicional y proactivo de Dios, quien, actuando en gracia y misericordia, nos ha provisto de un Redentor. De tal manera amó Dios al mundo que nos ha dado a su Hijo, a pesar de nuestra obstinación, rebeldía, desdén e ignominia humana, demostrando el poder de su gracia y misericordia divinas, dándonos lo que no merecemos y no pagándonos con el castigo que merecemos. 

Tal amor ha sido manifestado en la provisión de su Hijo; en las palabras del profeta Isaías, «un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado»; Jesús encarnado se ha compenetrado con empatía en nuestros asuntos, y sustituido al ser incapaz de redimirse a sí mismo, pagando con su sangre –su vida impecable– el precio de nuestro rescate, librándonos de las penalidades acarreadas ante Dios y librándonos de la esclavitud al pecado con su muerte y resurrección. 

Pareciera paradójico enfatizar la muerte de Jesucristo durante la temporada que celebra su nacimiento; sin embargo, por tal causa vino, nació de una virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado; al tercer día resucitó y ascendió a los cielos, para ser nuestro mediador e intercesor ante el Padre. 

La Navidad, aparte de la algarabía comercial y las festividades que opacan al significado del evento, nos hace pensar y recapacitar: su nacimiento ha sido el comienzo de nuestra experiencia con Dios, su vida y muerte han logrado nuestra salvación, ¡cuánto más su resurrección, ascensión y segunda venida nos aparejará para el encuentro final, la celebración máxima que tomará lugar en la consumación de nuestra redención, dándonos la esperanza de la vida eterna y el goce de su presencia real!  Un día, le daremos la bienvenida otra vez, no a un niño destinado a un pesebre, sino al Rey de Reyes y Señor de Señores. Mientras tanto, gocemos de nuestros asados, de la picada, nuestros turrones, del pan dulce, etc., sin olvidar lo realmente esencial: festejemos su primera venida, y actualicemos los resultados y alcances de su redención en nuestras vidas cotidianas, más allá de un 25 de diciembre.

FTIBA
La Facultad Teológica Integral de Buenos Aires es una institución inter-denominacional que nace de la Red de Sembradores y tiene el propósito de formar ministros y líderes laicos con la mayor exigencia académica, teológica y bíblica. Actualmente, es la única institución académica en Argentina que provee una Maestría en Divinidad.