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Cuídate de ti mismo

Con el pasar de los años, se van acumulando experiencias de vida; buenas y malas, aciertos y errores. Relaciones que perduran y otras, pasajeras. Amigos, confidencias y traiciones. Sobre todo, en el ámbito de las congregaciones suele suceder que de alguna manera terminamos siendo más vulnerables a ser heridos y decepcionados que, tal vez, en otros espacios; y eso se debe al nivel de expectativa que ponemos en nuestros líderes, lo cual termina por convertirse en idealizaciones irreales.

Por supuesto que algunas amarguras no tienen que ver con un pensamiento erróneo de nosotros sino con una mala gestión o cuestión de integridad de la persona a la que le fue confiado nuestro crecimiento espiritual.

Pero lo que termina por ocurrir es que un día te levantas, te miras al espejo, ves cómo unas canas ya se dejan visualizar en tu cabello. Y del otro lado ya no hay una sonrisa de vuelta sino un rostro entristecido, con una mirada perdida que sabe disimular bien el dolor crónico del alma.

Me pregunto…

¿Dónde quedó ese jovencito o jovencita que tenía una fe inquebrantable?

Ahora, ya adentrados en años, llevamos la mochila pesada e insostenible de nuestras experiencias. La suma de todas ellas fue cincelando nuestro carácter, pero, sobre todo, deformando nuestro corazón y, con él, nuestra capacidad de amar.

En la escena final de The Godfather II (o El Padrino 2), Mike, el hijo de Don Vito Corleone, queda solo, pensando en un sillón de cuero, mientras la cámara se va alejando. Previamente a esta situación, el joven mafioso había arreglado una serie de asesinatos y vendettas, que incluían también a Fredo, su hermano mayor. 

En esa regresión al pasado, Michael se pone a recordar una cena familiar que ocurrió tiempo atrás (en la primera película). El director recrea la escena: la típica mesa italiana, donde se reúnen los hermanos y esperan al papá para comer. En esa tertulia, se da un diálogo crucial. Mike le cuenta a sus hermanos que se alistó en el ejército de los Estados Unidos para combatir a los nazis.

Esta decisión, aparentemente noble, la toma sin consultar a los suyos, por lo que logra desatar una crisis en el clan Corleone.

Tom (el abogado de la familia) interviene y le dice algo que me llama poderosamente la atención: “Michael, tu padre tiene otros planes para vos, planes muy grandes”, ante lo cual el joven, interpretado por Al Pacino, manifiesta su desacuerdo y se muestra totalmente indiferente a lo que puedan decirle. La escena termina cuando dan voces de que Don Vito Corleone (el Padrino) llega a la casa y todos van alegres a recibirlo, excepto Mike, quien se queda solo en la mesa de aquel entonces, pero que también queda solo en su living recordando ese mismo momento, y allí termina el film.

El origen del pecado

El peor de los enemigos no son las cosas que nos pueden hacer los demás sino nuestro propio pecado. Y la madre de todos ellos es el orgullo. De hecho, la mayoría pensamos que el pecado original fue la desobediencia de Adán y Eva en el huerto, pero si observamos bien las Escrituras, ese no fue el primer episodio de desobediencia a Dios. Este matrimonio fue el primero en pecar en la Tierra, pero el pecado se originó en Lucifer, y no en cualquier lugar sino en el mismísimo cielo. Veamos qué dicen las Escrituras con respecto a esto:

“A causa de tu hermosura te llenaste de orgullo. A causa de tu esplendor, corrompiste tu sabiduría. Por eso te arrojé por tierra, y delante de los reyes te expuse al ridículo” (Ezequiel 29:17).

“… tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo…” (Isaías 14:13-14, RVR60).

¿En qué cambia saber el origen del pecado? En todo. Porque la naturaleza del orgullo es contraria a Cristo. Es una sustancia espiritual diferente a nuestra fe. El orgullo es la raíz de todos los males.

“Al orgullo le sigue la destrucción; a la altanería, el fracaso” (Proverbios 16:18)

A diferencia de Lucifer, nuestro Señor Jesús se despojó de toda su gloria, de sus riquezas, de su omnipresencia y se hizo siervo, tomando forma humana. ¿Lo podemos ver? Una deidad gobernante, de cuyo poder dependen todas las cosas, decide caminar en la Tierra, tan solo un planeta más en todo el vasto universo.

Esto no fue todo, sino que se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz; como un criminal, pero sin haber cometido ningún delito. Y ahí no queda la cosa: dio su vida inocente por las de miles de millones de culpables a lo largo de todas las edades. Espera, hay más: descendió hasta lo más profundo antes de resucitar. ¿Puedes ver el abismo infinito que hay entre Satanás y Jesús? Uno quiso trepar a lo más alto del cielo y ser como el Altísimo, pero Cristo, en cambio, renunció a su propia voluntad siendo el Dios encarnado, para enseñarnos cómo es ser alguien de corazón humilde.

En los postreros días el amor de muchos se enfriará

Brennan Manning, en su libro La sabiduría en la ternura de Jesús, cuenta en el capítulo 5 cómo el pecado en nuestra vida va carcomiendo poco a poco nuestra sensibilidad, al punto de aislarnos en nuestro propio ego; pero el tema central es que, mientras esto pasa, no percibimos lo que está sucediendo. Tal como Dios le dice al Lucero de la mañana en el cielo, “te llenaste de orgullo”, si algo tiene esta actitud del corazón es que te expulsa del mismo paraíso y te consume solo. 

En todo el capítulo de Ezequiel 28 es Dios exponiendo cómo alguien que fue hecho perfecto decide corromper su sabiduría y creerse una deidad. Lucifer también fue expulsado del Edén al igual que Adán y Eva. Sin embargo, el Padre decidió redimir al hombre y condenar a Satanás para siempre. 

Volviendo al principio de todo, Michael queda solo, teniendo todo a su disposición: poder, negocios, familia, soldados, hijos. Su orgullo fue más grande. Su desolación, mucho más. Al igual que Lucifer, quedó solo, teniendolo todo. Si un consejo debemos tomar es el del apóstol Pablo a Timoteo, que le dijo, parafraseando, “cuidate de ti mismo”, y el de Salomón: “sobre todas las cosas cuida tu corazón”.

Pero siempre lo vimos de manera errónea, siempre nos cuidamos de lo que nos puede hacer el otro o alguna situación externa. La realidad es que, por sobre todo, debemos morir a nuestro propio orgullo, que es el único que nos puede separar de disfrutar del amor tierno de nuestro Señor.

No nos convirtamos en Michael, ni en Lucifer; mejor imitemos a Cristo en su entrega completa, y así conoceremos el amor más ancho, profundo, alto y extenso de toda la creación, para entonces expresar la naturaleza del Padre en cada lugar donde estemos. 

Redacción
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