Tener bien presente las etapas que uno ha vivido y recordar los procesos nos permite aferrarnos a la fidelidad de Dios en tiempos de incertidumbre y cuan bueno es Él por encima de cualquier circunstancia.

Por esta razón, la experiencia personal seguirá siendo una valiosa herramienta para decir a otros qué tan real es Dios y lo que es capaz de hacer por todos los que le “permitan” obrar en sus historias.

Hay por lo menos tres momentos en mi vida que han dado sentido a todo lo que Dios hizo y sigue realizando y que por lo tanto puedo decir con toda certeza que es parte de Su diseño cuando pensó en mí. 

En primer lugar –y como primera etapa– quiero destacar la importancia que tuvo mi padre al enseñarme a amar a Dios y anhelar Su voluntad. Junto a mis hermanos, él nos reunía en la habitación y cantábamos canciones del himnario y nos compartía pasajes bíblicos con la sencillez de su corazón, lo que para mí fue el fundamento y el modelo para resistir frente a toda frustración y sentimiento de desánimo.

¡Se preguntarán porque no mencioné a mi madre! El hecho es que mi padre se convirtió al Señor después de casado dejando atrás una vida de idolatría y desórdenes, asumiendo una realidad de afrentas con mi propia madre en mi propia casa.

Habiendo dicho esto, se entiende la fortaleza frente a la frustración, ¡pues mi padre vivía una verdadera batalla con ella por cuestiones de fe! ¡Y no fue fácil! Sin embargo, él tenía en claro que debería preparar a sus hijos bajo otro fundamento.

El corazón en otra cosa

Como todo niño envuelto a las “fantásticas ideas de que el fútbol alegre de Brasil podría generar otras oportunidades en la vida” (¡nada más lejano de la realidad!), empecé a involucrarme y poner mi corazón allí y no hace falta decir que el fundamento lanzado por mi padre se había quedado un poco de lado, aunque me haya sostenido en momentos puntuales.

Desde los 10 años ya competía en torneos de relevancia hasta que fui reclutado por un club de cierta expresión en el país para desarrollarme en sus canteras durante un periodo de 4 años a 520 Km lejos de mi ciudad.

Lo trascendental de aquellos años fue sin dudas el hecho de que en aquel entorno decidí comprometerme con Jesús con todo mi corazón. Alguien (más allá de mi padre) se atrevió a decirme que cuando se trata de Dios, hay que llevarle muy en serio ¡Y lo hice!

En un momento en el que estuve muy enfocado a las metas de un principiante, Dios intervino y me invitó a seguirle a Él. En resumen, al finalizar el año 1997 volví a mi tierra con emociones encontradísimas; por un lado, muy frustrado y decepcionado por no haber logrado avanzar en cuanto a mis pretensiones juveniles y, por otro, experimentando una novedad de vida llena de amor, contención y un sentimiento de valor como nunca.

Volver al centro

Luego de volver de la primera experiencia lejos de casa, convertido al Señor, empiezo a congregarme y a servir a Dios en una iglesia (de la que soy miembro hasta hoy), donde entiendo el compromiso más allá de asistir a los cultos y programas de la iglesia; me involucré tanto que fui designado líder de jóvenes y lo primero que se me cruzó por la cabeza es que debería generar oportunidades de que ellos sirvieran apasionadamente al Señor también fuera de ella.

En aquella circunstancia, conocí a la base de la Juventud Con una Misión (JuCUM) de mi provincia, donde se me abre a mí un mundo de posibilidades, desde evangelismos en los lugares más insólitos para un cristiano hasta participación en Conferencias Misioneras a lo largo y lo ancho de mi ciudad.

Involucraba a los jóvenes, movilizaba, amaba leer sobre Misiones, promovía reuniones de intercesión por ello, además de estar en continuo contacto con los que ya estaban en el campo misionero. De alguna manera quería estar involucrado.

Obviamente que la visión de mi congregación contribuyó a lo que Dios iba estableciendo en mi corazón, sentía que todo aquel ambiente nutría mi llamado.

Leonardo Borges, misionero JuCUM

Y a consecuencia de lo que empezaba a vivir con Dios, entendí que debería retomar los estudios. Fue cuando decidí prepararme para ingresar a la universidad, lo que se concretó como una verdadera victoria en el año de 1999. A partir de ahí empieza la segunda etapa de lo que considero la guía del Espíritu Santo, aun sin tener todos los detalles en aquel momento.

La emoción del español

Me acuerdo con mucho entusiasmo y alegría la primera mitad de mi carrera porque todo era emocionante, me agradaba cada asignatura, absorbía todo (lo que no necesariamente me resultaba fácil). Pero nada de lo que hice en todo el curso (desde el comienzo hasta el final), se igualó en importancia al hecho de haber empezado “Español Instrumental y Literatura de Lengua Española”.

Me acuerdo haber tenido una profesora muy apasionada por las clases que ministraba: con su casi 1,60 m, pero con una impronta, un dominio de público y elocuencia que “se ponía a los demás profesores en el bolsillo”. Doña Mistis cautivó mi atención. 

Enriquecía sus clases con la autoridad de quien había estado en Argentina y España, de este último país hablaba con una carga emocional que indudablemente te hacía querer estar allí. ¡Era inspiracional! Me propuse a aprenderlo y demostré tanto interés que la profesora decidió darme una beca dentro de la universidad para perfeccionar el idioma.

Lo especial de todo esto es que más allá de la presión de los estudios y el constante pensamiento de qué haría con mi vida a partir de entonces, Dios me llamó la atención a algo: “¿Y si tomás el desafío de empezar un tiempo conmigo para algo que rompiera las estructuras y planes que elaboraste?”.

Para mí fue claro que lo más desafiante y cerca de lo que Dios me llamaba a hacer era seguir vinculado a JuCUM a tiempo completo, pero no en mi zona de confort; lo tendría que hacer en español.

Leonardo Borges, misionero JuCUM

Mientras tanto, culminaba el mes de septiembre de 2003 y, con él, cuatro años de una licenciatura universitaria muy deseada, pero de igual manera, muy estresante y que me había expuesto a muchas de mis limitaciones y temores, sobre todo a causa de la tesis de fin de curso, para la que no estuve preparado.

Dígase de paso que el mencionado año fue intenso en todos los sentidos, pues aun antes de finalizar la carrera, empecé a trabajar como profesor en una escuela estatal, lidiaba con las responsabilidades como líder de jóvenes de mi iglesia y todo lo que Él me estaba mostrando.

Si no hubiera sido por el hecho de que Dios me habló al corazón con respecto a mi destino como misionero, sin dudas estaría viviendo frustración tras frustración por experiencias pasadas. Es decir, ya tenía la convicción para aquel entonces de que los años que vendrían estaría sirviendo a Dios de manera integral, basta con que terminara mis estudios universitarios.

Y llegué a la Argentina

Después de muchas muestras de la fidelidad de Dios y milagros traducidos en finanzas y confianza, en el mes de abril del 2004 aterrizaba en la capital argentina para hacer mi Escuela de Discipulado y Entrenamiento (EDE) en Juventud Con Una Misión y así dar comienzo a la tercera y más plena etapa hasta aquí.

Digo plena por lo vivido, por lo que descubrí de mí mismo, sueños realizados sin merecerlo: el secreto íntimo de la comunión con Dios, el atreverme a creerle a Él y que podría yo ser de influencia a otros jóvenes impulsándolos a su llamado misionero y en algunos casos acompañándolos en viajes de corto plazo para vivir milagros de provisión sobrenaturales en distintos niveles y en otras naciones.

Inclusive para algo que ya creía hundido en un pozo de frustración, el Señor me había dado el privilegio de usar el fútbol en una linda y productiva herramienta evangelística para la extensión de Su Reino.

Fue hermoso ver cómo Dios restauraba mi perspectiva de las cosas y entender que no se trataba exclusivamente de cómo lo veía (y quería) yo sino según Su propósito.

Leonardo Borges, misionero JuCUM

Los años que viví en Argentina, entre Buenos Aires y Mendoza (mi segundo hogar) fueron de tal manera intensos y bendecidos que el Señor no permitiría que yo avanzara un poco más sin antes conocer a Cintia, la mujer más especial que conocí jamás, que se lanzó a un acto de fe al aceptar casarse conmigo.

Nos enamoramos y decidimos abrazar los desafíos de Dios juntos. Una vez más, y “para no olvidarme de ninguno de sus beneficios” (Salmos 103:2), Dios me hace acordar de sus promesas pues junto a mi esposa nos encontramos en unidad de propósito al tomar conocimiento de que ella oraba por España desde sus 18 años.

Cuando miro hacia atrás, veo la guía y la sabiduría de un Dios que nada hace por casualidad sino gobernando en justicia las historias de los que se detienen a escuchar Su voz.

Actualmente vivimos como familia en España, emprendiendo un desafío mucho mayor que nuestras posibilidades o capacidades, producto de caminar por fe en aquel que todo lo puede hacer en contraste a la mentalidad pesimista, basada en experiencias de frustración y temor.
Solo Él dirá lo que escribiré en las próximas etapas que dejaré registradas en futuros escritos como éste. ¡Qué bueno es Él!

Leonardo Borges Silva, 42 años, misionero a tiempo completo con Juventud Con Una Misión desde 2004, sirviendo al Señor en Argentina por 15 años involucrado con las Escuelas de Discipulado y ministerios deportivos por medio de los cuales ha tenido la oportunidad de ministrar e influenciar a otros jóvenes a profundizar su relación con Dios con tal de encontrar su lugar en la Gran Comisión. Actualmente en la ciudad de Granada, España, donde junto a su esposa Cintia Alejandra Lareu y su hijo Joao Miqueas Borges Silva, emprenden nuevo desafío de fe plantando una comunidad misionera de JuCUM.

Juventud Con Una Misión es una comunidad misionera de cristianos provenientes de diferentes trasfondos, culturas y tradiciones cristianas, dedicados a servir a Jesús alrededor del mundo. Servimos principalmente de tres maneras: a través del entrenamiento, la proclamación del Evangelio y al preocuparnos por aquellos en necesidad. Actualmente trabajamos en más de 1,200 lugares en alrededor de 180 países.